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viernes, 27 de septiembre de 2024

El árbol - John Fowles

Título: El árbol                                                                                                                       Autor: John Fowles

Páginas: 104

Editorial: Impedimenta
 
Precio: 17,95 euros
 
Año de edición: 2015

Este sorprendente ensayo del escritor británico John Fowles, publicado originalmente en 1979 y traducido por Pilar Adón, es un hermoso canto a la comunión directa del hombre con la naturaleza, simbolizada en el bosque, que es mucho más que un conjunto de árboles con sus respectivos nombres. La clasificación científica elimina el encanto de la floresta, convirtiéndola en algo exterior y ajeno a nosotros, un mero recurso que puede explotarse como tantos otros. No. Para Fowles el bosque es una mansión verde llena de vida. Diferente al hombre, pero de alguna forma complementario. La aventura del hombre inmerso en la naturaleza, en el corazón del bosque que custodia sus secretos entre el murmullo de las hojas de los árboles, es de carácter místico. Una forma de religión donde los árboles venerables son heraldos de ese otro mundo silencioso que nos envuelve, arrulla y no podemos reproducir con palabras. Una experiencia inefable. 

El autor introduce en su ensayo algunas brillantes pinceladas autobiográficas. Su padre era un hombre de negocios práctico y realista que cada mañana se desplazaba de su casita suburbana a la City londinense. En la parte de atrás de su domicilio tenía un huerto. Cuidaba de sus árboles frutales, manzanos y perales, hasta el punto de que daban unos frutos cuyo sabor aún deleitaba a su hijo cuando los recordaba muchas décadas después. Pero esta era una naturaleza dominada, controlada y manipulada por el hombre. 

Fowles hace la siguiente reflexión: los hombres temen a la naturaleza cuando no consiguen controlarla. Siempre buscan la certidumbre. Esta realidad se aprecia incluso en el arte, reacio durante siglos a una representación excesivamente exuberante de la naturaleza. Cuando el mundo no tiene propósitos humanos, resulta peligroso. Como si los hombres solo admitieran una clase de vida en la tierra: la suya. La vida oscura, inmóvil, vegetativa, silenciosa, comunitaria, de los árboles, no les interesa e incluso parecen temerla. En la cadena del ser, las plantas y los animales no alcanzan la categoría ontológica del hombre, ser consciente y parlante, que destruye la humildad silenciosa del bosque y los variopintos sonidos de sus habitantes. Para Descartes los animales carecían de alma. En el bosque medieval solo vivían bandidos, prófugos y leprosos. Era el dominio de los excluidos. 

El humanista John Fowles apuesta por una proximidad auténtica del hombre a la naturaleza para conseguir así su plena realización. Rechaza las taxonomías heredadas de Linneo. La vitrina o el jardín son una reproducción selectiva, un orden falso, ya que cosifican la exuberancia de una naturaleza viva y cambiante. El hombre enumera y clasifica objetos muertos. Es una herencia de siglos de ilustración, ciencia y ensimismamiento empírico. Ya decía Goethe que «gris es toda teoría y verde es el árbol de oro de la vida». El hombre místico que entiende a la naturaleza la hace suya, al igual que ella lo transporta en un arrobo a ese cielo lleno de hojas del que hablaron algunos poetas. La naturaleza no es del todo ajena al hombre. Cuando la alejamos de nosotros, la matamos, en un sentido figurado (también real, por desgracia). 

Cuando el hombre escucha el silencio profundo de un bosque virgen, bebe de ese manantial siempre renovado que es la vida al igual que lo hacen animales y plantas. John Fowles era un romántico con raciocinio que expresó lúcidamente sus reparos respecto a una civilización moderna y pragmática que destruye el misterio. El bosque es un lugar encantado. Una catedral de la religión natural. Y por eso debe preservarse frente al desencanto del mundo. En cierta medida, el bosque, con sus vericuetos y sus engaños, también recuerda a la novela moderna, que huye del realismo banal. El arte sería esa rama de la ciencia inasequible a la ciencia oficial inspirada en principios y doctrinas demasiado estrechos. El arte tiene su magia, al igual que la naturaleza. 

Encontramos en El árbol muchas frases hermosas, de esas que se subrayan. Recordamos algunas: «Pero una brizna verde es al grano maduro lo mismo que un niño es al padre del hombre», «Lo que está en verdadero peligro no es tanto la naturaleza como nuestra actitud ante ella», «La evolución ha hecho del hombre una criatura que aísla y divide todo lo que le rodea», «Hay algo en la naturaleza de la naturaleza, en su inmediatez, en su fermento creativo y su potencial oculto, que en nuestra psique queda vinculado directamente al hombre verde o al hombre salvaje», «En cierto modo, los bosques son como el mar, demasiado diferente e inmenso en cuanto a sus desafíos sensoriales, así que, al final, todo lo que podemos es captar la mera superficie o atisbar un brevísimo destello». 

En definitiva, un ensayo breve, hermosamente escrito, con numerosas observaciones sugestivas y felices. Algunas de sus reflexiones, no obstante, son más discutibles, ya que derivan, en mi opinión, hacia un misticismo panteísta bastante pueril y poco o nada inteligible. Evidentemente, si los secretos arcanos del bosque no pudieran describirse con palabras este ensayo no tendría sentido y nunca se debería haber escrito por superfluo y absurdo. Como afortunadamente no es así y con palabras nos entendemos, estas de John Fowles, tan hermosas, deben ser leídas y disfrutadas como se merecen.

 
John Fowles

John Fowles (1926-2005) fue un importante novelista y ensayista británico nacido en el condado de Essex. Su padre era un comerciante de tabaco y su madre, maestra. Estudió francés y alemán en las universidades de Oxford y Edimburgo. Era un gran admirador de los existencialistas franceses como Camus y Sartre. Sirvió en la armada británica, viajando por varios países. Su primera novela, El coleccionista (1963), fue un gran éxito de crítica y público. En 1965 William Wyler dirigió una gran película basada en la novela. Sus otras dos novelas más importantes, El mago (1965) y La mujer del teniente francés (1969), también fueron llevadas a la gran pantalla. John Fowles escribió asimismo diarios y un libro de reflexiones filosóficas. Considerado el padre del postmodernismo británico, falleció en Dorset con 79 años.

Publicado por Alberto.

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