Título: La balsa de piedra Autor: José Saramago
Páginas: 440 pág.
Editorial: Alfaguara
Precio: 17,95 euros
Año de edición: 2022
«La balsa de piedra» (1987) es una fabulosa alegoría sobre la Península Ibérica, tan lejos y tan cerca del resto de Europa. Como consecuencia de un avatar geológico incomprensible, los Pirineos se rompen, las tierras se separan con un bronco rugido que recuerda los viejos tiempos del bíblico Mar Rojo, y el territorio de España y Portugal, cual balsa de piedra, se aleja de Europa, navegando a la deriva por el océano Atlántico, que Camoens llamara la mar tenebrosa.
Alejandro Dumas escribió que África empezaba en los Pirineos. Pues no: los hados ocultos que dirigen la deriva de los continentes han decidido que al sur de los Pirineos no haya nada, excepto un vertiginoso precipicio cortado a cuchillo, de altura imposible, un tajo radical, drástico y seco, en donde se termina abruptamente Europa. España y Portugal, la vieja Iberia, se pierden perezosamente en el horizonte marino. Hasta nunca, europeos.
Con este argumento aparentemente delirante, pero lleno de resonancias míticas e históricas, el portugués José Saramago escribió una de sus mejores novelas. El divorcio con Europa se anuncia por una serie de signos premonitorios: la bandada de estorninos que persigue a uno de los personajes, la fuerza digna de un Hércules que permite a un débil individuo arrojar una enorme piedra al mar o el farmacéutico que es una especie de sismógrafo viviente sensible a las más ligeras conmociones de lo profundo. Como en las leyendas antiguas, la magia acompaña los grandes cambios históricos. En este caso, también geográficos.
Saramago dosifica con exactitud el delicado material narrativo que nos ofrece: anuncio de la catástrofe con resonancias míticas, quiebra y cambio radical, acogido al principio con cautela, luego como un acontecimiento inevitable que todo lo cambia sin remisión. Aquí y allá aparecen grietas. Se parten montañas por la mitad. El tranquilo curso de un río se convierte en una fragorosa catarata que cae en un abismo insondable. Pueblos cortados en dos. Fronteras increíbles que aparecen como por arte de encantamiento en lugares en donde nunca pasaba nada. Vanos intentos de colmar las grietas con cemento armado. Y es que los esfuerzos humanos nada pueden contra el dictamen telúrico de los dioses ibéricos. Terror generalizado. El absurdo hecho realidad. Como en una película de catástrofes, empieza el gran divorcio de la Península Ibérica.
Del desastre colectivo se pasa a las vicisitudes individuales de tres personajes que advirtieron de antemano que se acercaba la gran transformación. Son gente normal, pese a su capacidad premonitoria. Profetas corrientes. Celtíberos anónimos. Atemorizados por el interés que los estados muestran por ellos, más que por la catástrofe, peregrinan por la Iberia profunda en busca de una respuesta que no aparece por ningún lado. Esto permite a Saramago ofrecernos un hermoso retrato del macizo de la raza, por decirlo en términos noventayochistas: campos silenciosos, pueblos blancos, la profundidad plateada de los olivares, el cielo azul inmaculado, polvo, sudor y moscas. Los hispanos siguen haciendo su vida normal, acodados en los mostradores de los bares.
Los aficionados a Saramago saben cuál es su estilo. Frases largas, densas, envolventes, que describen con obsesivo detalle los acontecimientos. Es una prosa hipnótica, que combina el embrujo de los viejos cuentos a la lumbre del fuego con el estilo indirecto, torrente de conciencia, de la más rabiosa modernidad. Esto da a sus libros un aire compacto, sólido, perfectamente acabado, que, sin embargo, no pesa, ni resulta abrumador. La obra de Saramago no es, como decía Calígula de la de Séneca, «cemento sin cal», sino una airosa construcción con sólidos cimientos. En ocasiones, alcanza el grado de la más excelsa poesía. Por ejemplo:
«El cielo estaba alto, punteado de estrellas que parecían cercanas como si colgaran invisibles de él, polvo de cristal, velo de leche nevada, y las grandes constelaciones refulgían dramáticamente, Boyero, las dos Osas, sobre los rostros alzados de los dos hombres caía una llovizna fría hecha de cristalitos de luz que se pegaban a la piel, quedaban prendidos en el pelo, no fue la primera vez que tal fenómeno se dio, pero de repente callaron todos los murmullos de la noche, sobre los árboles apareció el primer albor de la luna, ahora tendrán que apagarse las estrellas».
En definitiva, a partir de un acontecimiento disparatado (lo que remite a Kafka, los surrealistas o Ionesco), Saramago habla del destino de Iberia, su tierra, que también es la nuestra. De su peculiar condición europea. De no dejarse deslumbrar por los ricos y a menudo prepotentes vecinos del norte. De no renunciar a ser algo distinto dentro del mundo occidental. España y Portugal ingresaron en la CEE el 1 de enero de 1986. Se derrochó por entonces mucho papanatismo acerca de que ahora ya «semos» europeos. Una condición excelsa, diferente y superior. El mismo año, Saramago, portugués ibérico y por lo tanto también español, supo reírse con talento de tanta cursilería con una alegoría genial y a la contra: España y Portugal se marchan muy lejos de Europa por esos mares de Dios. Novela magistral de obligada lectura.
José Saramago (1922-2010) fue un escritor portugués que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1998. Su familia era muy humilde: trabajadores del campo. Debía haberse llamado José Sousa, pero el funcionario del registro civil le hizo el gran favor de inscribirlo como Saramago (apodo de su familia, «Jaramago» en castellano, una planta herbácea), porque un escritor siempre preferirá apellidarse Saramago antes que Sousa. Este apellido anuncia ya las raíces (nunca mejor dicho) de su obra: influencia de la cultura popular y del mundo rural. En 1925 su familia se mudó a Lisboa. Saramago abandonó los estudios con 15 años. Trabajó como cerrajero y en una caja de pensiones. Leyó mucho por su cuenta.
Acabó por dedicarse al periodismo y la traducción. Se hizo comunista, por lo que sufrió la persecución de los salazaristas. En 1974 se adhirió a la romántica Revolución de los Claveles, que terminó con la vetusta tiranía portuguesa. Saramago había publicado su primera novela en 1947. Luego siguió un largo silencio roto solamente por algunas poesías. En los años 70 se convierte en un gran escritor. Su madurez estilística se expresa en una prosa densa y compleja que supera los moldes del realismo. Aparece uno de los grandes escritores europeos de finales del siglo XX. Se multiplican las traducciones, los estudios críticos, los premios y los homenajes. Saramago, anciano venerable, es un ejemplo moral para muchos. El maestro portugués falleció con 87 años como consecuencia de una leucemia.
Publicado por Alberto.
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