Título: La rebelión de las masas Autor: José Ortega y Gasset
Páginas: 323
Editorial: Espasa
Precio: 10,95 euros
Año de edición: 2011
Verano de 1914: con el primer disparo de la Gran Guerra se acabó el
siglo XIX. En 1917 Lenin toma el poder en Rusia. Los viejos imperios
desaparecen en 1918, cuando callan las armas. Las élites buscan una
nueva legitimidad democrática. La democracia es la soberanía popular. El
gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Las masas entran
en escena. En 1929 se hunde la bolsa de Wall Street. Crisis universal
del liberalismo. Soluciones autoritarias por doquier. Hitler es nombrado
canciller alemán en 1933. Muchos intelectuales liberales se asustan. La
burguesía es cuestionada, desplazada y hasta liquidada.
José Ortega y Gasset publica en 1929 su libro más conocido: «La rebelión de
las masas». Durante los años veinte, España está bajo la dictadura del
general Miguel Primo de Rivera. Sin embargo, la sociedad se moderniza.
Crecen las ciudades, crece la economía y se desarrollan los espectáculos
de masas. España entra en el siglo XX. Ortega y Gasset fue en esa
década el oráculo público de la inteligencia española. Controlando
revistas, periódicos y editoriales, además de su cátedra de metafísica, reinaba sobre los sufridos cerebros celtibéricos. Ortega era
celebrado dentro y fuera de España.
Ortega
constata al principio de su libro que las masas invaden espacios antes
reservados a la élite. Es el hecho de las aglomeraciones. Todo está
lleno: calles, tranvías, piscinas, cines, teatros, comercios. Los más
parecen desplazar a los menos.
Pero don José pasa de los hechos a las valoraciones. Las masas han
renunciado a serlo. No son dóciles instrumentos en manos de los «egregios» de turno. Quieren mandar. Pero el «imperio brutal de las
masas» será estéril. ¿Por qué? Porque el hombre-masa es el hombre medio
que aparece en cualquier clase social. Para Ortega, este hombre-masa es
como todo el mundo, carece de ideas, se deja llevar, es presa fácil de
los demagogos y tiende a la violencia. El hombre-masa vive vicariamente a
través de la multitud. Es colectivista por instinto. La acción directa
es propia de las masas: fascismo, comunismo, catolicismo político.
Asistimos nada menos que a una «invasión vertical de los bárbaros». Los
nuevos bárbaros son las masas modernas. EE. UU. es el país masificado por
excelencia. Para superar la falta de moral de las masas es necesario que
Europa renuncie a sus estrechos nacionalismos, espante al comunismo y
apueste por la unificación.
De
este libro caben varias lecturas. Acierta al indicar que la
masificación y la homogeneidad conducen a una cierta despersonalización.
La gran democracia global de opinantes y tertulianos es muchas veces un
gallinero ininteligible. El populismo es autoritario y simplificador.
Incluso se habla de democracias iliberales, postliberales o directamente
antiliberales. Por lo demás, el pensamiento nace del debate, pero es
individual. Mientras existan individuos autónomos y no marionetas. Estas
cuestiones tan actuales fueron anticipadas con gran inteligencia por Ortega.
Pero «La rebelión de
las masas» es también el grito de alarma de un liberal elitista
escamado por la modernidad. El liberalismo de Ortega no era
especialmente democrático. El filósofo madrileño defendía la democracia
representativa y liberal, limitada, pero no la democracia que él llamaba «morbosa». Insiste en que la democracia radical ahoga la vitalidad y
heterogeneidad de la sociedad. Puede llegar a ser tan opresiva como el
absolutismo. Porque si el monarca de derecho divino no tenía límites al
ejercicio de su poder absoluto, la democracia sin cortapisas legales
podría conducir al totalitarismo. Se impone la limitación del poder
estatal para salvaguardar la libertad. Escribe Ortega: «La forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal», «La mayor amenaza que hoy tiene la civilización es la estatificación de la vida», «El inglés quiere que el Estado tenga límites».
En «La rebelión de
las masas», Ortega no esconde sus preferencias
políticas. Le encanta la tradición inglesa del parlamentarismo que
integra el pasado en el presente convirtiendo la monarquía hereditaria
en un símbolo nacional. También gusta del liberalismo francés
decimonónico representado por los doctrinarios. En cambio, rechaza el racionalismo abstracto de los ilustrados del siglo XVIII.
Considera «confusionarios» a los revolucionarios de 1789. Defiende la
razón histórica frente a la razón de los racionalistas. La historia es
continuidad. El hombre es un animal histórico. Cualquier sociedad se
divide en élite y masa.
Ortega
era un brillante escritor. Quizá demasiado brillante. Periodista,
orador y charlista (incluso radiofónico), don José buscaba el guiño de
su encopetado público burgués y aristocrático. Sus ataques al «vulgo»
llegan a ser desagradables por su insistencia y altanería. Pese a sus
opiniones políticas discutibles y cierta pedantería en la expresión, los
libros de Ortega son un regalo para el lector.
José Ortega y Gasset (1883-1955), madrileño de familia burguesa, fue un
joven brillante que estudió en universidades alemanas. A su regreso a
España comenzó a escribir en la prensa liberal. Su «Revista de
Occidente» difundió en España lo mejor del pensamiento europeo. En 1931
saludó el establecimiento de la Segunda República. Pero pronto se retiró
desengañado de la política activa. El magisterio intelectual de Ortega
no fue discutido hasta la Guerra Civil.
En
1936 abandonó España. Apoyó silenciosamente al bando franquista. No
volvió a su país hasta 1945. En sus últimos años fue atacado con saña
por los católicos oficiales de la dictadura franquista, que no le
perdonaban su laicismo. Los jóvenes ya no le atendían ni entendían.
Ortega murió en Madrid en 1955.
Políticamente,
fue deslizándose desde sus simpatías juveniles por la socialdemocracia
al liberalismo conservador de su madurez. Su filosofía comenzó en el
idealismo kantiano y terminó en la razón vital: la realidad no es
meramente un fantasma de nuestra conciencia sino una circunstancia
objetiva que cada hombre debe constantemente resolver.
Publicado por Alberto.
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