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sábado, 12 de julio de 2025

¿Hay derechos de autor en el más allá?

Hay historias reales increíbles, tan estrambóticas y surrealistas que ni las mentes más calenturientas y averiadas son capaces de imaginas. Una de ellas es la de médiums que, asegurando que han entrado en contacto con escritores fallecidos y que les han dictado un libro, lo publican y dan lugar a las más extrañas de las demandas exigiendo derechos de autor.

Pero vayamos por partes, como el Dr. Frankestein. A final del siglo XIX, el espiritismo conoció un extraordinario auge, aparecía en diarios y revistas, personajes famosos creían en la invocación de espíritus como el mismísimo Conan Doyle y era algo casi cotidiano. En ese contexto, Emily Grant Hutchings, una profesora de latín griego y alemán metida a médium, organizó un lío fenomenal en 1917 cuando aseguró que había contactado con Mark Twain con una tabla ouija, que el escritor le había dictado una novela a través de ese artilugio y que pensaba publicarla inmediatamente para no privar al gran público de conocer la última obra del genio del Misisipi.

Emily, nacida en Misuri, había estudiado letras, publicaba artículos en prensa regularmente con cierto éxito y estaba a la sazón poniendo en circulación sus primeros relatos. Todo muy sospechoso. Además, había conocido personalmente a Twain, había cruzado con él alguna que otra carta y estaba presumiendo continuamente de ser amiga del gran hombre. Blanco y en botella.

La novela de marras se titulaba Jap Herron y su paranormal autora recibió inmediatamente dos querellas: una de la hija de Twain reclamándole derechos de autor, otra de la editorial Harper & Brothers, que tenía un contrato en exclusiva con el autor fallecido y exigía publicar el nuevo original. Hurchings celebró otra sesión de ouija para responder y dijo que el autor le había comunicado que estaba «en un estado de tortura intelectual debido a la dificultad que estaban apareciendo para imprimir su trabajo». Finalmente, la atrevida autora intentó neutralzar ambas demandas publicando la obra sin que apareciese el nombre de Mark Twain, la subtítuló «Una novela escrita con la tabla ouija» y utiizó un retrato inconfundible del padre de la literatura estadounidense. 

El texto, que trata sobre un chico pobre de Misuri que logra salir adelante, recuerda demasiado a las aventuras de Tom Sawyer y a Huckleberry Finn. Sin embargo, La crítica de The New York Times fue despiadada: «Si esto es lo mejor que Mark Twain puede hacernos llegar desde el más allá, el ejército de admiradores que sus obras han cosechado pondrá todas sus esperanzas en que, en lo sucesivo, respete el límite de la muerte».

Así quedó demostrado que todo era un fraude, el gran Samuel Clemens no podía haber escrito algo tan flojo y ramplón. La editorial de Emily, que no quería líos, aceptó comprar todos los ejemplares vendidos y destruirlos a cambio de que se retirasen todas las demandas. Una pena, porque los juicios, quizás con ouija y todo, prometían ser jugosos.

Por otro lado, no deja de ser curioso que fuese precisamente Mark Twain el protagonista involuntario y póstumo de esta rocambolesca historia, el mismo que dejó dicho que «Solo una cosa es imposible para Dios: encontrarle algún sentido a cualquier ley del copyright del planeta» y que viajó a Canadá para luchar contra la Ley Internacional de Copyright que pretendía limitar la duración de los derechos de autor.

Samuel Longhorn Clemens, alias Mark Twain

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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