Título: Alimentar a la bestia Autor: Al Alvarez
Año de edición: 2020
A Endika, que sabe de qué va la cosa.
Este delicioso libro de memorias es la historia de la amistad profunda y bella que nació entre dos escaladores sobresalientes, Mo Anthoine y Al Alvarez, tejida alrededor de su gran pasión común: la escalada extrema. Y por ello, es uno de los mejores textos en los que se explica en qué consiste y cómo se vive esa aventura embriagadora y fascinante de subir a cumbres de extrema dificultad, cuanta más, mejor. Una actividad que, según el autor, puede ser tan adictiva y potente como la heroína, y que te altera el cuerpo y la mente. Alvarez adquirió la costumbre de jugarse la vida en escaladas difíciles y cuenta que «Mo Anthoine, que compartía este hábito, lo llamaba "alimentar a la bestia", y yo alimenté a la mía sin ninguna prudencia, convencido de que no tenía nada que perder».
El libro está estructurado como una biografía de Mo Anthoine, un extraordinario escalador nacido en Llanberis, un pequeño pueblo situado entre la costa y el Snowdon, la montaña más alta de Gales, que nunca buscó gran récords ni coronar a toda costa, sino alimentar a su bestia mientras disfrutaba de la compañía de grandes amigos. Para él era más importante la subida que la meta y uno de los encantos del texto es la delicadeza con que describe qué supone la amistad cuando te la estás jugando en un medio hostil, a miles de metros de altura y practicando escalada de riesgo.
Otra cosa que llama poderosamente la atención del lector es que, a pesar de lo peligroso de esa actividad, los montañeros realmente grandes saben evaluar bien los riesgos y mantener un margen de seguridad suficiente en cada momento, aunque a ojos del neófito y desde fuera, parezca una locura lo que están haciendo. Mo no tuvo ni una sola caída en 29 años de escalada en las cumbres más peligrosas de la Tierra y nunca murió ningún miembro en sus expediciones. Siempre sostuvo que Ninguna montaña merece más la pena que un compañero y por su parte, Don Willhans, el primero en subir la cara sur del Annapurna con Dougal Haston, solía decir que Un buen montañero es un montañero vivo.
La vida de Mo Anthoine está llena de facetas curiosísimas, como su pasado de chico difícil e indomable en el colegio, su habilidad para diseñar, fabricar y vender el material de montaña que a él le gustaría tener, lo más útil barato posible, sus años de doble de Sylvester Stallone y Jeremy Irons, su etapa de cámara de montaña para la BBC, su enorme humanidad y su personalidad, siempre optimista y positiva. El más fiable, resistente y seguro compañero en una cordada y un tipo divertido y ocurrente. Parece que era un tipo genial, de esos con los que te irías al fin del mundo y eso, para ir a lugares en los que la mortalidad es de uno de cada siete o para sobrepasar la zona de muerte, a más de 7500 m, donde la vida es viable solo durante unos días, es muy importante.
En esta obra se narran ascensiones a picos y lugares míticos, como El Toro, el Monte Fitz Roy, el Roraima, El Ogro, las Torres Trango, y se dedican sendos capítulos a dos expediciones en las que participaron nuestros dos amigos, una al Old Man of Hoy y otra el Everest. Hay situaciones extremas, párpados congelados sobre los ojos, noches bajo cero en las que hubo que vivaquear en una cornisa, rescates de compañeros con las dos piernas rotas o con varias costillas destrozadas y un buen surtido de anécdotas inolvidables.
La traducción, correcta y fluida en todo momento, es del argentino Juan Nadalini, uno de los cuatro editores de la editorial Entropía. Y esta edición incluye una docena de fotografías espléndidas de los protagonistas y de algunas de las cumbres más significativas que han escalado juntos.
Un libro apasionante, que se lee casi de un tirón, ameno, emocionante y que permite vivir, aunque sea de forma vicaria y muy descafeinada, grandes aventuras e imaginar lo que se debe sentir al vivirlas en primera persona a los que, como es mi caso, preferimos la tranquilidad y la seguridad de un sofá y tenemos, no sé si la fortuna o la desgracia, de no haber conocido a la bestia.
Al Alvarez (Londres, 1919-2019), en realidad Alfred Alvarez, fue un montañero, crítico, atleta universitario, poeta, ensayista y consumado jugador de póker británico. Hijo de un judío sefardita y una judía askenazí, estudió en Oxford Lengua Inglesa y fue el lector visitante más joven seleccionado en la Universidad de Princeton.
Después de unos años dado clase en la Universidad de Oxford y en Estados Unidos, decidió dedicarse a escribir a tiempo completo. Se encargó de la edición y crítica de poesía del diario The Observer, en el que dio a conocer a toda una generación de poetas británicos, como Sylvia Plath, Robert Lowell y John Berryman. Publicó poesía, algunas narraciones y notables ensayos sobre temas tan diversos como el divorcio, los sueños o el póker, entre los que destaca «El dios salvaje», dedicado al suicidio y basado en parte en su amistad con Sylvia Plath.
Durante gran parte de su vida cultivó con entusiasmo sus dos grandes aficiones: el póker y la escalada. Estuvo más de 20 años yendo a jugar un par de noches a la semana a los casinos de Londres y todos los fines de semana salía a escalar a un lugar llamado Harrison's Rock. También formó parte, coo relata en este libro, de varias expediciones de alta montaña. Solía decir que ambas cosas, las cartas y la montaña, trataban en esencia de controlar lo que parece incontrolable. Murió a los 90 años de una neumonía vírica.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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