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viernes, 10 de marzo de 2023

Marinetti. Retrato de un revolucionario - Maurizio Serra

 

Título: Marinetti. Retrato de un revolucionario                                                                   Autor: Maurizio Serra

Páginas: 289 pág.

Editorial: Fórcola 

Precio: 26,50 euros

Año de edición: 2021

Filippo Tommaso Marinetti sigue siendo un personaje controvertido. El fundador del futurismo fue uno de los más exacerbados representantes de la vanguardia artística y cultural de principios del siglo XX: ruptura radical con el pasado; elogio de la fuerza, la velocidad y el valor; oposición a la precavida filosofía burguesa; consideración del artista como un héroe trágico que se sacrifica sin esperanza de reconocimiento; inclinación nihilista por la violencia y la muerte: guerra, la única higiene del mundo; anticlasicismo: obsesión por el movimiento, la vorágine y el fulgor como apoteosis de lo moderno. Este era el programa futurista, que compartían grandes artistas como Balla, Boccioni o Severini.

Se trataba de gestos más que de ideas. Tales arrebatos fueron expuestos con un característico estilo entrecortado y profético en el celebérrimo «Manifiesto futurista», publicado en Le Figaro, diario conservador parisino, en 1909. La destrucción del pasado en el periódico favorito de la burguesía francesa. Empezaban las contradicciones futuristas, aunque en este caso se podía hablar de epatar al burgués. El estruendo, con su buena dosis de farsa, apagará el talento de Marinetti, entregado a Mussolini, el superhombre de los sueños/pesadillas futuristas. 

Maurizio Serra no ha escrito una biografía al uso del fundador del futurismo, sino unas inteligentes y documentadas reflexiones sobre el papel que jugó el artista italiano en la revolución cultural del siglo XX: crisis de la modernidad, vanguardias, guerra y fascismo. Marinetti no fue quizá un gran escritor, pese a lo desmesurado de su obra; pero como agitador cultural, polemista e incluso aprendiz de político fue un verdadero revolucionario. El fascismo devoró rápidamente sus ingenuos devaneos en política. La obra de arte total y absoluta a la que aspiraba, incluía la democracia totalitaria, las masas ordenadas estéticamente, como diría Walter Benjamin. Se puso la camisa negra y ya no se la quitó nunca.  

La crisis de la modernidad de fines del siglo XIX significó la quiebra de la razón universal que regía la conciencia europea desde el siglo XVIII. El sueño de la razón produjo monstruos. La cultura occidental saltó en mil pedazos. Las esquirlas serían los ismos. La realidad dejó de ser objetiva y mensurable para convertirse en una creación libre de la imaginación del artista. El mundo se volvió subjetivo, inaprensible como los pensamientos que se agitan en el fondo de la mente. Las metáforas sustituyeron a las descripciones realistas. Más que deshumanizarse, el arte adquirió una nueva concepción de lo humano: fragmentaria, desequilibrada, arrolladora, asfixiante.

Para el futurismo italiano el movimiento perpetuo de la modernidad representaba el nuevo espíritu cosmopolita. Rugientes monstruos como el automóvil, imágenes multitudinarias, metáforas maquinistas, onomatopeyas, el ruido y la furia. Sin embargo, el modernismo exacerbado del futurismo se combinaba con valores del pasado (por mucho que dijeran rechazarlo): fe, heroísmo, jerarquía, elitismo, desigualdad, nacionalismo y violencia. En una palabra: irracionalidad. Marinetti era un profeta del mañana, o eso creía él, pero su furiosa carga de anacronismo guerrero convertía en regresiva su utopía estético-política. 

El hombre nuevo futurista era una especie de luchador entregado a la acción permanente. La guerra era su éxtasis. Emancipado de cualquier tradición humanista, el guerrero lucha, cae y renace en una especie de eterno retorno nietzscheano. El caso es que el polemista profesional Marinetti hizo la apoteosis de la guerra en sus poemas electrizantes. La muerte pacífica del burgués era rechazada con desprecio. En cambio, la muerte del héroe merecía todos los elogios. Peleó en la Primera Guerra Mundial. La solidaridad masculina de los guerreros le encandiló. Después de la guerra, vino la política. D'Annunzio y sus aventureros ya estaban organizando en Fiume un Estado corporativo. Ni corto ni perezoso, Marinetti monta su propio partido futurista, que fracasó, no sin antes suministrar al fascismo de 1919 buena parte de su doctrina, retórica y liturgia. El aceite de ricino lo puso Mussolini

Con ciertas reticencias, Marinetti fue fiel al fascismo hasta su muerte en 1944. El totalitarismo burocrático y los años fueron apagando sus ímpetus. Al final era un trasto viejo al que Mussolini quitaba el polvo para sus festejos. El futurismo presuntamente emancipador del pasado acabó convirtiéndose en una parcela más de la cultura oficial fascista. En la Alemania nazi, a Marinetti no le querían ni ver: era un artista decadente. La retórica futurista se había convertido en una tradición más, repetitiva y latosa. Y eso que Marinetti despreciaba olímpicamente las tradiciones. De vez en cuando el viejo vanguardista se despertaba y rugía, sin consecuencias graves. 

Ya sexagenario, se fue a luchar a Rusia, pero lo tuvieron que evacuar cerca de Stalingrado. Unos años antes había publicado un impagable libro de gastronomía futurista. También emprendió una cruzada contra la pasta, que hace a los italianos gordos y pacíficos. En sus últimos meses escribía poemas exaltando a los kamikazes. Su amigo el diplomático japonés Shinrokuro Hidaka le describió así: 

«Él es un verdadero poeta, en carne y hueso; tiene un carácter muy complejo, sin duda tiene defectos, podrá decirse que encierra en sí contradicciones -que quizá son el símbolo del tormento y de los tiempos modernos-, síntesis de las luchas y de las ideas libres y modernas en contra de la concepción pasadista y clásica, idea que incluso lograda contiene en sí misma todas las luchas, también la lucha contra sí misma. Pero por encima y sobre todo Él tiene el temperamento de un poeta y la cualidad de un líder. Ha luchado, combatido, vociferado, tenía muchos enemigos pero ninguno lo odiaba. Adorado por sus discípulos, amado por sus adversarios, porque era humano y sincero».

Maurizio Serra ha escrito un libro erudito y brillante sobre un personaje único de la cultura europea del siglo pasado, un hombre genialoide que se movió entre lo sublime y la bufonada. Pero su compromiso político no fue oportunista: el futurismo parió al fascismo. Mussolini encontró a un poeta y precursor: una fuente de legitimación cultural; Marinetti, al condotiero que él hubiera querido ser. Tal para cual.

Maurizio Serra

Maurizio Serra (1955), diplomático e historiador de la cultura italiano nacido en Londres, ha ocupado importantes cargos como embajador y activista cultural. Escribe, como Marinetti, tanto en francés como en italiano. Sus excelentes biografías sobre Curzio Malaparte, Gabriele D'Annunzio e Italo Svevo han recibido grandes y merecidos elogios. Maurizio Serra es miembro de la Academia Francesa.

Publicado por Alberto. 

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