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viernes, 12 de julio de 2024

Stalingrado - Antony Beevor

Título: Stalingrado                                                                                                                 Autor: Antony Beevor

Páginas: 472 pág.

Editorial: Crítica

Precio: 19,90 euros 

Año de edición: 2015

A finales de 1942, comenzó en los confines de Europa una batalla decisiva: la batalla de Stalingrado. La soberbia de un tirano y la fría determinación de otro marcaron para siempre la historia del siglo XX. Cientos de miles de hombres murieron baleados, atravesados por bayonetas, aplastados por máquinas pesadas, quemados, enterrados vivos, de hambre, de frío, de miedo o de asco. Cuando el combate terminó en el invierno de 1943, habían desaparecido unos dos millones de personas. Stalingrado era un cráter calcinado por donde se movían lentamente, recortadas contra el blanco de la nieve sucia, centenares de figuras harapientas; eran los espectros supervivientes del crepúsculo nazi de los dioses. Hitler perdió definitivamente la iniciativa en el Frente del Este. Quedaban aún dos años para el fin, pero su destino ya estaba sellado. Stalin iba a convertirse en el nuevo amo de Europa: bigote grande sustituyó a bigote pequeño.

El historiador Antony Beevor nos cuenta la pesadilla de Stalingrado en un gran libro publicado en 2000. Se ha convertido justamente en uno de los clásicos de la oceánica bibliografía sobre la Segunda Guerra Mundial. Beevor aprovechó la apertura de los archivos soviéticos para manejar fuentes nuevas. El resultado es un trabajo deslumbrante. Una crónica vigorosa que transmite para algunos el aliento épico de la guerra. En mi opinión, lo que transmite Beevor es el soplo helado de la muerte, por eso su libro es tan bueno. Deja una idea no del todo optimista sobre el género humano.

La guerra de Beevor no es bonita. Es atroz. La guerra total, la muerte entre ciegas máquinas, es, como decía Antonio Machado, el pecado imperdonable. Beevor, con la fuerza narrativa de un tanque ruso, no deja lugar a dudas: cuando la muerte se prodiga por miles, nada tiene sentido, excepto intentar sobrevivir agazapado como una rata en un sumidero. Claro que hubo casos de heroísmo entre los dos bandos, pero palidecen ante la lucha sin reglas ni cuartel. Matar para sobrevivir y morir para dejar de sufrir. La mayoría de los soldados fueron fieles a esos dos principios tan viejos como la guerra. 

El VI ejército alemán estaba comandado por el general Paulus. Era un hombre elegante, caballeroso y meticuloso. Un perfecto ejemplo de oficial alemán de estado mayor. No era especialmente nazi, pero su fidelidad a Hitler era perruna. Solo se rompió al final del desastre. El aristocrático Paulus era un buen militar delante de los mapas, pero carecía de iniciativa e imaginación. Hitler quería Stalingrado a toda costa. Era una cuestión personal entre Stalin y él. Un símbolo de la lucha sin cuartel entre dos ideologías enemigas a muerte. Cada vez más henchido de su ego, el dictador alemán proclamaba cada media hora que los rusos estaban acabados y que carecían de reservas. Era exactamente lo contrario. 

El defensor ruso de Stalingrado era el general Chuikov. Se trataba de un hombre de aspecto tosco, decidido y brutal. Un militar estalinista con un valor sin límites. Chuikov entendió a la perfección la importancia de la lucha interminable entre las ruinas de Stalingrado. El dictador soviético dejó hacer a sus generales, al contrario que el inefable Hitler. El mariscal Zhúkov utilizó Stalingrado a modo de gran señuelo para embolsar y destruir a medio millón o más de enemigos. Los nazis y sus aliados nunca se recuperarían. 

El autor combina las grandes batallas, a veces ininteligibles para el profano en historia militar, con las pequeñas historias de rusos y alemanes, mucho más interesantes. Ninguno de los dos bandos trató bien a los civiles. Para los nazis, los rusos eran eslavos de raza inferior que debían servir de esclavos para los colonizadores alemanes. Stalin no atendía al número de víctimas. Para él eran mera estadística. Así que los sufridos habitantes de Stalingrado fueron masacrados por unos y otros, excepto aquellos que lograron escapar de la ciudad. La evacuación se hizo tarde y mal: por el río Volga, entre cañonazos. Una locura. 

En el ejército rojo los traidores que intentaban pasarse al enemigo eran fusilados sin más. Solo en Stalingrado, la NKVD ejecutó a 13.500 soldados, el equivalente a una división. Los alemanes dejaban morir de hambre a los prisioneros rusos, robaban y maltrataban a los civiles, y asesinaban sin piedad a comunistas y judíos. En Stalingrado obligaron a los escasos judíos supervivientes a llevar el brazalete con la cruz amarilla. Los rusos abandonaban a sus heridos. Los alemanes los colocaban al raso, para que murieran congelados. Hubo algunos casos de humanidad por parte de unos y otros. No demasiados. La guerra total es totalitaria, inhumana y no cree en lágrimas. 

Beevor maneja en abundancia la correspondencia de los soldados rusos y alemanes. Los rusos habían establecido una especie de relación simbiótica con el régimen de Stalin. Pero también lo criticaban cuando ya no aguantaban más. La crítica podía suponer un balazo en la nuca por derrotismo. En todo caso, odiaban intensa y justificadamente a los invasores alemanes. Entre los germanos dominaba el sentimentalismo nostálgico por la rubia familia que esperaba en la patria, el desprecio racista a los rusos, aunque admitiendo su valor suicida, y un creciente escepticismo acerca de la victoria. Estaban demasiado lejos de todo, abandonados. Simples peones en una partida que jugaba un hombre crecientemente perturbado. Su destino sería trágico. 

Disfruten de este magnífico libro. Es largo, pero se lee bien. Los historiadores británicos saben combinar narración con análisis de una manera estupenda. Beevor es un buen escritor que evoca con la frase justa un crepúsculo en la interminable estepa rusa, el bramido de un tanque, el polvo que se levanta con el derrumbe de un edificio o la soledad de un soldado perdido en la inmensidad de un erial blanco. Una buena posibilidad para el verano. 

Antony Beevor

Antony Beevor (1946) es un historiador militar británico nacido en Kensington. Su madre y abuela fueron escritoras. Beevor estudió en la Real Academia Militar de Sandhurst. Se hizo militar, pero colgó el fusil para dedicarse a la investigación histórica. También ha escrito alguna novela.

Su gran aportación son una serie de magníficos ensayos sobre las batallas de Stalingrado, Creta y Las Ardenas. En otro de sus libros, «Berlín: la caída» (2002), pasó revista a las barbaridades del ejército soviético en la Alemania de 1945, sobre todo las violaciones masivas de mujeres. Es asimismo autor de un buen estudio sobre la guerra civil española. Antony Beevor es un excelente escritor que sabe transmitir lo que cuenta con un estilo vibrante que le ha procurado millones de lectores en treinta idiomas. Galardonado con varios premios, Sir Antony James Beevor reside en Londres. 

Publicado por Alberto.

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