Título: La azucena roja Autor: Anatole France
Año de edición: 1984
Después de traer aquí varios libros publicados hace poco, vamos a por un clásico, que siempre está bien volver de vez en cuando a los valores seguros. «La azucena roja» es una de las obras maestras que nos dejó un autor que fué el prototipo francés de hombre de letras, completamente dedicado a la literatura, intelectual comprometido y con un dominio del lenguaje extraordinario.
Efectivamente, Anatole France es un gran narrador, que escribe con precisión, sencillez y claridad, a la vez que con una riqueza de matices y detalles apabullante. Su estilo no llega nunca a ser barroco, está siempre al servicio de lo que quiere contar y resulta verdaderamente espléndido. Por suerte, el español es un idioma muy próximo al francés y parece que ninguna de las cualidades del lenguaje original se pierde en la traducción.
El título de esta novela, «Le lys rouge» en francés, que debería ser más bien «El lirio rojo», alude al símbolo de la ciudad de Florencia y cuenta una historia de amor, apasionado y turbulento, que se desarrolla a caballo entre París y la capital toscana. El tema es la pasión como desgracia, como fuente de problemas y factor de profunda perturbación («la divina enfermedad»), visión que refleja la experiencia del autor, que estuvo envuelto toda su vida en amores turbulentos. La pasión se describe aquí como algo maravilloso y excelso, sí, pero también como algo demasiado poderoso e inseparablemente unido a los celos y al tormento.
Es la historia de un romance apasionado, que lo tiene todo a su favor menos ¡ay! los interiores de la naturaleza masculina que a veces se desboca teniéndolo todo a su favor y lleva la aventura al desastre. Un tema interesante que en manos de este autor se convierte en una filigrana. Los personajes están bien perfilados y la figura de la protagonista, Thérèse Montessuy, está llena de interés.
Por otro lado, los diálogos son brillantes, chispeantes, ingeniosos y rápidos. Resultan muy creíbles, reflejan el juego de esgrima verbal de la aristocracia francesa y describen toda una clase social. El estilo es espléndido, ya lo hemos dicho, y la narración es muy ágil, inteligente y vivaz, así que exige del lector la máxima concentración para no perder detalle. El autor maneja la elipsis dosificándola muy bien, sin abusar de ella y en los momentos oportunos.
El texto nos deja frases notables, como: «Toda idea falsa es peligrosa, porque implica desdén hacia la realidad», «Los movimientos armoniosos son la música de los ojos», «Una mujer es franca cuando no dice mentiras inútiles», «Nunca se es bondadoso cuando se ama», «Queremos ser amados y cuando nos aman, o nos aburren o nos torturan», «La desgracia es nuestra mejor maestra» o «El sueño es frecuentemente la revancha de las cosas que despreciamos».
Y curiosamente, el autor intercala en boca de uno de sus personajes un juicio y balance de la figura de Napoleón, al que
no deja muy favorecido al decir que no era un intelectual, sino
simplemente un militar eficaz y un político.
En suma, un clásico espléndido, que ha envejecido muy bien y se disfruta párrafo a párrafo. Una gran novela.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario