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viernes, 11 de agosto de 2023

Los tres impostores - Arthur Machen

 

Título: Los tresimpostores                                                                                                     Autor: Arthur Machen

Páginas: 240
 
Editorial: Planeta
 
Precio: 19 euros  

Año de edición: 2018

«Los tres impostores» (1895), del maestro del terror Arthur Machen, nos lleva al Londres victoriano de fines del siglo XIX. Una ciudad viva y palpitante. Un personaje colectivo. En sus calles abarrotadas tiene lugar una extraña persecución. El motivo es el robo de una moneda romana única: el Tiberio de oro. Un joven nervioso, moreno, bigotudo y con gafas intenta escapar de sus tres infatigables perseguidores. Por esos caprichos que a menudo tiene el azar, dos caballeros, literato peripatético uno y escéptico erudito racionalista el otro, se verán involuntariamente involucrados en la búsqueda del hombre de los anteojos, sin llegar a entender cabalmente la razón de tan obsesivo acoso. Los tres perseguidores se hacen pasar por lo que no son para ganarse la confianza de los caballeros. Ansiosos, les preguntan si han visto al joven huidizo, que es como una sombra despavorida. De paso, les cuentan unas cuantas historias insólitas, macabras y terroríficas. Verdad y mentira se enredan como las cerezas dentro de un saco. 

Esta novela es un laberinto de trampas y equívocos de portentosa originalidad. Los criminales entretienen sus momentos de ocio tejiendo horrores imaginarios mientras planean horrores reales. Londres, en lo más alto de su prestigio imperial, envuelve como un océano rugiente estas vidas anónimas y absurdas. La urbe es un gran teatro del mundo o velo de maya que encubre otras realidades menos tangibles. Está salpicada de callejuelas lóbregas y misteriosas. Manchas de lepra de la gran ciudad. A Machen le interesan estos rincones sombríos, ya que en ellos se manifiesta lo preternatural. Misterios de lo ordinario. Escalofríos. 

Algunos de los cuentos recogidos en «Los tres impostores» han pasado merecidamente a todas las antologías de la literatura terrorífica. Vamos con algunos. En «La novela del sello negro», una joven desvalida que está a punto de suicidarse conoce al profesor Gregg, que la hace su secretaria. Es un prestigioso antropólogo algo heterodoxo. Acumulando todo tipo de fuentes, el sabio llega a una escalofriante conclusión: en determinados lugares remotos del planeta sobrevive una raza prehumana de pequeño tamaño y maldad sin cuento. Detrás de los mitos, de las leyendas y el folklore, se vislumbran pesadillas ancestrales que la mente humana intenta apartar porque llevan inevitablemente a la locura o la perdición. El profesor Gregg compara las toscas inscripciones cuneiformes del sello negro con otras idénticas descubiertas en zonas inhóspitas del planeta. Sus autores son los mismos. 

En Gales, por otro lado, varios asesinatos y desapariciones mantienen en vilo a los lugareños de una aislada zona rural. El profesor Gregg alquila una mansión en esos parajes tan alejados de la civilización moderna: colinas de roca desnuda, valles profundos, bosques negros e impenetrables que albergan más de un secreto, granjas aisladas, un idioma inmemorial, el galés, que se va perdiendo, la calzada romana que recuerda un pasado en el que se habló latín en tierras tan septentrionales, un muchacho retrasado mental de aspecto maligno y que farfulla en un idioma sibilante y desconocido. Un relato extraordinario con un ambiguo final. 

Helen Leicester es una joven dama londinense que tiene un hermano licenciado en leyes. Un joven muy trabajador, siempre en su habitación memorizando códigos legales. Helen quiere que salga más, que se divierta, que viva la vida, porque lo encuentra consumido, agotado y pálido como un anacoreta. Consulta con el médico. Este le receta a su hermano un reconstituyente para levantar el ánimo. Helen acude a la botica. El anciano farmacéutico le da unos polvos blancos que saca de un tarro polvoriento. El específico tiene un aspecto inofensivo. Se disuelve en un vaso de agua. El joven bebe su dosis cada día después de comer. Mejora. Sale de su casa. Disfruta con los amigos. Por primera vez en su vida goza de la existencia. Pero su asustada hermana advierte en él un cambio paulatino. Su hermano ya no es su hermano. Su mirada es turbia y vacía. Su voz, hueca. Una tarde, cuando un crepúsculo extraordinario parece incendiar las calles de Londres, Helen advierte en la mano del hermano una pequeña herida negruzca y de mal aspecto. Empieza la pesadilla: una mancha repugnante en el techo, un atizador, dos puntos negros y brillantes que fueron ojos.

