Título: Tirano Banderas Autor: Ramón María del Valle-Inclán
Páginas: 256
Editorial: Espasa
Precio: 8,50 euros
Año de edición: 2011
La novela de dictador latinoamericano ha dado frutos tan magníficos como «El otoño del patriarca», de García Márquez, «Yo, el supremo», del
maestro paraguayo Augusto Roa Bastos, o «El señor presidente», del
guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Estas novelas, tan distintas entre
sí, tienen un elemento común: denunciar las arbitrariedades de un poder
incontrolado representado por un tirano que se sostiene por el miedo, el
caudillismo, el populismo, la demagogia y las influencias neocoloniales
de intereses extranjeros, sobre un fondo de subdesarrollo, superstición
e injusticia. La figura del déspota se inspira en la atormentada
geografía política iberoamericana, pero en el caso de García Márquez
acabará convirtiéndose en un personaje mítico, desembarazado de lo
concreto y elevado a la condición de símbolo, dentro de un universo
caliente, denso, tropical, onírico, alucinante, que cuaja en el llamado
realismo mágico: una estilización de la realidad para hacer más intensa
la denuncia.
Pues bien, don
Ramón María del Valle-Inclán, que no necesita presentación, fue uno de
los precursores de este tipo de novela cuando en 1926 publicó su
excepcional «Tirano Banderas». Esta joya del modernismo español cuenta
los últimos días de un autócrata llamado Santos Banderas. La época:
finales del siglo XIX. Santos Banderas es el mandamás de Tierra
Caliente. En la exuberante Tierra Caliente las pasiones arden y la vida
se evapora como la humedad en la selva. La violencia es endémica en este
país mísero y mágico. Podría ser Méjico, cualquier otra nación
sudamericana o, quizá mejor, una lectura poética de lo que Valle-Inclán
entendía por Latinoamérica: un territorio mítico.
Santos
Banderas es indio, viejo, cruel y astuto; sabe que su poder despótico
se tambalea; busca apoyos para salir del trance, para seguir haciendo
felices a sus súbditos, porque, como dice cínicamente, la ley es la
garantía de las libertades ciudadanas. Se le olvida que su libérrima
voluntad es la ley en Tierra Caliente.
Un
acierto genial de Valle-Inclán es la imagen del dictador: un anciano
alto y apergaminado, de levita, con antiparras negras y las comisuras de
los labios manchadas del verde de la coca que siempre está mascando. Su
físico cadavérico evidencia un alma muerta: malvada, sombría,
retorcida. Es uno de los personajes más extraordinarios de la literatura
española e hispanoamericana. Se ha señalado que Valle pudo inspirarse
en el dictador español Miguel Primo de Rivera (que supo definir a Valle
como «eximio escritor y extravagante ciudadano»). En realidad, el
tortuoso Santos Banderas no se parece en nada a Primo.
En
1926, el escritor gallego estaba en plena etapa esperpéntica. Evidentemente, la
novela tiene mucho de esa deformación grotesca similar a la que producían los
espejos del madrileño Callejón del Gato. Algunos personajes son títeres
de cuyos hilos tira don Ramón. Otros, como el Generalito Banderas,
adquieren en cambio una verdadera dimensión humana. Por otro lado, es
muy interesante el análisis que se hace de la sociedad de Tierra
Caliente: los revolucionarios, con un confuso proyecto de redención del
indio; la rica colonia española, los gachupines, de la que Valle hace
una caricatura sangrante, busca el amparo del poderoso de turno para
salvaguardar sus negocios; la comunidad india, aplastada por la pobreza y
la superstición; el gran mundo de la diplomacia, cuya verborrea encubre
mal los intereses concretos que defiende. Y, como una sombra que planea
sobre todo el conjunto, el capital norteamericano representado por un
personaje a quien se describe como un «loro rubio». Los fulgores de la
prosa fastuosa de Valle no impiden el análisis social. Pluma brillante,
sátira afilada.
El estilo
de Valle es único. Rápidas pinceladas describen personas y cosas con la
concisión y el lirismo de los grandes poetas. Las escenas más estáticas
se combinan con numerosos diálogos y escenas de acción multitudinaria
de raigambre casi expresionista. «Tirano Banderas» es una novela de
vanguardia, en donde la prosa modernista está al servicio de un montaje
entre cinematográfico y melodramático realmente conseguido. En
definitiva, Tierra Caliente es el escenario algo irreal de un esperpento
tropical.
Santos
Banderas, perdido en su laberinto, es la muerte. No solo por su aire
apagado y fatalista, en la novela se recalca su condición de «momia»,
sino también porque sus decisiones equivalen a muerte, su reinado está
muriéndose y allí por donde pasa deja un aire mortal de abandono y
frialdad. Santos tiene miedo (desde palacio, receloso, otea con un
catalejo sus dominios) y da miedo (venganzas, ejecuciones, torturas);
poco a poco, su tela de araña, tejida pacientemente, se va
desvaneciendo, quedándose solo.
El
léxico preciosista de la novela, plagado de americanismos y palabras
rebuscadas, puede dificultar su lectura, aunque con algo de paciencia el
lector no perderá el hilo. Por lo demás, la trama está muy bien
llevada, amén de otras historias relacionadas, como la extraordinaria
venganza del indio Zacarías contra un gachupín usurero y delator.
Valle-Inclán en el madrileño Paseo del Prado
Ramón María del Valle-Inclán nació en Villanueva de Arosa en 1866 y
murió en Santiago de Compostela en 1936. Se dio a conocer como prosista
modernista a finales del siglo XIX. A partir de ahí, comenzaría una de
las carreras literarias más importantes de España: novelas, cuentos,
obras de teatro, poesías, ensayos. No vamos a insistir en ello, porque
es algo muy conocido.
Solo indicar que conocía de primera mano
Latinoamérica gracias a sus viajes (estuvo dos veces en México; la
segunda vez tuvo un gran encontronazo con la colonia española, ya que Valle apoyaba la reforma agraria de los revolucionarios mejicanos en
contra de los intereses de los propietarios españoles; esa experiencia
influyó en «Tirano Banderas»). Ideológicamente, comenzó
como carlista para terminar en posiciones de izquierdas, aunque también
admiraba a Mussolini por motivos más que nada estéticos. Como persona, Valle-Inclán fue un personaje irrepetible: bohemio, de luengas barbas,
melenudo, alto y flaco, mentiroso y siempre al borde de la miseria.
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