Título: Las brujas y su mundo Autor: Julio Caro Baroja
Páginas: 440 pág.
Editorial: Alianza
Precio: 14,90 euros
Año de edición: 2015
El gran antropólogo e historiador Julio Caro Baroja se interesó por la brujería desde niño. En la biblioteca de su tío Pío Baroja abundaban los libros sobre el tema. Los Baroja son oriundos del País Vasco, tierra brumosa que invita al misterio. En la vieja Vasconia las brujas eran personajes míticos y a la vez reales porque formaban parte de su cultura ancestral. La mitad de «Las brujas y su mundo» (1961) es un estudio maravilloso sobre la brujería vasca. Un resumen magistral de la historia de la brujería occidental ocupa las restantes páginas.
La noche, la tierra y la luna son femeninas, de acuerdo con una interpretación mágica y primaria del mundo; el día, el cielo y el sol, masculinos. Es una dualidad milenaria. La noche implica oscuridad, quietud y en último término muerte. El día representa vida. Durante la noche criaturas sobrenaturales pululan por bosques, grutas y encrucijadas de caminos. La noche se identifica con el mal. El día, con el bien. La bruja es nocturna y maléfica. Aprovecha las sombras para sus reuniones nefandas y orgiásticas. Su sexualidad es perversa. Viola todos los tabúes (comete infanticidio, canibalismo, diabolismo, sodomía). Satanás, el gran cabrón, preside el sabbath o akelarre (palabra vasca que significa «prado del macho cabrío»). Así pues, la bruja es una mujer malvada que se entrega y sirve al demonio. La misoginia tiene gran relevancia en la formación de este mito.
La brujería fue importante en el mundo clásico. En Grecia y Roma abundaban las brujas, hechiceras, magas, adivinas, perfumistas y envenenadoras. La región de Tesalia era un semillero brujeril. Los autores clásicos se recrearon en conjuros, maleficios y hechizos. Se pensaba que ciertas mujeres untaban su cuerpo con un ungüento repugnante, para seguidamente transformarse en unos pájaros monstruosos que salían a la noche emitiendo un chillido estremecedor. Entre otras maldades, devoraban niños. La bella novela de Lucio Apuleyo «El asno de oro», escrita en el siglo II de nuestra era, ofrece una imagen inolvidable de la bruja clásica.
La edad media significó el triunfo del cristianismo. El paganismo, derrotado, se convirtió en el mal. Sus dioses fueron degradados a la condición de demonios. Parece evidente, por ejemplo, que los diablos medievales tomaron bastantes atributos de los antiguos faunos. Por lo demás, ya sabemos que la noche es el escenario del mal. Los campesinos europeos seguían siendo mayoritariamente paganos (paganus en latín tardío significa rústico, aldeano, habitante del pago o pagus). La evangelización duró siglos porque los viejos dioses se resistían a morir. Muchas creencias primitivas se mezclaron con las nuevas en un sincretismo tolerado hasta cierto punto por la iglesia. Sin duda, las mujeres entendidas en magia ocupaban su lugar en las aldeas. Lo mágico impregnaba la vida cotidiana. Al principio, las autoridades cristianas no se tomaban la brujería demasiado en serio. Para San Agustín, era cosa de viejas chismosas o borrachas, que confundían sus sueños con la realidad.
A finales del medievo se vincula la brujería con el culto al demonio. Aparece la demonolatría. La edad moderna concentró la gran masacre de brujas. La credulidad invade las mentes. Con la credulidad, el miedo. Y con el miedo, la crueldad. El «Canon Episcopi» negaba la existencia real de las brujas en el siglo X. Pero en el siglo XV, el demencial «Malleus Maleficarum» (1487) o martillo de las brujas denunciaba una conspiración satánica contra la sociedad. Las brujas son las amantes de Satán. Agentes del mal. Hay que destruirlas sin piedad. Lo exige la cristiandad. Empiezan a crepitar las hogueras. No se apagarán hasta bien entrado el siglo XVIII. Por el camino se quedaron unas 100.000 mujeres: torturadas, violadas, mutiladas, quemadas vivas, ahogadas, ahorcadas.
Caro Baroja indica que en España la persecución de la brujería fue esporádica. La excepción fueron las brujas navarras de Zugarramurdi, quemadas en el auto de fe de Logroño de 1609. Pero en general, los inquisidores españoles se mostraron razonables (por ejemplo, don Alonso de Salazar y Frías, llamado con razón «el abogado de las brujas»). No creían en akelarres, ni en vuelos nocturnos. El contraste con el resto de Europa es importante.
Don Julio también distingue entre la hechicera meridional y la bruja diabólica del centro y norte de Europa. La hechicera española e italiana desciende de la hechicera clásica griega y romana. Su modelo genial es la Celestina de don Fernando de Rojas. Las hechiceras mediterráneas son urbanas. Las brujas propiamente dichas, campesinas. Otro aspecto importante es el arte relacionado con la brujería. Sobre todo, El Bosco y Goya. El Bosco era un místico que denunciaba la sensualidad en sus alucinantes cuadros. Goya representa a las brujas de un modo repugnante no exento de una intención irónica. Con el maestro aragonés nace el arte moderno. Utilizando categorías de Nietzsche, Caro Baroja concluye definiendo a la bruja como dionisíaca, nocturna y entregada desenfrenadamente a la pasión.
Rechaza la teoría de Margaret Murray, que afirmaba que la brujería era la supervivencia del culto prehistórico a un dios cornudo. También, la interpretación de Montague Summers, que creía ingenuamente en la amenaza brujeril. Las brujas ciertamente existieron. De ninguna manera poseían los poderes mágicos o diabólicos que les atribuyeron sus perseguidores o que ellas mismas creían tener. Memorables son las irónicas observaciones de Caro Baroja sobre la relación entre brujería y política. La actitud de los intelectuales fue diversa. Algunos, como Bodino, azuzaron cruelmente la embestida contra aquellas pobres aldeanas. Otros hombres de letras, en cambio, denunciaron la persecución con riesgo de sus vidas. De los modernos demonólatras Caro Baroja se mofa diciendo que celebran sus reuniones en hoteles de lujo con calefacción central y aire acondicionado. Lean este excelente libro, que demuestra que la sabiduría no está reñida con la amenidad. Un clásico.
Julio Caro Baroja (1914-1995) nació en Madrid en una familia culta y burguesa. Su padre era el editor Rafael Caro Raggio y su madre Carmen Baroja, hermana de don Pío. Doctor en Historia Antigua, Caro Baroja fue director durante unos años del Museo del Pueblo Español en Madrid, pero siempre se mantuvo alejado de la universidad. Con su personal método de trabajo, escribió una obra inmensa en donde abordó asuntos como la brujería, los moriscos, los judíos, los vascos, el folclore, las formas de la vida religiosa, la superstición y el ateísmo, las falsificaciones de la historia, el mito del carácter nacional o la inquisición. Individualista, solterón, agnóstico y con un marcado sentido del humor, Julio Caro Baroja fue uno de los españoles más sabios e imparciales. En 1972 publicó un magnífico libro de memorias familiares, «Los Baroja», de imprescindible lectura. Los restos de Julio Caro Baroja reposan en Vera de Bidasoa, en el norte de Navarra, muy cerca de la casona Itzea, adquirida por Pío Baroja en 1912.
Publicado por Alberto.
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