Título: Relatos japoneses de misterio e imaginación Autor: Edogawa Rampo
Páginas: 205
Editorial: Jaguar
Precio: 16 euros
Año de edición: 2006
Japón tiene una rica tradición espectral que supo recoger muy bien aquel
inolvidable japonés de adopción que fue Lafcadio Hearn. En el mundo
pagano de los japoneses no existe una distinción clara entre lo natural y
lo sobrenatural, porque la propia naturaleza está impregnada de
misticismo y religiosidad. La religion sintoísta es politeísta, pero
conduce a la divinización de la naturaleza o panteísmo. El filósofo
alemán Karl Löwith, que vivió en Japón, decía que la religión japonesa
le recordaba al viejo politeísmo grecolatino y su encantadora
divinización del mundo. Una sociedad así debe sentirse por fuerza
atraída por lo misterioso.
Edogawa Rampo es el padre de la narrativa japonesa de intriga y misterio.
Veneraba a Poe, Dostoyevski y Conan Doyle. En sus escritos se
rastrean las influencias de estos autores. Los «Relatos japoneses de
misterio e imaginación», título que homenajea a Poe, constituyen una
antología elaborada por el propio autor, publicada en inglés en 1956 y
que le dio a conocer fuera de su país. En los últimos años,
bastantes fantasías de Edogawa han sido traducidas al castellano.
A Rampo se le puede considerar como el imitador de Poe en el Extremo
Oriente. La mayoría de sus relatos están protagonizados por personajes
marginales y desequilibrados que dudan de su propia cordura y cuentan en
primera persona su camino a la perdición. Se trata de un horror
subjetivo que Rampo supo adaptar a la idiosincrasia japonesa. Para Poe,
el gran miedo del hombre es que se rompa ese tenue hilo que lo une a la
cordura, porque más allá de la realidad acechan los monstruos. Otra
deuda con el genio de Boston es el gusto por la investigación detallada, exacta y
matemática, representada por un detective con alto poder de abstracción y
afilada inteligencia, a la manera de Auguste Dupin o Sherlock Holmes: el
Dr. Kogoro Akechi. Por último, el tono macabro de sus cuentos remite
también al maestro norteamericano.
Los relatos
de Rampo, publicados durante los años 20 y 30, reflejan
fielmente la mezcla de tradición y modernidad característica de esa
época de transición para la sociedad japonesa. La gente va ataviada con
kimono, pero coge el tranvía para ir a unos grandes almacenes; un señor
se echa a dormir en el tatami después de atender una llamada de
teléfono; otro caballero ataviado con chaqué utiliza unos prismáticos
para observar a una dama vestida con el más refinado estilo imperial;
los estudiantes hablan de Platón y Aristóteles; la policía utiliza
métodos modernos para perseguir el crimen. Pero las casas son de papel y
madera, existen carritos tirados por hombres y todavía se alude a los
abuelos que llevaban katana. Los personajes se mueven entre lo viejo y
lo nuevo y caen en el pozo de la locura.
Los
nueve cuentos de este volumen deben ser disfrutados por el lector
ocioso sin que nadie se los chafe, pero podemos adelantar unas
pinceladas de algunos de ellos.
Por
ejemplo, en uno de los relatos un ebanista feo, loco y voyeur diseña
una enorme butaca en donde se oculta. Es este un cuento surrealista sin
pretenderlo. En otro, un soldado mutilado está a merced de su mujer, en
una historia sobrecogedora y cruel que recuerda a «Johnny cogió su
fusil» y «La parada de los monstruos». Curiosa también es la aventura de
un hombre prisionero de una cárcel de espejos digna de Borges que él ha
mandado construir. O la magnífica historia, inspirada en «Crimen y
castigo», del asesinato perfecto tramado por un estudiante psicópata,
egocéntrico y pedante. El último de los relatos es el más «oriental» de
todos y uno de los mejores, sino el mejor: un viejo lienzo con figuras
de tela pegadas propone una triste reflexión sobre el amor, primero como
pasión y finalmente, como cárcel.
En
todos los relatos están presentes la locura, la muerte, el erotismo, el
desdoblamiento, los equívocos, las suplantaciones, las sorpresas, las
imágenes reflejadas que son heraldos de otro mundo, el crimen que se
quiere impune, el humor negro e incluso una cierta sátira social. Merece
la pena leerlos.
Edogawa Rampo
Edogawa Rampo (1894-1965) se llamaba realmente Hirai
Taro. Su sobrenombre equivale al parecer a la pronunciación en japonés
de Edgar Allan Poe. Hirai fue muchas cosas en la vida, incluso vendedor
de fideos a domicilio, mientras hacía sus pinitos como escritor. En 1916
se licenció por la Universidad de Waseda. Apasionado por la literatura
detectivesca, se lanzó a escribir historias pulp de misterio, intriga y
terror que tuvieron un gran éxito en su país.
Por
desgracia, en los años treinta los militares convirtieron Japón en un
cuartel. A Rampo, considerado un escritor poco o nada patriótico, le
cerraron el pico. Después de 1945, volvió a las andadas, como los buenos
criminales, aunque más centrado en la promoción de nuevos talentos y en
la crítica literaria. De salud delicada, Edogawa Rampo falleció a los
70 años. Muchos de sus libros fueron llevados al cine. Sigue siendo muy
popular en Japón: cada año se falla el premio Edogawa Rampo a la mejor
novela de misterio del año. Publicado por Alberto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario