Título: La bestia debe morir Autor: Nicholas Blake
Páginas: 222
Editorial: El País
Precio: 1,90 euros
Año de edición: 2004
Las primeras líneas de esta novela son impresionantes: «Voy a matar a un hombre. No sé cómo se llama, no sé dónde vive, no tengo idea de su aspecto, pero voy a encontrarlo y lo mataré...». Algo terrible, que está más allá del perdón, le ha sucedido al protagonista.
La
historia es la siguiente: un niño de seis años cruza la carretera de un
distrito rural inglés. Cae la tarde tranquila y perezosa. De repente,
un coche se abalanza sobre el pequeño. El golpe es sordo. Los caramelos
quedan diseminados sobre la calzada. Uno de ellos está salpicado de
sangre. El coche pasa de largo. Su ruido se va extinguiendo. Silencio.
El
padre del niño es viudo. Adoraba a su hijo. Se gana la vida escribiendo
con pseudónimo novelas de intriga. Con implacable determinación, decide
localizar y eliminar al asesino de su hijo. Gracias a sus capacidades
deductivas y al azar, consigue acercarse al asesino. Este individuo es
propietario de un garaje con un socio. No es agradable: prepotente,
vulgar, de aire brutal. El novelista piensa que su venganza será
perfecta porque solamente él conoce al asesino. Pero las cosas pueden
torcerse. Las estrategias más sutiles se arruinan por un descuido. Y
hasta ahí se puede contar.
El
poeta Cecil Day-Lewis publicó varias novelas policíacas. La más
conocida es «La bestia debe morir», firmada como Nicholas Blake en
1938. El libro destaca por su ambigüedad moral. En el primer capítulo
(en forma de diario) el desequilibrado padre jura venganza. Convierte a
los lectores en cómplices de su plan. Se mueve en un ambiente plácido y
bucólico. Su aspecto es insignificante. Cree que podrá acabar
impunemente con el asesino de su hijo aplicando las reglas de una
sofisticada novela policíaca. Como buen intelectual, parece confundir
las ideas con los hechos. Quizá no sea realmente capaz de matar. La
futura víctima es una alimaña, una bestia que huele el peligro. Carece
de inteligencia, pero no de instinto. Crece la tensión entre el cazador y
la presa. De fondo, la atormentada vida familiar del odioso mataniños
(maltrata a su mujer, humilla a su hijo, tiene una aventura con la mujer
de su socio). Uno es un criminal y el otro un aspirante a serlo. ¿Quién
es peor?
La novela
suscita varias preguntas. ¿Hasta qué punto es aceptable suprimir a un
ser indeseable que lleva la infelicidad a todos los que le rodean?
¿Somos jueces y verdugos de nuestros semejantes? ¿Acaso no existen las
leyes? Los seres civilizados se rigen por ellas. Si el odio puede
justificar un asesinato a sangre fría casi todos estaríamos en peligro.
La venganza convierte a la víctima en verdugo y al verdugo en víctima.
El verdugo merece un castigo. Pero, ¿es la venganza particular un
castigo legítimo? Por otro lado, no es lo mismo un accidente fortuito
que un asesinato premeditado, aunque sea para cobrarse la vida de un
hijo. Tampoco se puede estar del todo seguro de la culpabilidad de
alguien si no media una investigación profesional y un juicio legal.
Resbaladizas cuestiones que se plantean obligadamente al lector.
Como
novela, «La bestia debe morir» es excelente: breve, clara, irónica y
absorbente. Compleja por la tensión moral que atraviesa su
planteamiento. Además, un espléndido cambio de perspectiva añade aristas
a la narración, con lo que los personajes adquieren mayor relieve y
autenticidad. El suspense se mantiene hasta el final. Recomendable para
todos. Impecable.
En
1969, el director francés Claude Chabrol estrenó su película «Accidente sin huella», basada en la novela. Tuvo una buena acogida crítica.
Cecil Day-Lewis (Nicholas Blake)
Cecil Day-Lewis (1904-1972) fue un poeta angloirlandés. Como
Nicholas Blake, escribió novelas de misterio. De joven fue muy comunista,
participó en las Brigadas Internacionales, aunque con los años el rojo
se fue borrando, hasta el punto de que en 1968 su Graciosa Majestad lo
nombró Poeta Laureado: poeta oficial del monarca, obligado por su cargo a
escribir panegíricos para los actos oficiales. También fue profesor en
las Universidades de Oxford y Harvard. Durante la Segunda Guerra Mundial, Day-Lewis trabajó para el ejército británico. Reputado
traductor, fue padre del conocido actor Daniel Day-Lewis. Falleció con
68 años: «Al morir, cualquier hombre puede/ Sentir la sabiduría armoniosa, fatídica,/ En la punta de la lengua».
Publicado por Alberto.
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