Título: El tren llegó puntual Autor: Heinrich Böll
Páginas: 160 pág.
Editorial: Destino
Precio: 20 euros
Año de edición: 2011
A finales de 1943, un soldado alemán, Andreas, se encamina en tren hacia el frente del este. El Tercer Reich se enfrenta a una derrota cada vez más segura. Un hálito de tristeza envuelve a cosas y personas. Por las noches, los reflectores buscan en el cielo a los aviones enemigos. De día se retiran los escombros de las ciudades bombardeadas. Los cadáveres se amontonan en las calles devastadas, mientras se escucha el ruido sordo de los derrumbamientos. Solo los más insensatos proclaman la victoria final. Cuando lo hacen, les envuelve un cerco invisible del más profundo silencio, que resulta más elocuente que cualquier otra cosa. Cunde el miedo a la Gestapo.
Andreas es un joven de veintitrés años. Católico y pacífico. Incluso se ha olvidado en su casa el fusil reglamentario. El largo viaje le permite conocer a varios compañeros. Otros soldados como él. Carne de cañón que está siendo sacrificada a los sueños insensatos de un señor de la guerra llamado Adolf Hitler. El traqueteo del tren los adormece. Pasan por ciudades, pueblos, campos, bosques. Las personas más variopintas suben y bajan, desapareciendo para siempre en una imagen furtiva, entrevista. Andreas tiene una premonición, un leitmotiv que se repite a sí mismo una y otra vez: piensa que va a morir y que lo hará pronto. La condena a muerte es un secreto que no le abandona.
«El tren llegó puntual» (1949) es una de las primeras novelas del gran escritor alemán Heinrich Böll. Es breve, sencilla de forma y absolutamente desconsoladora. No es un cuento de guerra convencional con sus batallas, sino una profunda reflexión del sinsentido de la guerra a través de las experiencias corrientes y vulgares de unos soldados que deben volver al frente con el riesgo de perder sus jóvenes vidas. Estos pobres reclutas son como flores que apenas abiertas son cercenadas de un tajo. Caen al suelo, se secan, se pisan y se olvidan. Los personajes de esta novela saben que la guerra está perdida. Sobre ese particular, no tienen dudas. Pero lo grave no es perder la guerra (algo por lo demás deseable, porque se librarán para siempre de los nazis). Lo terrible es perder la propia vida. Las guerras van y vienen. Se repiten a lo largo de los siglos. Son en cierto modo eternas. Los hombres, no. Una vez que se van, no regresan. Un sórdido fatalismo empuja a estos pobres soldados hacia la perdición. Para aquellos estúpidos que presumen de uniformes bien planchados, medallas y taconazos, no tienen más que un callado sarcasmo.
Todo es trivial en «El tren llegó puntual». Andreas reflexiona sobre su pasado a medida que se acerca a la línea de frente (aunque con el avance imparable del enemigo ruso, a saber dónde está realmente esa nueva línea, «inexpugnable» según la propaganda). Piensa que sus pocos años no han sido muy satisfactorios. La escuela, el servicio de trabajo obligatorio, la guerra, el uniforme y al frente. Así desde hace años. El totalitarismo dispone de las vidas como un Dios indiferente con sus criaturas.
El pasado es poca cosa. El futuro, se estrecha más y más, como la piel de zapa. El presente es de una monotonía insufrible. Encontrar un sitio en un vagón sucio y atestado plagado de sufridos exciudadanos polacos, que miran con odio comprensible un uniforme alemán. Escabullirse cuando aparece un sargento gritón. Emborracharse con aguardiente. Dormitar. Jugar a las cartas. Intentar lavarse en una cuba de agua helada con un jabón que raspa como la lija. Esperar con el petate al hombro en el andén olvidado de un pueblo de nombre impronunciable. Hablar de tonterías con un compañero cansado y ojeroso. Escuchar las quejas de un desgraciado que fue violado en una trinchera de barro por un sargento libidinoso. Por no hablar del pobre tanquista a quien su mujer engañaba con un ruso. Ver pasar otros trenes. Comer un rancho nada apetitoso. Y recordar: unos ojos de loca en un pueblo francés, una prostituta miserable en París, un amigo sacerdote que se quedó en casa. A medida que el tren renqueante se acerca al frente, se evapora el futuro hasta desaparecer. En la guerra no hay futuro. Ya silba la bala que nos habrá de matar, que escribiera don Manuel Machado.
Hay algo de profundamente existencialista en esta novela. El hombre es el centro de todo. El hombre solo, mal vestido, peor armado y asustado por la posibilidad de la muerte. La vida de Andreas, humilde y precaria, es realmente valiosa. Única. Y también las vidas de los demás, se entiende. No hay justificación posible para que estas vidas se pierdan en nombre de una fanfarria patriótica agonizante y criminal. Sin embargo, así es. Nada ni nadie evitará su sacrificio en vano. De ahí el profundo pesimismo que destila esta novela.
El existencialismo de Böll era cristiano. Andreas, que quizá tenga mucho del propio autor, combatiente en la Segunda Guerra Mundial, reza de vez en cuando por él, por sus compañeros y por los judíos masacrados. De algún modo, su dolor podría ser redentor, quién sabe: «En el fondo, me siento contento por sufrir. Este dolor me está destrozando, pero soy feliz por padecer de una manera tan terrible, ya que, gracias a ello, quizás todo me sea perdonado». El sacrificio expiatorio del cordero inocente aparece, a mi juicio, como la base teológica de esta pequeña gran novela en la que «los enamorados y los combatientes, los que van a morir y los que todavía gozan del cósmico vigor de la existencia, sienten cómo tal fuerza, al caer sobre ellos de improviso, los ilumina con una luz que será gracia y servidumbre al propio tiempo, mientras las palabras se van hundiendo más y más en su interior». Sea como sea, azar o gracia, estas páginas de Böll merecen una detenida lectura. Magnífico libro.
Heinrich Böll (1917-1985), fue un escritor alemán, ganador en 1972 del Premio Nobel de Literatura. Nació en Colonia, en una familia trabajadora. No quiso saber nada de los nazis. No se unió a las Juventudes Hitlerianas. Trabajó de librero, en una época en que los libros tenían la mala costumbre de arder. En 1939 fue reclutado por la Wehrmacht. Sobrevivió al conflicto desatado por Hitler.
A partir de 1945, se puso a escribir, a la vez que trabajaba como carpintero para comer. Pronto se convierte en uno de los escritores alemanes jóvenes más prometedores. Como representante de la «literatura de las ruinas» se vincula al grupo 47 de nuevos talentos literarios. Enemigo del autoritarismo, católico liberal, Böll criticó en su obra tanto el pasado traumático de su país como la nueva Alemania próspera, que consideraba alienada y demasiado satisfecha de sí misma y su bienestar. Así que nunca dejó de ser a su modo un contestatario ajeno a las ortodoxias de cada momento. La mayoría de sus libros están traducidos al castellano. Un autor ineludible. Falleció con 67 años.
Publicado por Alberto.
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