Título: Cuatro años en París. 1940-1944 Autora: Victoria Kent
Páginas: 181 pág.
Editorial: Gadir
Precio: 17 euros
Año de edición: 2007
Este libro poco conocido cuenta la precaria vida a hurtadillas de una exiliada española en el París ocupado por los nazis. Es un testimonio de una belleza literaria poco común. Su autora es Victoria Kent, política e intelectual republicana, una de las voces más respetadas del feminismo en nuestro país. Como tantos miles de españoles, después de 1939 tuvo que comer el negro y amargo pan del exilio. Se refugió en París. Pero a la capital francesa llegaron los amigos de Franco en 1940. Rápidamente se organizaron batidas por los agentes franquistas, los colaboracionistas franceses y la Gestapo para detener y extraditar a los refugiados españoles. Algunos, como Companys o Zugazagoitia, fueron ejecutados no bien pusieron los pies en España. Victoria Kent estaba en la lista negra de los fascistas. Se ocultó. Durante esos años de angustia llevó un diario. Esas notas fueron publicadas por vez primera en 1948 en Argentina bajo el título de «Cuatro años en París. 1940-1944». En España no se editaron hasta 1978.
Este libro tiene la gran virtud de transfigurar la dura realidad de la clandestinidad en un canto a la libertad del hombre, aunque sea dentro de las cuatro paredes de su cerebro. El pensamiento libre equivale al viento que sopla, orea la tierra y nadie alcanza, un poco al estilo de León Felipe. Dice Victoria Kent que «en aquellos días, semanas, meses, años de soledad inmersa en un clima de tragedia y de sangre, mi ánimo tendía espontáneamente a la reflexión, a la abstracción».
Un personaje masculino, Plácido, alter ego de la autora, está solo en la habitación de un barrio de París. Pasan las semanas. La mente del refugiado divaga acerca de muchas cosas: la naturaleza huidiza de una libertad que debe empezar por ser individual para luego abrirse a los demás (no la falsa libertad de las masas dirigidas por consignas), las calles tristes de París holladas por botas hostiles, la pesadilla totalitaria que sustituye la ley por una anarquía dirigida o el carácter mecánico de los credos que obcecados por preservar una dudosa alma colectiva acaban matando el alma real de cada persona.
A Plácido le asalta a veces el recuerdo de España: una plaza inundada de sol, niños correteando, flores. Basta con mirar por la ventana el gris panorama de la ciudad muerta para que esta imagen idílica se evapore como un sueño. Mientras tanto, el tic tac del reloj marca el paso implacable de las horas. Hastío. Monotonía. Aceptación resignada de que el fin puede llegar con un simple golpe en la puerta.
Plácido deberá abandonar su refugio porque van a por él. Manos amigas le proporcionan refugio, documentación falsa y tarjetas de racionamiento. Todo lo indispensable para sobrevivir, si es que hay suerte, porque el azar, siempre tan caprichoso, pende como una espada de Damocles sobre los perseguidos. Así que Plácido contempla los monótonos desfiles de los alemanes, las primeras acciones armadas de la resistencia o la deportación de los judíos a los hornos del este. Francia se adapta a la nueva situación como el pueblo calculador que es.
El tiempo pasa, la derrota nazi se anuncia y las esperanzas (tímidas, susurradas) empiezan a brotar como los trinos de los pájaros en primavera. La libertad no estaba muerta sino en libertad vigilada. El fantasma de la barbarie empieza a desvanecerse envuelto en mil crímenes. Aún muerde, pero sus días están contados.
Si tuviera que elegir dos pasajes de este libro me quedaría primero con esta admirable observación poética acerca de la oscura vida de las cosas:
«Las cosas tienen su expresión propia, una expresión menos bulliciosa que la de los seres y se hacen sensibles siempre que nuestro espíritu abre el dispositivo; no les prestamos la suficiente atención porque somos víctimas todos de las voces altas, de la precipitación, de dar órdenes o recibirlas; pero si nos ponemos a tono con ellas nos apuntan a veces direcciones y consejos y hasta nos cuentan su intimidad».
Y con esta maravillosa descripción del París humillado:
«Sus calles, bulliciosas y floridas antes, están silenciosas y marchitas; su luz maravillosa azulada y malva, rosa y verde, llega hasta mí más tamizada; pasó ya el tiempo en que su río indolente mecía ilusiones; pasó ya el tiempo en que paseantes se podían acodar en sus puentes y contemplar las golondrinas huyendo de las primeras sombras, y los murciélagos corriendo a la caza de su presa. Sus puentes están desiertos, tiene libres sus márgenes y ya no arrastra cadáveres; va lleno hasta los bordes de almas».
Un libro magnífico que merece la lectura. Por desgracia, fue el único que escribió Victoria Kent.
Victoria Kent Siano (1892-1987) fue una abogada y política española nacida en Málaga. Su familia era de clase media y de mentalidad abierta. Victoria estudió magisterio en Málaga y derecho en Madrid. Se vinculó a la Institución Libre de Enseñanza, verdadero jardín de infancia del progresismo español. A partir de 1925, Victoria Kent comienza a ejercer su profesión de abogada, llegando a defender al político republicano Álvaro de Albornoz. En 1931 se convierte en una de las tres diputadas en las Cortes Constituyentes de la Segunda República, junto con Clara Campoamor y Margarita Nelken. Al contrario que Clara Campoamor, se opuso al sufragio femenino. Azaña la nombró directora general de prisiones. Intentó humanizar el crudo sistema penitenciario de la época y alcanzó gran popularidad. En 1936 fue elegida diputada por Izquierda Republicana.
Se exilió en Francia después de la
guerra. En París
sobrevivió en la clandestinidad a las persecuciones de franquistas, nazis
y petainistas. Recibió la Cruz
de Lorena por su participación en la resistencia francesa. En
1948 se fue a México.
Allí siguió trabajando para humanizar las cárceles. En 1950 se instaló
definitivamente en Nueva
York. Fue ministra sin cartera en un gobierno republicano en el
exilio. Fundó y dirigió la revista antifranquista Ibérica, que se
publicó entre 1954 y 1974, gracias al apoyo económico de su compañera Louise Crane. En 1977, ya
anciana, Victoria regresó a España. Falleció en Nueva York en 1987.
Publicado por Alberto.
Muchas gracias, Alberto. Me ha gustado, he ilustrado mucho tu reseña.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti Charli.
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