Título: Qué hacer con estos pedazos Autora: Piedad Bonnett
Páginas: 168 pág.
Editorial: Alfaguara
Precio: 17,90 euros
Año de edición: 2022
A fuego lento, al rescoldo de las brasas, sin borbotones estridentes que hicieran peligrar el guiso. Así se cocinaban antiguamente en los hogares o fogones los platos sabrosos de la cocina tradicional. Comerlos tomándose el tiempo de saborearlos era necesario para descubrir todos sus matices. En esta novela. Piedad Bonnet parece que haya escrito también a ese ritmo pausado que merece una lectura reposada para ser conscientes de tanto como cuenta y tan bien como lo hace.
La autora nos habla de la familia y la relación de la protagonista, Emilia, con sus miembros, pocos en este caso, y con ella misma. En la casa viven el marido, empresario muy unido a su hermano y ella, periodista, que trabaja fundamentalmente en casa excepto cuando viaja a hacer reportajes sobre el terreno, que suelen ser sobre temas relativos a los indígenas y sus problemas. Una mujer Mima, les atiende en las tareas domésticas. Tienen una nieta pequeña a la que apenas ven porque su hija se marchó de Bogotá. Se trata de una familia «normal» de la burguesía media colombiana que, como todas las familias, esconde más de lo que muestra y que está instaurada en la rutina y la acomodación, en la facilidad de lo conocido.
Pero… para que haya novela tiene que haber un problema y algo que lo origine o evidencie. Es el marido quien con su decisión reformar la cocina, a pesar de nunca cocinar, provoca la sucesión de situaciones que conforman la acción de la novela, acciones que siguen una estrategia para que la autora haga reflexionar a la protagonista y para que comience a cuestionarse sus seguridades. Emilia no necesita ni quiere la reforma, pero no le compensa discutir y acata la decisión del marido. En los primeros momentos van soportando las incomodidades con una cocina de emergencia, con salidas a restaurantes y con el servicio de comida a domicilio.
Entretanto, Emilia tiene que atender a su padre muy mayor que entra cada poco tiempo en el hospital, lo que no le supone demasiado esfuerzo porque es su quejumbrosa y doliente hermana Agustina quien ha hecho del cuidado del padre el sentido de su vida.
El matrimonio decide ir a visitar a la hija y aprovechar para hacer un viaje a Cuba. Ya en el avión Emilia comienza a poner la moviola a funcionar y recuerda su papel como hija en una familia machista, como correspondía a la época, en la que el padre ordenaba y las mujeres obedecían con sumisión. Para los varones no regían las mismas normas. Recuerda a su madre siempre adusta y poco dada a las demostraciones afectuosas que no discutía al padre sus decisiones, más bien lo disculpaba. Una actitud en la que ella se ve reflejada y que ha mantenido siendo fundamento de su propio matrimonio en el que hay micromachismos, diríamos hoy, no violencia potente, aunque sí soterrada constituida ya hace tiempo en «normalidad».
El viaje a casa de la hija pone de manifiesto la realidad de esta, una treintañera con la multiactividad propia de las jóvenes madres trabajadoras, estrés incluido. Enseguida se evidencia una relación ausente con el padre y tensa con la madre. Aquí las reflexiones pasan de cómo ser hija a cómo ser madre, cómo ha sido ella en este papel con una hija con la que tampoco tuvo una complicidad especial. Y el siguiente escalón en la relación familiar, su nieta, a la que intenta ganarse, una niña a la que apenas ve y por tanto con la que no existe vínculo afectivo importante.
Continúa el viaje y llega a La Habana, lugar que conoce bien la protagonista porque viajó con frecuencia en su juventud y donde tiene amigos. Es ahora el turno de la consciencia de su vida de mujer casada acomodada a lo fácil y consolidadora de la realidad de su madre lo que se le hace evidente. Comienzan a aparecer grietas en su construcción vital, grietas que se acrecientan a la vuelta a casa, en donde tendrá que atender a otros problemas que seguirán apareciendo y que no hacen sino profundizar en la gran pregunta que da título a la novela.
Hasta aquí algunas claves del qué, el cuándo y el dónde, pero el cómo está narrada, si siempre es muy importante, en esta novela cobra gran relieve porque la sencillez, la delicada y cuidada escritura y la contención es lo que nos permite ese descubrimiento paulatino y sosegado que va haciendo la protagonista, que todavía no es vieja pero sí mayor, 64 años, y que, sin apenas darse cuenta, va haciendo balance de su vida y mientras la relevancia del sentido del título es cada vez más evidente.
La identidad de poeta de la autora aporta belleza y da al conjunto un ritmo, una especie de melodía sutil, que se nos ofrece como una suerte de amabilidad ante problemas que, por cotidianos que parezcan, ni son fáciles ni ajenos y de los que algunos pueden resonar como próximos.
Una novela trufada de reflexiones interesantes que nos hacen levantar la vista del libro muchas veces para encajar lo leído y ubicarlo allá donde corresponda.
Muy buena lectura que nos deja con ganas de más.
Piedad Bonnett, nacida en Amalfi, Colombia, en 1951, es una poeta reputada y ampliamente premiada que tuvo una vasta formación en su país, no solo en el mundo de la literatura, sino también en arte y arquitectura, estudios por los que obtuvo sendos títulos y que fueron la base de su quehacer como profesora universitaria. Es autora de una decena de poemarios, siete novelas, y cinco obras de teatro, además de participar en publicaciones literarias.
En España
impactó su libro «Lo que no tiene nombre», editado en 2013, pues relata su dolor
al suicidarse su hijo, estudiante de arquitectura y enfermo de esquizofrenia.
En 2016 el suplemento «Babelia» lo incluyó en la lista de los cien mejores
libros de los últimos veinticinco años. En el libro que se reseña se percibe
también que es un libro vivencial.
Publicado por Paloma Martínez.
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