Título: La atracción del abismo Autor: Rafael Argullol
Páginas: 208
Año de edición: 2012
Un viajero de espaldas ante un mar de niebla. Se apoya sobre un bastón y desde una pequeña roca que domina contempla el magnífico paisaje, imaginado y desbordante: un abismo que amenaza con tragarlo. Las montañas cubiertas de nubes se van difuminando hasta casi confundirse con el cielo. Una sensación de profunda serenidad y silencio se transmite a quien presencia la escena. Más allá de los jirones de nubes, de los montes y los bosques, está el infinito. La naturaleza no es amable. Es terrible y sublime, como el mar. Ajena al hombre. De manera instintiva, este quiere acercarse a ella. Pero la naturaleza preserva su misterio. La comunión del hombre con el mundo supone dejar de ser. El gran pintor alemán Caspar David Friedrich pintó en 1818 su maravilloso «El caminantesobre un mar de nubes», cuya influencia sobre la estética romántica fue inconmensurable. Hoy es uno de los cuadros más célebres de la historia de la pintura.
El pensador Rafael Argullol en este breve y excelente ensayo, La atracción del abismo (edición original de 1983), estudia la estética de la pintura romántica. El paisaje romántico es un paisaje del alma. Eso quiere decir lo siguiente: no es una representación exacta y fiel de la realidad, sino una interpretación subjetiva de ella. El objeto está impregnado por la subjetividad del artista, quien siente la tentación de entregarse a él, deslumbrado por una grandeza que no llega a comprender del todo y le fascina. El paisaje romántico tiene alma, como lo tenía la estepa castellana para Antonio Machado, en donde hasta las rocas soñaban. Así que Rafael Argullol nos propone un viaje a través de las ruinas, los laberintos, los nocturnos, la nostalgia y la muerte de unos cuantos grandes y pequeños pintores: Turner, Friedrich, Piranesi, Böcklin, El Greco, Goya y Füssli. Todos ellos contribuyeron, junto con escritores como Novalis, Hölderlin, Byron o Nietzsche, a establecer la gran tradición cultural del romanticismo.
El autor señala que en la base de la estética romántica se encuentra la escisión entre el hombre y la naturaleza: el hombre quiere entenderla, pero es poca cosa para conseguirlo, y acaba por caer en sus redes. Es posible que esta caída se trate de una nostalgia por la plenitud; en algún momento del pasado, el hombre y la naturaleza se confundían. La zozobra existencial consecuencia de la separación entre el hombre y la naturaleza es una de las fuentes de la modernidad.
Hagamos algo de historia. Desde el Renacimiento el hombre se elevó sobre sí mismo liberándose de viejas tradiciones heredadas que lo ataban a la rutina. Lo que resultaba grato y familiar por conocido empezó a desaparecer ante las innovaciones. Después de Gutenberg, Copérnico y Colón nada podía ser igual. La Ilustración quiso poner cierto orden racional en el cambio. El artista romántico acabaría abandonando los jardines neoclásicos, con su objetividad marmórea y sus fuentes de tritón. Tocaba explorar las cumbres borrascosas. Sobre todo, en Alemania. El creyente en la belleza se plantó ante el mar, los bosques, la nieve, la niebla, la tormenta, la noche o las melancólicas ruinas engullidas por la vegetación.
No era una naturaleza estática sino cambiante, apabullante e incognoscible en último término. No podía ser dominada. De hecho, ella parece dominar al hombre sensitivo, ya que lo atrae con los susurros del viento en los árboles, el sonido del mar o la búsqueda imposible entre la bruma; al final, consigue atraparlo; esa es la atracción del abismo: la muerte como trascendencia con el universo infinito. Ahora bien: esta trascendencia panteísta aniquila al yo tan querido por los románticos. El individuo se esfuma en la niebla, en la noche, en la nada.
Evitar que la atracción del abismo sea definitiva es la función del arte con su voluntad de universalidad y permanencia. El mediador entre el hombre y la naturaleza es la personalidad del artista. El pintor romántico moja los pinceles en las fuentes que manan de su subjetividad apasionada. Argullol lo llama la contemplación de la contemplación. Gracias a ella la naturaleza se convierte en personal, se interioriza. El arte romántico se fundamenta ante todo en la voluntad creadora del yo. Pero el interior del hombre no es un lago de aguas tranquilas. La naturaleza humana es a veces incomprensible. No obedece únicamente a estímulos racionales, como creían los ilustrados. O como escribió José Bergamín: «Miro el abismo / el abismo me mira / somos lo mismo».
Dice Argullol que «el artista romántico no se limita a la percepción sensitiva y consciente y, por el contrario, recurre, no como un elemento secundario sino como la fuerza principal, a la indagación de su propio subconsciente. Frente a la mímesis realista, la confrontación del romántico con su entorno se halla mediatizada por una confianza absoluta en la subjetividad y en las criaturas creadas por esta». Con el romanticismo el camino del arte quedó abierto para la imaginación creadora más desbordante. Ahí está la raíz del surrealismo y del expresionismo. En estas vanguardias del siglo XX la lucha entre el yo romántico y la naturaleza se salda a favor de lo inerte: en los paisajes de Magritte, Dalí o De Chirico el hombre ha desaparecido y el mundo está muerto. Es el pesimismo nihilista de la modernidad.
La atracción del abismo es un libro breve, claro, muy bien escrito y estructurado con acierto. Su lectura es muy grata. También obliga a pensar. Argullol enmarca las tensiones artísticas en este momento de transición hacia el espíritu moderno dentro de un cambio intelectual más global. El hombre empezó a sentirse solo en el universo. A medida que sabe más, se sabe menos importante. Este desvalimiento existencial llevó al artista romántico a conjurar con el arte la amenaza del abismo. De esta lucha nacieron verdaderas obras maestras del espíritu humano. Argullol las desmenuza brillantemente en este estupendo libro.
Rafael Argullol (1949) es un narrador, poeta y ensayista español nacido en Barcelona. Fue un estudiante brillante de economía, filosofía y ciencias de la información. Las autoridades franquistas lo encarcelaron en 1969 y 1971. Ese último año fundó la editorial Fontamara. Entre 1974 y 1978 estudió en Italia gracias a una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores Italiano. Ha viajado mucho, publicado más de treinta libros y recibido numerosos premios. El profesor Argullol es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Una frase de Argullol: «Adoramos a un becerro de oro que es el de lo inmediato».
Publicado por Alberto.
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