Como se ve, «La novela del polvo blanco» recuerda en algunos aspectos a «La metamorfosis» de Kafka: ambiente somnoliento y burgués resquebrajado por un horror inaudito. Una joya de cuento que Lovecraft consideraba la culminación de lo repugnante. El desorden interior se manifiesta en la podredumbre exterior de personas y cosas (¡el retrato de Dorian Gray!). Por ahí, Machen anuncia un nuevo tipo de horror, crudo, directo y material (pero no materialista). 

Hay más. Un caballero que pasea de noche por las calles interminables de Londres, iluminadas fantasmalmente por luces de gas, tiene un encuentro inesperado con un conocido que insiste en llevarlo a su casa. El raro individuo es aficionado a coleccionar objetos macabros. En otro relato, un viaje a los Estados Unidos acabará de manera tan desconcertante como horrible. Por esas malas tierras del Medio Oeste existe una banda de malhechores que nadie sabe si están vivos o muertos. Roban, torturan y matan. Los lugareños deciden dar un escarmiento a los criminales a la manera clásica yanqui: colgando de un árbol al primer sospechoso. Volvemos a Londres. Una joven espera a su hermano sentada en el banco de una plaza tranquila. El ruido de la ciudad llega amortiguado y lejano. Está atardeciendo. Una niebla densa difumina las formas. Llega su hermano. Va acompañado de un caballero desconocido, alto y de negro, cuya cara parece una máscara sin expresión. El hermano pasa por delante sin mirarla. Murmura algo. La mujer se da cuenta de que el macabro acompañante lo tiene agarrado. Pero la mano es una masa putrefacta salida de una tumba. Algo monstruoso, descarnado y descompuesto. 

El libro empieza y termina en una mansión abandonada cerca de Londres (no faltan un jardín desolado invadido de malas hierbas y una fuente modernista con agua muerta en la que se refleja un tritón verdoso). Allí donde la ciudad muere sin llegar a ser del todo campo culmina la historia. En esa tierra de nadie se cierra el círculo perfecto de un libro que tiene de todo: horror, humor, los sonidos, olores y colores de la vida londinense, una crítica del realismo mostrenco, la defensa de la imaginación creadora que va más allá de los sentidos, cierta sátira de los caballeros con rentas que les permiten divagar sin hacer nada de provecho y una reflexión magistral sobre los vagos límites entre lo cierto y lo fabulado que anuncia a Chesterton. La calidad descriptiva de tantas páginas evoca los cuadros del pintor victoriano John Atkinson Grimshaw. Un librito más que recomendable para los aficionados a la literatura fantástica y a la literatura a secas. Ofrece horas de diversión asegurada. 

Arthur Machen

Arthur Machen (1863-1947) nació en Caerleon-on-Usk, Gales, como Arthur Llewellyn Jones. Es uno de los grandes maestros del relato fantástico de todos los tiempos, cuya influencia llega hasta hoy mismo. Arthur era hijo de un pastor anglicano. Desde niño quedó asombrado por la belleza de su tierra, con sus raíces celtas, romanas y medievales. Su familia era pobre y no pudo acudir a la universidad. No obstante, leyó mucho, adquiriendo una erudición asombrosa en varios idiomas. Muy joven se fue a Londres en busca del éxito literario. Le esperaba la pobreza y la bohemia del literato sin suerte. Trabajó en mil oficios, pasó hambre y se paseó incansable por las calles de la capital británica, que conocía como la palma de su mano.

Poco a poco, con muchos esfuerzos, se fue abriendo camino como escritor, traductor, editor y librero. Se casó y recibió una herencia importante que le permitió vivir una temporada con desahogo. Sus fantasías de horror decadente como «El gran dios Pan" (1894), «Los tres impostores» (1894), «El pueblo blanco» (1899), la extraordinaria novela «La colina de los sueños» (1907) o «El terror» (1917) le dieron merecida fama. En ellas mezclaba ocultismo, paganismo, erotismo y simbolismo hermético con la destreza de un alquimista. 

Machen era un tipo singular. Estuvo metido en sectas esotéricas, como la mítica «Golden Dawn», en compañía de Yeats y Algernon Blackwood. No duró mucho en ellas. También fue actor shakesperiano y hasta mago por esos mundos de Dios. Ejerció el periodismo y la crítica. Publicó antologías. Siempre desconfió de la ciencia y la razón. Llegó a simpatizar con el fascismo. Durante los años veinte gozó de una efímera buena posición económica (editó sus obras completas en 1923). Escribió sus memorias. Lovecraft lo consideraba como uno de los genios del relato de horror. Pero la vejez de Machen no fue fácil. No tenía ni cinco. Malvivió como lector de manuscritos. Abandonó su casa de Londres. Al cumplir ochenta primaveras se le rindió un justo homenaje en el que participaron T. S. Eliot, Bernard Shaw, Algernon Blackwood y Walter de la Mare. El inefable Borges lo admiraba mucho. Arthur Machen falleció en 1947.

Publicado por Alberto.

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