Precio: 10 euros
Año de edición: 2007
La batalla de las Termópilas es un acontecimiento histórico legendario que marcó un antes y un después en el desarrollo de la cultura occidental. En el año 480 antes de Cristo los trescientos espartanos comandados por el rey Leónidas frenaron un inmenso ejército persa que amenazaba con conquistar la Grecia continental. De haber triunfado los persas, sin duda que el destino de Europa hubiera sido otro. Así que las Termopilas han quedado como símbolo del sacrificio heroico en un espectacular enfrentamiento entre oriente y occidente. Pero hay mucha hojarasca sobre esta batalla, que el gran helenista Paul Cartledge se ocupa de barrer en este sólido libro. Ni los griegos eran tan civilizados, ni los persas tan despóticos. Para tener una comprensión cabal de lo que realmente sucedió es necesario evitar maniqueísmos, anacronismos o xenofobia al estilo de la detestable película «300» de Zack Snyder, estrenada en 2006.
Cartledge advierte de que conocemos las Guerras médicas (los griegos llamaban medos a los persas) gracias a Heródoto de Halicarnaso, el padre de la historia, y a otros autores griegos. Es por lo tanto la versión de una de las partes. La interpretación persa la desconocemos porque ellos no tenían una historiografía como la griega. Esta diferencia es esencial. Otra cuestión: los griegos antiguos no eran una unidad política, sino un mosaico de polis independientes. No era raro que estuvieran en guerra. Aceptaban, eso sí, que compartían rasgos étnicos, culturales y religiosos: la Hélade. Pero el patriotismo griego clásico era local y cívico. Muchos griegos vivían además en ciudades de Asia Menor bajo soberanía persa. Se mantenían fieles al imperio. Cartledge resalta que en las Termópilas había más griegos del lado persa que del lado griego. Ironías de la historia.
El imperio persa era multicultural. Se extendía desde la India hasta Macedonia. Estaba dividido en provincias o satrapías. El gran emperador persa era un monarca absoluto de derecho divino que decidía sobre la vida y muerte de sus súbditos. Vivía en una corte fastuosa en Persépolis, Susa o Ecbatana. Sin embargo, los persas eran relativamente tolerantes con los pueblos bajo su dominio (indios, asirios, hebreos, babilonios, medos o griegos). Su religión era el dualismo de Zoroastro: el mazdeísmo. Pero el emperador persa no entendía eso de la libertad griega. A Darío le parecía inconcebible que los griegos quisieran resolver los asuntos públicos de su ciudad mediante discusiones libres en el ágora. ¡Cuánto más fácil era emitir un mandato real de fuerza irresistible, confiando a una eficiente burocracia su escrupuloso cumplimiento! Libertad frente a sumisión. En esta dicotomía insiste Cartledge. Estamos, pues, ante un enfrentamiento cultural. Dos maneras distintas de entender la convivencia.
Entre las polis griegas destacaba Esparta. Los espartanos eran duros, guerreros y xenófobos. Únicamente los ciudadanos de pleno derecho formaban la falange de hoplitas. El resto, sobre todo los ilotas, estaban esclavizados. La libertad espartana era de tipo marcial: el derecho a defender la patria espada en mano. La sociedad espartana era comunitarista, contraria a cualquier individualismo. Hoy diríamos totalitaria. Los débiles eran eliminados nada más nacer: tiraban a los bebés por un barranco. Los hombres eran ceñudos. La desabrida mujer espartana, cuando su hombre se iba a la guerra, le despedía así: vuelve con el escudo o sobre el escudo. Los extranjeros estaban mal vistos. El idioma espartano era un ejemplo de laconismo militar: seco, directo y sin recovecos. Los demás griegos, sobre todo los atenienses, tenían hacia los espartanos una actitud de miedo, admiración o desprecio. En las situaciones difíciles los espartanos eran útiles.
Y los problemas llegaron cuando a Jerjes se le ocurrió invadir la Grecia continental. Ante el peligro existencial que representaban los persas, los griegos cerraron filas. En vanguardia, Leónidas y sus trescientos. Paso de las Termópilas. Verano del 480 antes de Cristo. Un puñado de valientes se defiende frente a miles de persas. Querían ganar tiempo para que los demás griegos se reorganizaran. Como en toda historia épica, debe haber un traidor. Aquí fue un tal Efialtes. Se deslizó al campamento persa y vendió a los griegos. Buscaba una recompensa y quizá venganza. Los espartanos fueron sorprendidos por la espalda. De 300, sobrevivieron dos (uno se acabó suicidando y el otro no tardó en morir en un ataque suicida). Leónidas pereció con sus hombres. Su cadáver fue decapitado por los persas. Pero acabaron siendo derrotados y abandonaron Grecia. A partir de ahí, la historia se convirtió en mito.
Paul Cartledge estudia la resonancia a posteriori de la batalla de las Termópilas (sus sucesivas interpretaciones en distintos momentos históricos), la importancia de Heródoto por su visión hasta cierto punto comprensiva con el enemigo o la necesidad de evitar los fundamentalismos a la hora de entender a los otros, que también son hombres, obedecen a pasiones humanas universales y tienen culturas por lo menos tan apreciables como las de sus antagonistas. Los antiguos griegos legaron a la humanidad tres ideas que interesan a todos los hombres: la libertad (siempre interpretable, siempre necesaria), la competencia como esfuerzo para mejorar y la autocrítica (lo que lleva a no creerse el ombligo del mundo). No parece mal plan. En todo caso, si alguna vez se pasa por el desfiladero de las Termópilas, es buena cosa recordar los inmortales versos del poeta Simónides de Ceos: Caminante, ve a Esparta y di a los espartanos / que aquí yacemos por obedecer sus leyes.
Paul Cartledge (1947) es un historiador británico especialista en la Antigüedad. Estudió en Londres y Oxford y se graduó como Bachelor of Arts. También estudió filosofía. Desde 1979 es profesor en la Universidad de Cambridge, donde es miembro del Clare College. El profesor Cartledge es uno de los grandes expertos sobre Esparta y Atenas en la época clásica. Ha escrito numerosos libros, artículos y dirigido seminarios. También ha asesorado a la BBC en sus documentales sobre la antigua Grecia. Paul Cartledge es partidario de que se devuelvan a Grecia los mármoles del Partenón, expoliados a principios del siglo XIX por el sinvergüenza de lord Elgin. En mi opinión, ya pueden los helenos esperar sentados a que se les restituya lo suyo (la Pérfida Albión no devuelve nada). Una frase de Paul Cartledge: «A mi juicio, el análisis o la búsqueda intelectual es incompatible con ninguna rama de fundamentalismo religioso».
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