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domingo, 25 de noviembre de 2018

Balada de los ahorcados - François Villon


El francés François Villon (Pontoise, 1431) pasa por ser el primer poeta maldito de la historia que se conoce. Vivió en una época convulsa, llena de brutalidades, hambruna, epidemias y violencia, la Guerra de los Cien Años, que como todo el mundo sabe duró 116 (1337-1453). Nació el año en el que quemaron a Juana de Arco en la hoguera, estudió letras y frecuentó por igual aulas, tabernas y burdeles.

Contemporáneo de Jorge Manrique, le dedicó versos también a la brevedad de la vida, a sus compañeros estudiantes, a las parisinas y su delicioso modo de hablar, a las chicas de la calle y a la gorda tabernera Margot. El estudiante de la «cara flaca y delgada como un nabo», como él mismo decía, era un poeta con un estilo directo y sarcástico  que hace que aún hoy suene moderno:

Soy Francisco y el nombre me duele,
nacido en Pontoise, cerca de París,
y balanceándose al cabo de la cuerda
sentirá mi cuello lo que mi culo pesa.

Renovó formas, utilizó la burla y la ironía, utilizó un lenguaje innovador y llano, del pueblo, invirtió el ideal cortés al alabar a los ahorcados y a los marginados, y está considerado como uno de los grandes poetas de Francia, que influyó poderosamente en todos los que vinieron luego.

Fué poeta, ladrón y asesino. En una riña callejera por una mujer hirió de muerte a un canónigo, participó con la banda de los Coquillards en el robo de 500 doblones de oro del Colegio de Navarrra y finalmente, en la muerte de un notario. Pasó temporadas en la cárcel, fué perdonado, desterrado, protegido y perseguido:
  
Muero de sed cerca del manantial,
junto al fuego tiemblo de frío
y en mi tierra soy extranjero
a la vez bienvenido y rechazado.

Finalmente fué apresado por el asunto del notario y cuando le torturaron, confesó todas sus fechorías. Fué condenado a la horca y esperando ser ejecutado escribió su famosa «Balada de los ahorcados»
  
 
Balada de los ahorcados

Hermanos humanos, que viven después de nosotros,
no tengan contra nosotros endurecidos corazones,
pues, teniendo piedad de nuestras pobres almas,
Dios la tendrá antes de ustedes.
Aquí nos ven atados, cinco o seis:
en cuanto a la carne, que hemos alimentado en demasía,
hace tiempo que está podrida y devorada
y los huesos, nosotros, ceniza y polvo nos volvemos.
De nuestros males no se burle nadie;
pero rueguen que a todos Dios nos quiera absolver.

Si hermanos nos llamamos, en nuestro clamor sin desdén
nos traten, aunque hayamos sido muertos
por Justicia. Pues deben entender
que no todos los hombres pueden ser sensatos;
perdónennos ahora, ya que hemos partido
hacia el hijo de la Virgen María;
que su gracia no nos sea negada
y pueda preservarnos del rayo infernal.
Muertos estamos, que nadie nos moleste:
pero rueguen que a todos Dios nos quiera absolver.

La lluvia nos ha limpiado y lavado,
y el sol desecado y ennegrecido;
urracas, cuervos, nos han cavado los ojos
y arrancado la barba y nuestras cejas.
Nunca jamás, ni un instante, pudimos sentarnos:
luego aquí, luego allá, como varía el viento,
a su placer sin cesar nos acarrea,
siendo más picoteados por los pájaros que dedales de coser.
De nuestra cofradía nadie sea:
pero rueguen que a todos Dios nos quiera absolver.

Príncipe Jesús, que sobre todo reinas,
guarda que el Infierno no tenga sobre nosotros dominio:
nada tenemos que hacer con él ni que pagarle.
Hombres, en esto no hay ninguna burla:
pero rueguen que a todos Dios nos quiera absolver.


Sin embargo, su sentencia fué recurrida y un tribunal de casación la conmutó la pena por el destierro de París. En 1463 salió de la capital a vagabundear por los caminos y se perdió su rastro. Ya no se sabe qué fué de su vida.

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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