Título: Eichmann en Jerusalén Autora: Hannah Arendt
Páginas: 448
Editorial: Debolsillo
Precio: 10,05 euros
Año de edición: 2021
El individuo dentro de la cabina de cristal no tenía un aspecto
llamativo. Podía ser cualquiera y cualquiera podría haberse encontrado
con él. Era un hombre de mediana edad, más bien delgado, con gafas de
pasta, una gran nariz e incipiente calvicie. Vestía con modestia y se
mostraba dócil y atento. Su voz, dentro de la cabina, tenía un extraño
sonido metálico e impersonal. Aquel hombre anodino estaba siendo juzgado
ante el tribunal de Jerusalén como uno de los principales criminales de
la Segunda Guerra Mundial. Se llamaba Adolf Eichmann, fue coronel de
las SS y responsable de la deportación de un millón de judíos a los
campos de exterminio. Eichmann no negaba sus crímenes, pero insistía en
que se limitó a cumplir órdenes. Entre el público que asistía al juicio
se encontraba una mujer de aspecto elegante y alemana como Eichmann: la
filósofa Hanna Arendt.
«Eichmann
en Jerusalén» (1963) es el influyente libro que escribió sobre ese
funesto personaje. Adolf Eichmann estaba tan decidido a ascender
laboralmente que se convirtió en un asesino de masas escondido detrás de
archivos, expedientes y reglamentos. Arendt subraya su condición de
tipo vulgar de la clase media baja. La distancia sideral entre la
insignificancia del personaje y la enormidad de sus crímenes convertían
al nazi en la encarnación viviente de la «banalidad del mal», expresión
afortunada que hizo historia.
De
familia burguesa y poco aficionado al estudio, Eichmann fue vendedor de
gasolina, quedó en paro como consecuencia de la gran depresión e
ingresó en las SS en 1932. Como experto en la «cuestión judía», y
siguiendo las directrices de sus jefes Himmler y Heydrich, se dedicó
primero a expulsar a los judíos de Europa con lo puesto (organizó
oficinas para este fin en Viena y Praga), y más tarde, se encargó de
deportarlos a las cámaras de gas. Todo ese proceso genocida fue de una
terrible eficiencia tecnocrática. Hanna Arendt lo estudia con
minuciosidad, mostrándose durísima con ciertas élites judías cuyo
colaboracionismo facilitó la deportación (los consejos judíos). También
rescata algunos testimonios estremecedores. Eichmann desapareció en
1945 y logró huir a Argentina. En 1960, el Mossad lo secuestró en un
suburbio de Buenos Aires.
Eichmann proclamaba que él no tenía ninguna animosidad personal contra los
judíos. Que su culpa era su obediencia. Que evidentemente el Holocausto
fue un crimen sancionado por las autoridades alemanas del momento. Que
no tuvo más remedio que obedecer. Reconoció que tuvo escrúpulos de
conciencia, pero relacionados con una posible negligencia en su labor:
mandar a la muerte a miles de personas inocentes. En todo caso, él no
estaba arrepentido porque el «arrepentimiento es cosa de niños».
Para
Hanna Arendt, Eichmann era incapaz de pensar fuera del universo
burocrático del que formaba parte. Su lealtad a Hitler se convirtió en
un imperativo categórico en donde la autonomía moral fue sustituida por
una obediencia sin fisuras. Quizá Eichmann fuera «normal», en el sentido
de que matar por orden del Estado constituía la normalidad en su tiempo
y dentro de las SS de las que formaba parte: obediencia debida; lo «anormal» era conservar la conciencia y negarse a matar. Durante el
juicio, media docena de psiquiatras insistieron en la normalidad de la
mente del acusado. Uno de ellos llegó a decir: es más normal que yo.
Pese a los intentos de la fiscalía, no se pudo demostrar que Eichmann
fuera responsable directo y material de ningún asesinato. Administraba
la muerte, pero no la quería presenciar. Confesó que no soportaba ver ni
una gota de sangre.
Hannah Arendt
Hanna Arendt (1906-1975) es una de las intelectuales más destacadas del
siglo XX. Alemana de ascendencia judía, discípula y amante de Heidegger,
debió abandonar Alemania en 1933. Vivió a partir de entonces en Francia
y luego en los EE. UU. Su obra es muy amplia, y en ella destaca el monumental
estudio «Los orígenes del totalitarismo» (1951). Para Arendt, las
ideologías revolucionarias, entre ellas el nazismo, trataron de crear un
hombre nuevo rompiendo totalmente con el pasado. La propaganda, el
convencimiento y el terror se emplearon para dominar el mundo. El
totalitarismo es distinto del autoritarismo por esa dimensión
revolucionaria de la que carecen las dictaduras más convencionales. Murió a los 69 años en Nueva York. Publicado por Alberto.
Muy interesante reseña, Alberto, de un tema realmente difícil, "la banalidad del mal" que siempre me ha dejado inquieta y no tan segura de la inocencia de los salvajes asesinos. A pesar de Hanna Arendt.
ResponderEliminarExiste también película.
Paloma
Muchas gracias Paloma. El libro estableció casi un arquetipo: el del asesino de despacho que actuaba casi irreflexivamente como la ruedecilla de un enorme mecanismo burocrático. Pero, claro, con esta interpretación de alguna manera se borraba la responsabilidad personal. Eichmann, que era muy listo, interpretaría ese personaje "banal" para intentar escapar de la horca. Pero hay historiadores que ponen en duda esta banalidad, en el sentido de que Eichmann era un creyente nazi que actuaba con plena conciencia de lo que hacía. En 1955, antes de ser detenido, Eichmann confesaba que nunca hubiera hecho lo que hizo sin una entrega total a la causa nazi ("idealista", según su jerga) y un antisemita categórico. Bueno, es un tema que se discute, y la tesis de la banalidad es muy importante, pero no definitiva.
ResponderEliminarAlberto