Título: La isla de las mujeres del mar Autora: Lisa See
Páginas: 432 pág.
Editorial: Salamandra
Precio: 20 euros
Año de edición: 2020
La elección del libro que vamos a leer es algo muy importante, pues somos conscientes de lo mucho que nos falta por leer y las limitaciones de tiempo que tenemos para hacerlo. Pero cuando se acaba de dejar una lectura sin acabar, lo que siempre es una frustración, cobra aún más importancia la próxima. Acertar con un libro que nos haga disfrutar, capte nuestra atención al punto de estar deseando volver a retomar la lectura y, si además aprendemos con él, es una suerte que, si no compensa la mala experiencia anterior, al menos la mitiga. Es lo que me ha ocurrido con este interesante libro. Me ha hecho disfrutar, ha captado mi atención a medida que pasaba las páginas y he aprendido.
La novela nos cuenta la vida de las haenyeo, mujeres buceadoras de la isla coreana de Jeju a través de la historia de amistad de dos niñas que se hacen inseparables y que, a lo largo del tiempo, desde 1938 hasta 2008, pasarán por épocas de unión total y por otras de experiencias de gran dureza, que hacen flaquear esa promesa de infancia que se hicieron: «siempre estaremos la una para la otra».
Las haenyeo, las mujeres del mar según reza el título, son unas buceadoras llenas de coraje que sacan del mar con gran peligro los recursos necesarios para vivir. Exponían sus vidas, que dependen de la capacidad pulmonar que lleguen a tener y del frio que sean capaces de soportar, porque carecían de trajes térmicos para aislarlas del frio y de equipos que les proporcionaran aire. Esto fue así hasta bien pasada la mitad del siglo pasado y, aun después ya que, teniendo la posibilidad de usarlas, muchas se negaron a bajar con bombonas de oxígeno.
Es muy curiosa la historia y tradiciones de estas mujeres, pues son las que llevan el dinero a su casa, aunque estamos hablando de hogares muy pobres, mientras los hombres quedan al cuidado de los niños. Podría pensarse por ello que son las que tienen el control de sus hogares, pero en realidad su apego a las tradiciones machistas hace que sean ellas las que doblan sus tareas, pues al volver de su duro trabajo tienen que ocuparse de las otras cuestiones domésticas. Deben tener hijos para perpetuar el linaje del marido y para que puedan honrarles cuando mueran en unos ritos ancestrales que solo pueden dirigir los varones. Pero a la vez, también necesitan hijas para que sigan su tradición y lleven dinero de la venta de los mariscos y algas para, entre otras cosas, que sus hermanos varones vayan a la escuela. Ellas eran analfabetas y no veían la necesidad de dejar de serlo. Es una sociedad que admite que el varón tenga una «pequeña esposa» y las mujeres no lo ven mal. A la vez que son conscientes de su papel inferior, así lo expresa el proverbio «Es mejor nacer vaca que mujer», y a pesar de su sumisión, son conscientes de su fuerza, una fuerza que les viene de su duro trabajo, que las hace viajar a otros mares cuando son jóvenes para ganar más dinero y del que se sienten orgullosas. Forman cooperativas en las que disfrutan de unos lazos que las unen de manera indeleble, como consecuencia del peligro que comparten y de saberse las unas dependientes de las otras.
Pero no solo aprendemos de estas tradiciones y formas de ganarse la vida. Estamos en Corea del Sur de cuya convulsa historia apenas sabemos. Van apareciendo los muchos ocupantes que la isla de Jeju —hoy patrimonio de la humanidad— ha tenido a lo largo de la historia. Desde los mongoles en el s. XIII, que utilizaron la isla como puente para ir a Japón y a China, hasta más tarde, cuando sus habitantes pasaron a ser coreanos y participaron en hechos terribles que marcaron su historia. En 1910 fueron invadidos por los japoneses que utilizaron la isla como punto de bombardeo a China. Tremenda fue la decisión de otros países sobre Corea como la de partir la isla por el meridiano 38, cuyas consecuencias duran hasta la actualidad. Fueron los aliados tras la segunda guerra mundial, en las Conferencias de Moscú y la de El Cairo, los responsables; también de que los Estados Unidos, que eran gobernadores, asistieran impasibles a las luchas internas entre los propios coreanos que, inmersos también en el odio al comunismo, cometieron las mayores tropelías en una guerra que duró siete años. Una vez más somos conscientes de la injusticia de los países que creyéndose por encima de otros a los que han invadido han llevado la destrucción de culturas y a guerras civiles y colaboracionismos que siempre alargan sus fatales consecuencias durante generaciones. El caso de Corea es uno más y esta novela, de forma amena, nos desvela algunos de sus momentos más importantes.
Muy interesante y agradable lectura.
Lisa See (París,1955) es una periodista y escritora francesa. Sus novelas tienen temáticas centradas en Oriente, dados sus antecedentes chinos, cultura en la que ha vivido inmersa en EE. UU., pues su bisabuelo era el patriarca de Chinatown en Los Ángeles. De su obra es destacable «El abanico de seda», novela en la que cuenta la historia de las mujeres chinas cuando aún les vendaban los pies y no podían salir de sus casas, por lo que inventaron un lenguaje secreto y se pasaban mensajes con los abanicos. En «Dos chicas de Shanghái» narra la emigración de dos chicas chinas y su llegada a los Estados Unidos. Con ambas novelas tuvo un enorme éxito en todo el mundo.
Publicado por Paloma Martínez.
Qué bien, señora Martínez, muy sugerente lectura. Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias Luis por comentar.
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