En 1956, De la Quadra lanzaba ya más de 80 m y en poco tiempo vió que superaba los 100 m con facilidad, cuando el récord mundial lo había dejado el polaco Janusz Sidlo en 83,66 m. La noticia corrió como la pólvora y la prensa internacional difundió la noticia de la mejor marca conseguida por el español lanzando a la vasca, unos siderales 112,30 m que pulverizaban todos los registros. La Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) modificó el reglamento ad hoc, argumentando que tanto giro hacía que el lanzamiento fuera peligroso. El lanzador no podía dar la espalda a la dirección de lanzamiento. Los lanzadores vascos modificaron entonces la técnica y sortearon el problema. Con esa modificación, Miguel alcanzó en un encuentro en Puerto Rico un nuevo récord absoluto: 91,80 m. Pero la IAAF modificó de nuevo el reglamento a posteriori: la punta de la jabalina tampoco podía mirar hacia atrás. Lo aplicó por segunda vez con efectos retroactivos y anuló la marca.
Por dos veces, la federación hizo algo inaudito y claramente injusto. A Dick Fosbury no le quitaron su medalla ni su récord por emplear una técnica nueva de salto de altura. Y los dos argumentos con que trataron de justificar el atropello eran bastante débiles: si la nueva técnica era peligrosa, podría utilizarse una jaula, como en disco, peso o martillo, con una abertura que controlase la dirección de lanzamiento. Y si el problema eran las distancias que se alcanzaban, ya se había aplicado una solución en 1984 en un caso similar, cuando el noruego Uwe Hohn lanzó 104,80 m. Los estadios se quedaron pequeños y se decidió adelantar el centro de gravedad de la jabalina hasta más cerca de la punta para que cayera al suelo antes. El récord se reinicializó y pasó a ser de 85,74 m.
A pesar de todo, Miguel viajó a la olimpiada de Roma 1960 —hizo el viaje con su hermano en Vespa desde España, porque lo suyo era la aventura— y una vez allí realizó varias exhibiciones con otros lanzadores, trató de argumentar a favor de la nueva técnica y se dio el gustazo de participar en la competición oficial y dejar en ridídiculo al resto de participantes con sus marcas, aunque ni siquiera las midieron y le dieron los tres lanzamientos nulos.
Después de su aventura olímpica, nuestro intrépido protagonista se hizo reportero de Televisión Española y cubrió la Crisis del Congo (1964) —donde estuvo condenado a muerte por filmar el fusilamiento de 300 prisioneros—, la muerte del Che Guevara (1967), la guerra de Nigeria (1970), el golpe de Estado de Pinochet (1973), la Guerra de Vietnam (1974) y muchos otros sucesos históricos. Entrevistó a personalidades como el Dalai Lama, con quien se hizo una foto que le sirvió como salvoconducto por media Asia durante mucho tiempo, o el al dictador etíope Haile Selassie, a quien al colocarle el micro, tocó sin querer, un acto penado con la muerte, pero él se libró.
En un viaje a la Isla de Pascua se dedicó a divulgar alí la práctica de deporte y consiguió un contrato del Gobierno de Chile como promotor del atletismo en la isla durante un año. Fue después contratado como etnobotánico por el Gobierno de Colombia y estuvo tres años de misión en la selva amazónica, un entorno que le fascinó. Allí es donde fue atacado por una anaconda gigante, a la que tuvo que estrangular, momento ue quedó inmortalizado por el fotógrafo de la expedición.
La Amazonía le enganchó y estuvo por allí varios años trabajando como guía de expediciones de todo tipo. En cierta ocasión entró en contacto con una tribu que no se mostró muy amistosa, hasta que les pidió una lanza y la lanzó hasta el otro lado del río, algo que ellos nunca habían conseguido. Quedaron entusiasmados y todos querían un pelo de su bigote como amuleto. En otra ocasión se quedó sin dinero para el billete de avión de regreso y tuvo que convertirse en guía para turistas anglosajones deseosos de conocer tribus amazónicas poco contactadas. En esas lides, ocurrió que algún turista de pantalón corto floreado se comportó con cierta grosería con una etnia bastante belicosa y los secuestraron a todos. Miguel exigió que les dejasen marchar y el jefe de la tribu le puso dos pruebas: luchar contra el guerrero más fornido de la tribu —eso fue fácil para un campeón de lucha grecorromana— y sumergirse en una poza infestada de pirañas. Según cuenta él mismo, esto último fue lo más peliagudo. Tuvo que revisarse todo el cuerpo para comprobar que no tenía ninguna herida, porque la sangre del más mínimo rasguño atraería a las pirañas y le devorarían completamente en pocos minutos. Tuvo suerte y, una vez más, pasó la prueba.
Después de mil aventuras y cuando la edad ya no le permitía tantas alegrías físicas, se dedicó a organizar y facilitar aventuras para los demás. Fundó y coordinó el programa Aventura 92, luego llamado Ruta Quetzal y Ruta BBVA, declarado de Interés Universal por la Unesco y consistente en intercambios entre jóvenes de 58 países para poder realizar viajes de estudios geográficos, históricos y medioambientales por América Latina. En sus 37 años de existencia ha becado a más de 7000 jóvenes y ha sido un modelo de formación interdisciplinar e intercambio cultural.
En fin, un personaje inolvidable y encantador, probablemente el último gran aventurero y un hombre de talento, porque además de todas las actividades que realizó, tuvo tiempo de casarse y tener tres hijos. Un tipo estupendo.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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