Páginas

Bibliotecas digitales

martes, 12 de noviembre de 2024

La Gaznápira - Andrés Berlanga

Título: La Gaznápira                                                                                                              Autor: Andrés Berlanga

Páginas: 256

Editorial: Espasa
 
Precio: 14,95 euros

Año de edición: 1994

Si hay una novela que merece por derecho propio ser considerada un clásico moderno es La Gaznápira de Andrés Berlanga. Publicada originalmente en 1984, diez años y once ediciones después fue incluida acertadamente en la colección Austral con un estupendo prólogo del académico Manuel Seco, era una lectura habitual en los planes de estudio de bachillerato y se había convertido en un pequeño superventas.

Esta novela resulta una verdadera joya, una rareza en el panorama literario español, que recupera una cultura perdida, la cultura rural de los pueblos de la España vacía, y como parte de esa manera de vivir, de pensar y de estar en el mundo, un léxico y unas formas de lenguaje ya perdidos, pero que, a todos los que peinamos canas y hemos tenido pueblo, nos suenan a algo muy familiar, a lo ya vivido.

El libro se estructura en siete historias, siete narraciones que bien pueden leerse como relatos independientes, pero que también forman un todo: la historia del éxito social de la protagonista, Sarallamada la Gaznápira (atontada), porque de niña, se quedaba embobada con cualquier cosa que esquiva a los palurdos que la pretenden, sale del pueblo y se convierte en maestra en Madrid, y en paralelo la crónica de la decadencia inevitable de su patria chica, Monchel, un pueblo imaginario muy real, anclado en el pasado y despoblado.

Los seis capítulos, o relatorias, cubren a grandes trancos la vida de la protagonista, situados en 1949, 1956, 1962, 1967, 1971, 1974 y 1981. Como Sara nació en 1930, describen épocas clave de su vida. A lo largo del tiempo, vemos que ella progresa, que el país evoluciona, pero que Monchel sigue inmerso en el pasado, un pueblo atrasado y primigenio, que se va despoblando poco a poco. Por un lado, eso conlleva una crítica a la España vacía y olvidada, por otro, nos permite recordar toda una cultura llena de sabor y colorido, un mundo rural y antañón antropológicamente maravilloso.

El lenguaje es magnífico, rico y opulento, cuajado de digresiones, dichos y empapado de la forma de pensar de entonces. Los diálogos son suculentos y castizos, muy expresivos. En conjunto, el autor consigue levantar todo un fresco de otra época, detallado y embargante. La acción tiene un rito muy vivo, salta hacia detrás y hacia adelante y contiene mil historias y recuerdos. El texto tiene mucho humor, una fina ironía y es muy moderno, en el sentido de que a veces la narración está realizada con verbos en tiempo futuro, a veces en pasado y a veces en presente. El narrador es un ser omnisciente y misterioso hasta las últimas páginas, en las que se ve que es la propia Sara, que escribe un libro sobre el pueblo y sus recuerdos.

El léxico es espléndido, dialectal y más de una vez obliga a usar el diccionario; encontramos, por ejemplo: barbacana (muro bajo que rodea una iglesia y una plazuela), tabardo (abrigo basto), zurriaga (látigo, fusta), zofra (trabajo comunitario que realizan todos los vecinos), guiñote (juego de cartas), garrilla (guadaña desgastada), cámara (en las casas de pueblo de una planta, estancias entre el techo y el tejado usadas para almacenar el grano), bozalera (saco que se cuelga al cuello de las caballerías para que coman), dubles (en la comba, juego que consiste en pasar la cuerda por debajo varias veces en un solo salto), guizque (aguijón), legona (azada), horma (tapia), chingueta (juguete infantil que es como una jeringuilla hecha con una rama hueca), chinostra (cabeza), chustazo (chispa), retor (tela de algodón tosca con la trama retorcida), támara (leña delgada), jupitaina (mojadura), zangarriana (tristeza), peligarza (bronca, reprensión), yesaire (yesero, albañil que trabaja con el yeso), pairón (pilar con hornacina para colocar una imagen), recochor (disgusto), zonga (persona huraña), perén (persona o animal que está quieto mucho rato), cocioso (que da muchas coces), tomiza (cuerdecilla), cerzear (soplar el cierzo), gayata (bastón, cayado), dalla (güadaña). Otros términos y expresiones ya conocidas completan el cuadro, como alacena, cámara, tinaja, botijo, equilicuá, juego de pelota, ¡Jodó petaca! o jabón de brea. Para más información, descárguese este artículo.

El texto está lleno de frases memorables y llamativas: «Cuando dejé de ser acarreador y trillador, empecé a llenar cuadernos rayados», «Dicen que hay casas con sillones para mear», «Cuando uno tiene razón, hay que dársela, aunque sea un franchute», «... y hasta había ido a unas tiendas muy grandes donde habían puesto unas escaleras que te suben solas de un piso a otro», «Trasnochar y madrugar no caben en el mismo costal», «El tiempo todo lo averigüa», «¡Ánimo y a por las gachas, que el que la sigue la consigue!», «Eres más rara que un canario a cuadros», «La abuelilla de la cerería, que te vendía la misma vela a un precio si era para ofrecer o alumbrar y más cara si decías que era para adorno», «El año que viene meten el agua en las casas», «Pensar que en tiempos de su madre nos tapábamos la cara con un pañuelo cuando íbamos a segar, para parecernos a las paliduchas de la capital». Y de sucedidos increíbles, como la abuela que se ponía unas lavativas de tabaco que la dejaban atontada o la noche en que la Pitona no sabía apagar la radio.

Berlanga tardó dos años en escribirla y, una vez acabada, la envió nada menos que a ocho editoriales y fue en todas rechazada. A algún director de editorial le costaría el puesto, cuando el presidente de la empresa vió una año después que se había convertido en un éxito. Tuvo que ser una editorial entonces pequeña, Noguer, la que lo publicase; allí había un lector de originales que se leyó el manuscrito de un tirón y en una noche. El caso es que en el primer mes, la obra encandiló a la crítica y conquistó el favor del público. Uno de los críticos más respetados de entonces, Rafael Conte, dijo: «Es una novela espléndida, rica, densa, perfectamente construida, y sobre todo, un ejemplo asombroso de respeto a un lenguaje popular y de recreación de un mundo en trance de agonía».

En fin, una gran novela, probablemente la gran novela rural de la España del siglo XX. Todo un mundo retratado en doscientas y pico páginas. Una delicia literaria y un gozo para el buen lector. Es curioso lo exótico que puede llegar a ser el pasado.

Andrés Berlanga (Labros, Guadalara, 1941-2018) fue un escritor y periodista español, hijo de pastor y nieto de esquilador. En sus inicios profesionales, trabajó durante siete como profesor en la Escuela de Periodismo de la Iglesia. Luego colaboró en el diario Ya y en la agencia de noticias Logos, hasta que a los 33 años se incorporó a la Fundación Juan March, en la que dirigió durante 40 años el Servicio de Comunicación y el boletín literario Saber Leer.

En 1984 publicó La Gaznápira, que le hizo famoso inmediatamente. Publicó otra novela, Pólvora mojada (1972), sobre el movimiento estudiantil antifranquista, varias recopilaciones de artículos y dos libros de relatos titulados Barrunto (1967) y Sucesos (2014). Estaba casado con la también escritora Enriqueta Antolín, fallecida en 2013. Pasó sus últimos años recordando a Enriqueta y tarareando Te recuerdo Amanda. Murió en 2018 de un cáncer de hígado.

Andrés Berlanga

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario