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lunes, 12 de agosto de 2024

Solo en Berlín - Hans Fallada

Título: Solo en Berlín                                                                                                             Autor: Hans Fallada

Páginas: 575

Editorial: Maeva

Precio: 8 euros 

Año de edición: 2011

No fueron demasiados, pero algunos alemanes se enfrentaron al nazismo. Lo hicieron por motivos distintos, en momentos diferentes y con ideologías opuestas. En algo coincidían: el régimen de Hitler era una dictadura criminal que llevaba al desastre. Así que en el movimiento de resistencia alemán estaban representados trabajadores de izquierdas, intelectuales liberales, cristianos políticamente antifascistas, estudiantes idealistas, conservadores que habían despertado de su peligroso idilio con el Führer, militares que veían acercarse la derrota total, arrepentidos, héroes y oportunistas. También hubo algún solitario (el carpintero Georg Elser por poco no se cargó a Hitler de un bombazo) y personas corrientes sin una ideología definida, que respondieron a los asesinos.   

La gran novela de Hans Fallada Solo en Berlín (1947) es uno de los mejores relatos, sino el mejor, sobre la oposición alemana al nazismo. Está inspirada en un caso real: Elise y Otto Hampel, ejecutados en 1943. Los resistentes de Fallada son héroes anónimos con el suficiente valor moral para distinguir el bien del mal, tomar conciencia de ello y estar dispuestos al sacrificio. No quieren morir, no son suicidas. Pero tampoco quieren vivir como cómplices silenciosos del crimen. No están dispuestos a callar. Conocen el peligro. El temple del héroe de la calle consiste en decir no a lo insoportable. Una exigencia del pensamiento libre. La mera negación, sin embargo, no es suficiente. Hay que defender un sí rotundo por la verdad con riesgo de la propia vida. Declarar sencillamente el carácter criminal del nazismo. Ese el núcleo del dilema: nunca para la verdad es tarde; pero de momento, proclamarla lleva a la muerte. ¿Qué hacer?

1940. Berlín. Los Quangel llevan más de dos décadas casados. Un matrimonio ordinario. Su hijo ha muerto en el frente. Son gente de clase media baja. No creen en el nazismo. Tampoco están dispuestos a hacer nada contra el nazismo. Se mueven en ese limbo indefinido carente de peligros. Hay que sobrevivir sin llamar demasiado la atención. La masa aborregada es un escudo protector. Nadie repara en nadie porque uno es idéntico a todos. El ideal del totalitarismo.

Un día el señor Otto Quangel escucha de su mujer lo siguiente: tú y tu Hitler, mira lo que ha pasado con nuestro hijo. Algo se rompe en su interior. De repente saca la cabeza de debajo del agua y empieza a respirar. La chispa de la rebeldía se enciende. Quangel es un hombre solitario, con cierta apariencia de pájaro: silencioso, adusto, frío, delgado, avaro, inteligente y minucioso. Trabaja de jefe en un taller. Es también inexorable. Cuando decide algo, lo lleva hasta el final. Oponerse al régimen es un deber moral. Su mujer está de acuerdo. Ahora están solos. Fuera del redil. Ya se sabe aquello tan viejo de «fuera de la iglesia no hay salvación». 

Solo en Berlín es también un magnífico ejemplo de novela urbana. Como en La colmena o en Berlín Alexanderplatz, la ciudad es un protagonista colectivo. Recorremos sus calles, montamos en los tranvías y el metro, nos impregnamos de los olores callejeros, escuchamos los ruidos incesantes del trajín urbano, subimos por las escaleras de las casas, sentimos murmullos ahogados tras las paredes, espiamos las tristes habitaciones o paseamos por las afueras en una tarde triste de domingo. Fallada es un maestro en representar la vida urbana.

Sus personajes son vívidos. La pareja solitaria de resistentes, cada vez más aislada. Los policías que los persiguen. La corrupción y brutalidad del nazismo. La insegura célula comunista. El actor caído en desgracia por una frase imprudente. La anciana judía que se precipita desde una ventana contra el patio de luces. El viejo juez encerrado en su casa. Los soplones. La pareja que vacila entre el compromiso y una vida tranquila. Los bajos fondos. La putrefacción moral de los pobres de espíritu. La amenaza omnipresente de los campos de concentración. La plebe berlinesa con su jerga arrabalera y su humor negro. Los edificios de oficinas en donde nadie se conoce y puede depositarse furtivamente un mensaje antifascista. El miedo al compromiso. Las dudas silenciosas de tantos. El valor moral de unos pocos. Las primeras malas noticias del frente. La multiplicación de ataúdes. 

En este mundo laberíntico, la Gestapo y los resistentes juegan al gato y al ratón. Así que Solo en Berlín es también una excelente novela de intriga policíaca. Sus personajes se diferencian por su textura humana: la pura inhumanidad de los verdugos, grotescos en su maldad; el patetismo de aquellos colaboradores dispuestos al crimen con tal de malvivir (con el atenuante de su miseria e ignorancia); los que entienden lo que sucede y se callan (la inmensa mayoría); los que piensan en algún tímido testimonio de disidencia, pero se vuelven atrás cuando llega el momento (el miedo es incontrolable); y los pocos comprometidos con su conciencia hasta el sacrificio final: hombres superiores en semejante circunstancia.

La radiografía moral que hace Fallada de los ciudadanos de Berlín bajo la bota nazi es de una lucidez admirable. En el mundo fascista todos estaban obligados a obedecer; en algún momento podrían mandar, incluso con sadismo vengativo; la inmensa mayoría son débiles respecto a unos pocos gerifaltes, que también están asustados (la derrota acecha). Las relaciones humanas están marcadas por la crueldad, el abuso y el miedo. No existe verdadera solidaridad. Algún momento brillante recuerda poderosamente a 1984: un callejón lóbrego, un encuentro furtivo y apresurado, un premonitorio aviso mal pegado en la pared en donde se leen los nombres de los últimos ejecutados. El viento helado que sube por el callejón mueve levemente el papel como una advertencia muda. El azar no reparte buena suerte.   

Conclusión: una novela larga, entretenida, dura, escrita de manera clara y sin florituras, con personajes inolvidables (ese policía gordo y con perilla que pierde el tiempo entre legajos: parece una emanación del polvo de los archivos y es incapaz de pensar), de extraordinaria intensidad dramática, sarcástica y sentimental a la vez, llena de rabia contra los miserables y de piedad para con los vencidos, realista hasta la exasperación, a veces casi expresionista, y de lectura apasionante. Lo que se dice una obra maestra. No se la pierdan.     

Hans Fallada

Hans Fallada (1893-1947) era el seudónimo del escritor alemán Rudolf Wilhelm Ditzen. Nacido en la ciudad hanseática de Greifswald, el joven Rudolf tuvo una relación tormentosa con su familia burguesa, sobre todo con su padre, un señor muy serio y autoritario que ejercía como juez del Tribunal Supremo del Reich en Leipzig. Rudolf tampoco era una persona lo que se dice sociable, así que se fue volviendo reconcentrado y triste, protegido detrás de sus gafas de lector empedernido. En 1911 tuvo la genial ocurrencia de suicidarse con un amigo simulando un duelo. El amigo murió. A Rudolf lo metieron en un manicomio. Lo declararon no apto para luchar en la Primera Guerra Mundial, por raro. 

La carrera literaria de Hans Fallada comenzó hacia 1920. Escogió su seudónimo de dos cuentos de los hermanos Grimm. Pero como alcohólico y morfinómano, visitó muchas veces clínicas de rehabilitación. Sus novelas de crítica social tuvieron cierto éxito durante los agitados años de la República de Weimar. A partir del aldabonazo de 1933 la cámara de literatura del Reich (o sea, Goebbels, el escritor fracasado) pasó a controlar todo lo que se escribía en Alemania. Hans Fallada no era un autor grato para los nuevos amos pardos, pero de alguna manera pudo sobrevivir bajo el nazismo como escritor de literatura popular sin pretensiones. Tocaba callar. 

Pero casi al final volvieron los follones. En agosto de 1944, Hans Fallada mantuvo una discusión encendida con su exmujer. Fuera de sí, le pegó un tiro a una mesa. Resultado: de vuelta al manicomio. Allí escribió algunas de sus mejores páginas. En 1945 se volvió a casar con una drogodependiente como él. Terminada la pesadilla nazi fue durante un corto tiempo alcalde de un pueblo. Retomó su oficio de escritor. Hans Fallada falleció en 1947 con solo 53 años. Poco después se publicó Solo en Berlín, su novela más importante, escrita en 23 días. Desde 1981 existe un premio que lleva su nombre.  

Publicado por Alberto.

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