Título: El jardín de vidrio Autora: Tatiana Țîbuleac
Páginas: 360
Editorial: Impedimenta
Precio: 21,66 euros
Año de edición: 2021
¿De qué manera se construye como persona una criatura que es abandonada al nacer en un terrible orfanato, un lugar en donde nunca recibió nada parecido al amor, a la seguridad, a la alegría, y a qué se puede aferrar cuando, para más inri, a los ocho años es sacada de allí por una mujer alcohólica y miserable que la compra —sí, la compra—para que trabaje para ella y que utiliza la violencia para enseñarle a golpes el idioma ruso que es lo poco que le puede descubrir? ¿Cómo crearse una identidad, cuando no solo los cimientos familiares son inexistentes, sino que tampoco se tiene una única lengua que sirva para enraizarse a un lugar, sino tres, pues se pertenece a un territorio que pasa de unos países a otros por decisiones tomadas por gobernantes lejanos que, aunque desconocen las implicaciones en el día a día de la gente, lo condicionan todo?
Quizás no sea posible expresar tanto dolor más que de forma sincopada, a pequeñas bocanadas ardientes que tienen que servir para exorcizar tanta negrura, tanta miseria, tanta soledad y tanta lucha por sobrevivir. Así lo hace la autora que nos cuenta en primera persona la vida de esa niña moldava en muchos pequeños capítulos que en ocasiones dejan mucho espacio en blanco hasta la página siguiente. Espacios que nos sirven para, por una parte, asimilar lo leído y por otra, para permitirnos un pequeño lapso de serenidad antes de continuar la inmersión en otra parte de la historia, en otro recuerdo de la niña que recogía botellas sucias para sobrevivir o de la mujer ya adulta, madre de una niña discapacitada, que no encuentra nada bueno en ella misma porque como no ha recibido amor se cree incapaz de darlo.
Es un libro duro por lo que cuenta, exigente para quien lee, incluso en algunas ocasiones podemos sentir que perdemos algún detalle alegórico o algo que pertenece a una historia política que nos es lejana, pero que podemos llegar a entender con un poco de información adicional. Quizás esas pequeñas dificultades son intencionadas y quizás la autora pretende que hagan su papel para que como lectores podamos comprender el desconcierto de vivir con varias lenguas y bajo diferentes estados, pero sin cambiar de plaza, escuela, apartamento o ciudad. La propia autora, que vivió entre dos idiomas, explica que el libro puede leerse también como una alegoría de Moldavia, su pequeño país, que es abandonado y criado por extranjeros y al crecer tiene que decidir en qué lado estaba.
A diferencia de otros libros cuya dificultad nos hace desistir o llegar agotados y descontentos al final, en «El jardín de vidrio» queremos saber más y ese interés nos mantiene la tensión.
Porque nos cautiva tanta lucha, tanto esfuerzo, tanto coraje que, finalmente, aunque no sea causa de celebración, se verá de alguna manera recompensado.
Porque la historia es tan verosímil que queremos todavía más detalles para ponernos en el lugar de esa niña y, ya que no podemos cambiar la historia, al menos tenerla presente en nuestra mente que es a donde llega lo que leemos porque si de algo carece esta novela es de sensiblería, lo que es un mérito.
Porque necesitamos estar preparados para percibir y reconocer otros dolores de desarraigo también reales de gentes cercanas a nosotros y así poder, saber y querer ofrecerles acogida y con ella nuestro afecto, comprensión y cuidado. Nos hace falta recordarlo porque, por desgracia, el fallo de esta sensibilidad por parte de algunos, desgraciadamente muchos, está copando la más vibrante actualidad en nuestros países occidentales y también en el nuestro que presumíamos no era racista ni xenófobo.
El título es estupendo y quien tome la, a mi juicio, buena decisión de leer la novela verá por qué. No seré yo quien lo descubra.
En cualquier caso, al igual que nos sorprendió, nos impresionó y nos gustó mucho con su primer y también duro libro «El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes», la autora con esta nueva novela lo ha vuelto a conseguir. Es una escritora que nos ofrece historias que, si son estupendas, todavía ganan más por su manera de contárnoslas.
Tatiana Țîbuleac (Moldavia,
1978) ha sido periodista durante muchos años en su país. En su trabajo de
crónica social, tuvo que ver y vivir situaciones muy dolorosas, que han influido
mucho en su temática narrativa, por ejemplo, los orfanatos, que visitó y
conoció. Todavía «vivo» de los sentimientos y recuerdos de mis años de
periodista, afirma. Cuando fue madre tuvo la obsesión de si era o no
una buena madre, de lo que también dejó constancia en las dos novelas que ha publicado.
Sus narraciones no son autobiográficas, pero sí escribe de lo que conoce y siente. Otro ejemplo son los idiomas en los que se crió y que todavía le crean inquietud, como aparece con claridad en esta segunda novela. Y es que Moldavia, pequeño país de cultura rumana, estuvo durante 50 años bajo el yugo ruso y en un momento determinado tuvo un idioma «inventado» a partir del rumano, pero con escritura cirílica.
La traductora, Marian Ochoa de Eribe, que ya lo fue de su primer éxito, vuelve a hacer un buen y cuidado trabajo.
Tatiana Țîbuleac es una escritora que con su primer libro recibió muchos premios como: el de la Unión de Escritores Moldavos; el de la revista literaria rumana Observador Cultural (2018); el Premio Cálamo (2019); el Premio Novela europea (2020), o el Premio Las librerías recomiendan (2020). Como está recién editado, no ha tenido tiempo de recibirlos por este nuevo trabajo, pero sin duda los tendrá. El nuestro ya lo tiene.
Publicado por Paloma Martínez.
Vidas inimaginablemente difíciles en las que las circunstancias íntimas y cotidianas de tantas personas son consecuencia directa de decisiones políticas acordadas en despachos lejanos y ajenos a la realidad de las personas sobre las que esas decisiones pesarán. Como lejanos y ajenos tienden a resultarnos la difícil y a veces sin rumbo andadura de los países que pertenecieron al bloque del Este. Gracias, Paloma por acercarnos a esta novela que trenza con maestría lo personal y lo político.
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