Título: El prisionero de la avenida Lexington Autor: Gonzalo Calcedo
Páginas: 208
Editorial: Menoscuarto
Precio: 15,50 euros
Año de edición: 2010
Si tuviera que describir de alguna manera, en una etiqueta breve o en una fórmula mágica, la obra de Gonzalo Calcedo, creo que la definición más adecuada sería la de una literatura del silencio. La evocación de secretos inconfesables recorre, de forma subterránea, los diálogos de los personajes que pueblan, con más pena que gloria, los relatos de Calcedo. Conocido y reconocido cuentista palentino, afincado en Cantabria desde niño, tiene una larguísima trayectoria como narrador de distancia corta. No debe llamarnos a engaño. Esa suerte de maldición que el relato corto arrastra dentro del ámbito patrio, considerado género menor, perjudica al gran público lector que desconoce parte de la mejor literatura que se escribe en nuestro país. En otras latitudes no sucede esto, y algunos de los mejores narradores de la historia de la literatura universal eran grandes cuentistas. Así, Carver, Chéjov o Borges respondieron a las expectativas y retos que la realidad les planteaba desde el ámbito del espacio breve.
El prisionero de la avenida Lexington es un eslabón más en la larga cadena de aciertos cuentísticos de Gonzalo Calcedo. Su estilo es reconocible: directo, conciso, metafórico, ambiental y, sobre todo, lleno de sugerencias antes que certezas. En los relatos de este autor, la literatura se respira como un olor sospechoso que lo impregna todo, pero que por su indefinición lo vuelve terriblemente amenazante. Los personajes son seres atrapados en una red de símbolos, mentiras, juegos y equívocos de la que no pueden huir. Son títeres del destino ajeno y el libro que nos ocupa no escapa a estas coordenadas.
Así, en el primer corte del volumen, «Audiencia con el rey Wiko Boo III», una niña y su madre quieren ser recibidas por el personaje icónico de una cadena de grandes almacenes. Esa espera se convierte en un trasunto del agotamiento existencial de la madre y del abandono y la soledad de esa niña necesitada de referentes. Es zarandeada por los caprichos y las obsesiones de la madre sin que pueda hacer nada.
En «Suburbio», los vecinos montan, en la casa aledaña, un hotel clandestino para citas de parejas. Por equivocación, unos novios acaban en la casa de la protagonista y, a través de la voz de esa pareja, escuchamos aquellos temores y realidades que la mujer no se atreve a decirse a sí misma.
En «El gato negro», Calcedo vuelve a la infancia, un espacio en el que se siente cómodo y que sirve para retratar, con una objetividad cruda y sin aspavientos, el mundo de los adultos. Si en este relato el protagonista es un niño, en «Gloria» es una chica. En ambos cuentos, los adultos intentan hacer de sus hijos mejores personas sin atender realmente aquello que sienten como importante.
Especialmente logrado resulta «El bailarín», la historia de un gorrón en bailes de alto copete. La desesperanza también puede narrarse, como «Liberar París», otra notable muestra sobre la incapacidad de ser otra persona. El protagonista de «El árbol» intenta ser esa otra persona y el vegetal del título se convierte en un símbolo de la distancia que le une o desune con su esposa.
En todo caso, y como ya se apuntó, los mejores relatos de Gonzalo Calcedo son aquellos que protagonizan niños, como «El prisionero de la avenida Lexington» sobre la soledad urbana, «Salvajes de Borneo» sobre la soledad de clase, y especialmente el sobresaliente «Viaje a la Luna» que cierra el libro. En este relato, el pequeño Curtis viaja a la Luna de manera metafórica subiendo y bajando en el ascensor del rascacielos de Nueva York donde viven su familia. Los padres se divorcian y este hecho, junto con los avatares de su amistad con el ascensorista, sacuden su existencia y sientan las bases de la persona que será en el futuro. Alguien probablemente más cínico y más descreído, aunque más ilusionado.
La literatura de Gonzalo Calcedo es una literatura del silencio, que relata crisis para guardar, en último término, un rayo de esperanza. Leer a este hombre es un placer porque siempre consigue transmitir sensaciones, reflexiones e interrogaciones desde la voz de ese silencio que queda al final de cada relato.
Gonzalo Calcedo Juanes (Palencia, 1961) es uno de los más reconocidos narradores de nuestro país. Ha obtenido numerosos premios por sus libros de cuentos, entre los que destacan Esperando al enemigo (Tusquets, 1996), La carga de la brigada ligera (Menoscuarto, 2004), El peso en gramos de los colibríes (Castalia, 2005), Temporada de huracanes (Menoscuarto, 2007), Las inglesas (Menoscuarto, 2015) o, el más reciente, La chica que leía El viejo y el mar (Menoscuarto, 2024). También ha aparecido en las principales antologías de relato corto, como las de Andrés Newman (Pequeñas resistencias, 2002) o Ángeles Encinar (Cuento español actual, 2014).
Publicado por José Ángel Gayol.
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