Título: El visitante Autor: Stephen King
Páginas: 592 pág.
Editorial: Debolsillo
Precio: 12,95 euros
Año de edición: 2020
«El visitante» es un novelón de casi 600 páginas que se lee estupendamente. Hay que reconocer que Stephen King sabe plantear una historia, sabe contarla y sabe mantener el interés del lector hasta el final. Claro que a esta novela le sobran páginas, pero no le falta interés, así que vaya lo uno por lo otro. Pero entremos en harina, como suele decirse.
En una tranquila localidad de Oklahoma ha tenido lugar un crimen horroroso: alguien ha asesinado y violado a un niño de once años. Todos los testigos coinciden en lo mismo: el asesino es el profesor de literatura Terry Maitland. Las huellas dactilares no dejan lugar a dudas: las del profesor coinciden exactamente con las encontradas en el escenario del crimen. Los exámenes de ADN, igual. Culpable. Pero existe un problema. Maitland tiene una sólida coartada. Cuando se cometió el asesinato, estaba bastante lejos, asistiendo a unas jornadas literarias. Cuenta con varios testigos. Hay grabaciones. No pudo ser el asesino. Enigma.
Maitland es un hombre de clase media. Casado, honesto, con dos hijas. Entrenador de béisbol del equipo local. Un buen tipo de la América profunda. Respetado por todos. La persona menos sospechosa de ser un sádico criminal.
La policía y la fiscalía quieren mandarlo al corredor de la muerte. Entra en juego la política, porque el fiscal busca la reelección con el eterno argumento de mano dura contra el crimen. La familia del profesor queda desamparada. Incluso su mujer es sospechosa de complicidad para las buenas gentes. Las lenguas de víbora se desatan.
Cuando irrumpen los medios de comunicación en busca de carne fresca, el oscuro asunto se desmadra. La mafia mediática multiplica el odio con su estrategia de hurgar en lo más repugnante para hacer caja. Las furias televisivas exacerban al respetable. La sangre manda y vende. Todo vale.
Mucha sangre, en efecto. La familia del niño asesinado se autodestruye como sujeta a una maldición. Maitland proclama una y otra vez su inocencia. Con los ojos muertos, pero algo muy parecido a la verdad en los labios, dice: yo no lo hice. Su mujer e hijas viven una pesadilla. Algunas personas las ayudan: el fiel abogado, un escéptico policía, arrepentido de haber arrojado a Maitland al escarnio público, y una investigadora tan maniática como brillante.
El paralelismo entre las familias del asesinado y del sospechoso es uno de los puntos fuertes de la novela. Ambas acaban destrozadas por la necedad sensacionalista de las autoridades. La sensación de angustia es asimismo notable. Todo lo que parecía sólido se desvanece en el aire: seguridad, posición social, la propia vida. La incertidumbre destroza la satisfacción de la clase media norteamericana. Un terror mayor que el de los monstruos. King lo sabe, e incide hábilmente en ello.
La investigación prosigue. Ahora bien: es inconcebible que una misma persona asesine a un niño y esté a la vez a más de cien kilómetros de distancia. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Sherlock Holmes diría: eliminado lo imposible, queda la verdad, por improbable que sea. Así que unas cuantas personas no se dan por satisfechas y siguen persiguiendo lo improbable. Claro que lo improbable va adquiriendo una dimensión extraña, sobrenatural, pero posible. Desde luego, la ubicuidad no existe. Ahora bien, quizá exista algo más allá de lo racional. De esta forma, en la segunda parte de la novela entramos en el territorio predilecto del señor King. Como sugiere un clarividente personaje: en esencia, esto es una historia de vampiros.
La novela toca acertadamente varios asuntos, más allá de una trama detectivesca dilatada, aunque bien llevada. Las autoridades que se dejan llevar por el odio y ponen en la picota al vecino para ser apedreado (o tiroteado). Los medios de comunicación, agobiando. La necesidad de la redención personal, aunque el daño causado sea irreparable. Stephen King brilla en los episodios costumbristas, los personajes populares y las imágenes clásicas del gótico americano: carreteras solitarias, presencias inexplicables, un granero abandonado que alberga un repulsivo secreto o la amenazante desolación del desierto.
Pasen y lean este estupendo thriller sobrenatural. Los personajes están bien dibujados. Sus emociones no siempre manan de aguas limpias. Son complejos, tienen vida interior, no son simples monigotes. En las novelas de Stephen King deben enfrentarse a algo radicalmente malo, porque no es de este mundo, ni obedece a emociones humanas. El mal irrumpe en lo cotidiano en formas variadas. Es polifacético. Hay que enfrentarse con él. En la literatura fantástica este maniqueísmo es justificable. Para King, los monstruos son una alegoría de la paranoia americana. Estas páginas lo demuestran.
Stephen King (Portland, 1947). El maestro del terror contemporáneo no necesita demasiadas presentaciones. De familia humilde, fue profesor de instituto. Muy joven empezó a escribir. Tuvo problemas con el alcohol y las drogas. El éxito le sonrió con «Carrie» (1974). A partir de ahí, vino y rosas, con sustos. King ha escrito docenas de novelas, libros de cuentos y algunos ensayos. Sus pesadillas han sido adaptadas al cine. Estamos ante un fenómeno extraordinario de la cultura popular. El rey vive en una mansión victoriana en la localidad de Bangor, Maine. Incombustible, sigue escribiendo y publicando a buen ritmo.
Publicado por Alberto.
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