Título: Los últimos cien días de Berlín Autor: Antonio Ansuátegui
Páginas: 160
Editorial: Espuela de plata
Precio: 15 euros
Año de edición: 2016
He aquí una pequeña curiosidad literaria llena de interés: «Los cien
últimos días de Berlín». Publicado en 1945, cuenta de
manera directa, precisa, sin adornos literarios, pero con un notable
talento para la observación, el derrumbe de la Alemania nazi. De su
autor, Antonio Ansuátegui, no se tienen más noticias que las que él
cuenta en su libro. No ha publicado nada más, que se sepa. Es una sombra. Yo
no he encontrado ni siquiera una fotografía de este hombre. Un
misterio.
Y, sin embargo, su
libro retrata con agudeza y sin pretensiones el fin del nazismo.
La modestia, objetividad y carencia de retórica refuerzan el testimonio.
En este caso, como a veces sucede, menos es más. Antonio Ansuátegui es
un joven español que en octubre de 1943 viaja a Berlín para estudiar
ingeniería en la prestigiosa Universidad Técnica de Berlín (Charlottenburg).
Alemania, después de Stalingrado, retrocede en todos los frentes.
Berlín todavía está entero. Ansuátegui muestra una sociedad alemana gris,
eficiente y entregada a la guerra. La capital del Tercer Reich funciona
como un engranaje bien engrasado. Está llena de dóciles trabajadores
extranjeros que parecen haberse contagiado de la manía alemana del orden
y la pulcritud. No obstante, el terror asoma cuando a Ansuátegui le
avisan de que tenga cuidado con lo que dice, porque los charlatanes
pueden terminar en un campo de concentración. Pero, en principio, todo
marcha bien. Antonio hasta tiene tiempo de enamorarse de Eva Schneider,
hija de uno de sus profesores.
A
los pocos meses, los bombardeos aliados arrecian sobre la capital alemana. Las
llamas envuelven la ciudad, que se consume noche tras noche. Escondidos
en los refugios, los berlineses resisten con estoicismo: sienten el
rugir de los aviones que se aproximan, el sonido de los disparos de los
cañones antiaéreos, el silbido de las primeras bombas que caen. Son
conscientes de que pueden ser agraciados por el azar de la muerte que se
prodiga desde el cielo. Antonio Ansuátegui forma parte de esa población
civil.
El fatalismo se
va extendiendo entre la gente. Si bien los chistes sobre los jefazos
nazis se multiplican, la conducta del alemán de la calle es resistir
hasta el final porque ya no existe vuelta atrás. Si el destino
ineluctable es la derrota, venderán caras sus vidas. Además, los rusos
se acercan imparables desde el este. El pavor al comunismo y el odio al
eslavo llevan al cierre de filas: resistencia numantina. Ciertos
posesos, incluso, creen que Alemania es invencible, superior a todos y
elegida por la providencia. Y es que el fanatismo es pariente de la
fantasía y puede ser un paliativo del miedo, aunque es una idea falsa, porque a la
realidad nunca se la engaña y pasa factura con intereses.
En
cuanto a Hitler, bastantes alemanes le consideran un hombre honrado,
idealista y sacrificado que se guarda un as en la manga: las armas
secretas, la victoria final, los mil años de prosperidad. Otros
ciudadanos están hartos de tanta retórica y mentiras, pero se callan: la
Gestapo tiene oídos en cada esquina. Con cada vez menos esperanzas,
pero sin dejar de luchar, Alemania se encamina hacia su apocalipsis.
Los bombardeos
destruyen la Universidad de Berlín. Antonio se traslada a Breslau, al
este. En esta ciudad provinciana parece no existir la guerra: vida
tranquila, calles limpias, iglesias llenas. Pronto se aproximará el
rodillo ruso. Desbandada. Perdido entre los refugiados, que huyen
silenciosos y asustados como fantasmas por un desierto helado, Ansuátegui intentará volver a Berlín. Quiere noticias de Eva y regresar a
España. Es este un periplo insólito para un español, de ahí su gran
valor. Dresde está intacta, de momento. Cerca de allí, en la ciudad
jardín de Radebeul, Antonio visita la casa-museo del escritor Karl May,
que sale a atenderle (sería en espíritu, porque May murió en 1912). En
Leipzig solo queda en pie la estatua de Leibniz, «con su rollo de papeles bajo el brazo».
Consigue llegar a Berlín. Los incendios, las ruinas y un humo negro
lleno de cenizas cubren el horizonte. Y será testigo del final. «Lucha, exterminio, sangre, fuego. Esto era Berlín en sus últimos días», escribe.
José Luis García Martín, en su interesante prólogo a esta edición de «Los
cien últimos días de Berlín», señala que, pese a no ser un escritor
profesional, Antonio Ansuátegui consiguió una obra maestra del
periodismo de gran valor documental. Para muestra, un botón:
«Creo
que será difícil que pueda olvidar aquella noche de invierno. El cielo
estaba estrellado, lucía una hermosa luna y un viento helado azotaba de
continuo nuestros rostros y resbalaba sobre la carretera helada donde
resultaba penoso avanzar (...) Llegó un momento en que nuestra voluntad
se hizo añicos. Las mujeres y los niños estaban rendidos, el frío
arreciaba y el viento que había cambiado de dirección traía pequeñas
briznas de hielo que torturaban nuestros rostros».
Estas frases llenas de verdad transmiten la historia vivida mejor que cualquier discurso o reelaboración a posteriori. Por eso este librito, a mi juicio, merece ser rescatado del olvido y leído.
Berlín en 1945, al acabar la guerra
Publicado por Alberto.
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