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viernes, 10 de mayo de 2024

Annual 1921. El desastre de España en el Rif - Manuel Leguineche

Título: Annual 1921. El desastre de España en el Rif                                                           Autor: Manuel Leguineche

Páginas: 384 pág.

Editorial: Alfaguara

Precio: 10 euros 

Año de edición: 1996

El nombre de Annual tiene resonancias trágicas en la historia de España. En ese lugar del norte de Marruecos tuvo lugar en el verano de 1921 uno de los mayores desastres militares de nuestra historia. Alrededor de 12.000 soldados españoles murieron en aquellos calcinados parajes del Rif a manos de las harkas del caudillo Abd el-Krim. Murieron de mala manera. De hambre, sed o puro miedo. Quemados por el sol ardiente del Atlas. Tiroteados por unos duros indígenas capaces de convertir cualquier risco en una fortaleza invulnerable. Torturados hasta la muerte por los vengativos rifeños. Murieron sobre todo a causa del pánico y de una increíble negligencia militar. Cuando meses más tarde se recuperó el terreno perdido entre Igueriben y Annual, solo quedaba enterrar los miles de muertos diseminados por un territorio de 120 kilómetros. Aquellos cadáveres negros como leños rotos y calcinados horrorizaban la imaginación de Arturo Barea cada vez que los recordaba.

Manuel Leguineche publicó en 1996 la excelente crónica periodística «Annual 1921. El desastre de España en el Rif». En sus páginas se nos habla del desastre y de muchas más cosas, sin aparente orden, pero con amenidad, que es el oficio del periodista. Leguineche repasa lo que significó para la sociedad española, sobre todo los más pobres, la insensata aventura africana. Desde 1912, España tenía como premio de consolación en el reparto imperial del mundo un pequeño pedacito del norte de África. Ese territorio insignificante era el Protectorado de Marruecos: un paraje inhóspito, escarpado y estéril habitado por correosas tribus de bereberes imposibles de controlar. 

Allí se forjaron los africanistas, una generación de militares españoles cuya figura más carismática fue Francisco Franco. Esta casta militar de corte colonial sería como un puño cerrado que amenazaba las libertades españolas. Así lo dejó escrito Ortega y Gasset. Los soldados españoles destacados en Marruecos eran en su mayoría reclutas de origen campesino. Tan pobres a menudo como los mismo rifeños. Carentes de moral, armas o vituallas, murieron a miles. Se quedaron a dormir el sueño de los héroes en la ardiente tierra más allá del estrecho. De esta forma se satisfacía el orgullo patriótico de los valientes que se quedaban en casa. 

Leguineche espiga innumerables fuentes sobre las desventuras españolas en su colonia de Marruecos. Desde los brillantes testimonios literarios salidos de la pluma de Sender, Giménez Caballero o Barea, hasta las sagaces crónicas periodísticas del líder socialista Indalecio Prieto, un duro crítico de la desorganización del Protectorado. Periodistas. Intelectuales, escritores, artistas, militares o espías rivalizaban en remedios arbitristas para solucionar el llamado problema marroquí. En realidad, se trataba del problema español. Nuestro país carecía de un ejército capaz y de una administración eficiente para estabilizar la situación en Marruecos, cerrar acuerdos permanentes con la población autóctona y fomentar el desarrollo de la colonia. Al contrario: el desbarajuste, la corrupción y la indiferencia reinaban en el territorio. El desastre de Annual fue consecuencia de tanta ineficacia. También de la gran capacidad para aunar voluntades del caudillo rifeño Abd el-Krim

Claro que muchos españoles se creían protagonistas de una nueva cruzada contra el sarraceno. El general Manuel Fernández Silvestre, que comandaba las tropas españolas en Annual, se contaba entre ellos. El autor nos presenta una poliédrica imagen del desgraciado militar. Todos los testimonios parecen estar de acuerdo en que Silvestre era un fanfarrón de ideas simples y peligrosamente aficionado a subestimar al enemigo. Hombre fuerte, de grandes bigotes, con la pechera cubierta de tintineantes medallas, expresión enérgica y mirada altiva, era el arquetipo del militar colonialista europeo de principios del siglo XX. Se había formado en Cuba. Allí le dieron un montón de machetazos, pero sobrevivió. Su gallardía gustaba en las recepciones palatinas. AlfonsoXIII era buen amigo suyo. Silvestre se metió en la boca del lobo. Al parecer, enloqueció cuando el desastre era ya inevitable. Desapareció en la vorágine. Algunos opinan piadosamente que se suicidó. El expediente Picasso dejaba claro los desaciertos que llevaron al desastre. Otros acusaban directamente al rey por animar más de la cuenta a su protegido Silvestre. Se hablaba incluso de un telegrama real en donde se decía aquello tan español de olé tus cojones. Aunque es posible que este telegrama nunca haya existido. 

Leguineche también nos habla del frío e imperturbable Franco. Un hábil experto en ganarse a los medios de comunicación de la época. El gallego sabía venderse como un soldado riguroso en el cumplimiento de su deber. Presumía de modesto. Rápidamente se convirtió en uno de los militares españoles más prestigiosos. Leguineche admite que era valiente. Con una precisión: su valor estaba siempre al servicio de una calculada estrategia de autobombo. Sin duda, fue el más listo de los africanistas. Millán-Astray era un matón medio loco. Sanjurjo, un juerguista. Berenguer era inteligente, pero indolente. Batet era un hombre honesto, que condenó las corruptelas de sus compañeros. Franco era otra cosa: un solitario en busca de la gloria. Ya se sabe que en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. La ambición franquista se forjó en África. En una guerra sin cuartel contra el infiel, los civiles eran una categoría inferior que no comprendía la abnegación de los heroicos militares. África hizo a Franco y deshizo a España.

Manuel Leguineche demuestra su talento de periodista. Sabe contar de manera clara, concisa y directa. Escoge cuidadosamente las anécdotas que iluminan la época mejor que un tratado de sociología. Por ejemplo: un buen día, en el cuartel reciben la visita de la Duquesa de la Victoria, abnegada aristócrata que ha salvado muchas vidas españolas con sus enfermeras. Los caballeros legionarios le hacen entrega a la dama de una ofrenda floral dentro de una cesta. Entre las flores, dos hermosas cabezas árabes, cercenadas de un tajo y con expresión atónita (ojos vidriosos y boca entreabierta), lucen como la ofrenda de un culto caníbal. Estos eran los civilizados. 

Manuel Leguineche

Manuel Leguineche (1941-2014) fue un destacado periodista y escritor español nacido en la localidad de Arrazua (Vizcaya). Leguineche se licenció en periodismo por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. En 1962 ingresó en la redacción de El Norte de Castilla. Fue discípulo de Miguel Delibes. Del maestro vallisoletano aprendió la escritura sencilla y clara. Reportero de guerra por numerosos países, fundó las agencias de noticias Colpisa y Fax Press. Este hombre de espíritu aventurero que viajo por todo el mundo, acabó retirándose al pequeño pueblo medieval de Brihuega, en el corazón de La Alcarria. Leguineche falleció con 72 años a consecuencia de una larga enfermedad.

Publicado por Alberto.

2 comentarios:

  1. Gran libro, gracias por la entrada. Lo descubrí hará un par de años y me pareció impactante y heterodoxo en su acercamiento de estilo periodístico a aquel desastre.

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  2. Muchas gracias Manneling. Además Leguineche entrevistó a unos cuantos ancianos que sufrieron los hechos y dan una versión directa y viva.

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