Título: Jusep Torres Campalans Autor: Max Aub
Páginas: 323 pág.
Editorial: Alianza
Precio: 8,64 euros
Año de edición: 1975
Jusep Torres Campalans nació en Mollerusa allá por 1886,
en una recia familia campesina y católica. A principios del siglo XX se
fue al París de la Belle Époque. Torres Campalans vivía pobremente,
pintando y dibujando. Conoció a buena parte de la vanguardia artística
(Picasso, Derain, Braque, Mondrian, Apollinaire y su detestado
compatriota Juan Gris). Tuvo su papel en el origen del cubismo. Torres Campalans era hombre de una pieza: católico, anarquista, catalanista y
pacifista. Alto, fuerte, rapado, vestido con ropas ajadas de pana y
alpargatas, de pocas, pero certeras palabras, el catalán era más
interesante que su casi desconocida pintura. Frecuentaba los cenáculos
ácratas: los revolucionarios del arte se sentían atraídos por los
revolucionarios sociales.
Era
aquel un París de casas carcomidas, calles empedradas y fangosas, un
cielo gris y triste, secas hojas amarillas crujientes bajo las botas,
caballeros de chistera, obreros de gorra, damas del gran mundo, porteras
y un río cuyas aguas turbias recibieron a muchos suicidas. La capital francesa era la
meca de los artistas nuevos que entendían el arte como un sacerdocio.
En 1914, con el estallido de la Gran Guerra, Torres Campalans abandonó
París. Nunca más se supo de él.
En
1955, Max Aub, escritor español exiliado en México, descubre a Torres Campalans. El olvidado pintor vivía en Chiapas, rodeado por innumerables
hijos y nietos, como un patriarca del Antiguo Testamento. Aub decide
devolverle el brillo a este inesperado tesoro. Contará su historia,
resucitando toda una época, en una monografía erudita publicada con
éxito en 1958. El trabajo científico que realizó fue admirable. Logró
reconstruir de manera casi novelada la vida de Jusep Torres Campalans
hasta su desaparición en el verano de 1914. Estableció un catálogo
comentado de sus pinturas y dibujos. Recuperó los diarios personales del
propio Torres, el fascinante «cuaderno verde». Además, mantuvo unas
sustanciosas conversaciones con el anciano. La reproducción de algunas
de sus obras, unos anales y un minucioso aparato crítico y bibliográfico
completan el libro.
Max Aub compuso un texto prácticamente cubista: incluye el autoanálisis del
artista (apuntes personales), la perspectiva ajena (testigos) y lo que
la obra cuenta de su autor y su tiempo (aspiraciones, frustraciones y
tanteos). Aquello imposible de documentar fehacientemente es imaginado
por Aub. Un gran acierto es encuadrar al místico Torres Campalans
dentro de la crisis cultural de principios del siglo XX. La eclosión de
los ismos: anarquismo, irracionalismo, nihilismo, cubismo, fauvismo.
Estaban de moda las actitudes antiacadémicas y antiburguesas. El siglo
XIX ordenado y pragmático quedaba atrás.
Torres Campalans creía en la pintura como en una religión. Quiere captar el
momento, la eternidad del instante, pero sin petrificarlo en una
reproducción, intentando crear una obra de arte que sea universal y
eterna. Empeño imposible, digno de Dios, y que fue incapaz de conseguir. Ambicionaba pintar desde adentro hacia afuera,
mostrando el alma de las cosas, creadas por Dios de una vez y para
siempre, porque, aunque el tiempo pase, lo que queda, queda. Eso que
queda es la trascendencia del arte verdadero. Lo manifestado por Dios a
través de los verdaderos artistas nunca se podrá deshacer. Nada se
pierde en la nada. No existen realmente los ateos, sentencia Torres Campalans.
Pensar es
malo para el arte. Hay que pintar como se vive, sin intelectualismos.
Quien cree, crea, como Dios. Del aparente desorden surge un orden
espontáneo que adquiere un sentido intrínseco. Este orden es la vida,
que no se deja dominar, ni reproducir, que es una fe, no un negocio. Los
artistas intelectuales como Juan Gris son buenos pintores, pero no
artistas. Pintan para vender. Son miserables burgueses sin fe. Torres Campalans pinta únicamente para sí mismo y para Dios. Se establece aquí
una curiosa analogía entre Torres Campalans y Dios. Dios crea el mundo
sin demasiada reflexión y luego deja que los hombres se maten entre
ellos sin intervenir en la querella. Jusep pinta lo que le da la
gana y deja su obra a la posteridad. No existe artista más puro.
Torres Campalans era amigo de Picasso. Pintar el interior de las cosas implica
pintar desde todas las perspectivas, aunque nunca un pincel pueda
agotar el objeto que trata de recrear. Las infinitas perspectivas
posibles confluyen en Dios, que todo lo ve. Los pintores se acercan a Él
con el cubismo. Fue Pablo Picasso quien pintó «Las señoritas de Aviñón»
(1907) que, como la bomba de un anarquista, hizo saltar por los aires
la pintura. El fundador del arte moderno imita a Dios. Todos los ismos
son creadores porque pretenden empezar desde cero: hágase la luz. Picasso se llevó el gato al agua. En cambio, Torres Campalans se fue
recogiendo en sí mismo. La pintura se le resistía. Era un revolucionario
solitario. Estalla la Gran Guerra: una riada de chovinismo vocinglero
anega las calles parisinas. Torres Campalans, creyente en la fraternidad
universal entre todos los hombres de buena voluntad, abandona París. Su
rastro se pierde durante décadas. El hilo de su existencia será
recuperado por Max Aub.
¿Existió
realmente Jusep Torres Campalans? ¿O fue una creación de Max Aub, nuevo
Dios literario, que dio vida a un personaje tan real como si hubiera
sido de carne y hueso? Que el lector decida. La lectura de esta biografía es apasionante. Se trata de uno de los libros más originales
e inteligentes de la literatura española del siglo XX. Cuenta el origen
del arte moderno a partir de un pintor que pudo o no existir.
Imprescindible.
Únicamente queda
indicar que de este libro, en sí mismo una obra de arte, hay muchas
ediciones. Las más caras son primorosas y se inspiran en la edición
original de 1958. La que he manejado es la de bolsillo de Alianza Editorial.
Max Aub
Max Aub (1903-1972) fue un escritor español, nacido en París de familia
judeo-alemana y criado en Valencia. Autor infatigable, se le deben
novelas, cuentos, obras de teatro, ensayos, poesías, diarios, crítica y
textos experimentales inclasificables. Republicano, debió exiliarse en
1939. Tras muchas aventuras, recaló en México en 1943. Cuando volvió a
España en 1969 comprobó que nadie se acordaba de él: entró en una
librería y preguntó si tenían libros de Max Aub. No, fue la respuesta.
Murió a los 69 años. Innovador e imaginativo, su obra se sigue
reeditando y traduciendo.
Publicado por Alberto.
Gracias, Alberto, por esta reseña, tan completa y estupenda. Me gusta mucho Max Aub y no conocía este libro, que parece todo un clásico y una verdadera maravilla, con una reproducción de un cuadro de Torres Campalans y todo.
ResponderEliminarSalud y libros.
Muchas gracias Antonio. Animo a leer este libro y en general todo lo de Max Aub, escritor singular donde los haya.
ResponderEliminarMi profesora de literatura en el instituto, hace más de 40 años. Nos hablo de Max Aún y esta obra. La profesora era ideal se llamaba Carmen Sender y la reseña me ha hecho recordar su magisterio
ResponderEliminarMe alegro, Jorgete.
ResponderEliminarSalud y libros.