Título: La piel
Autor: Sergio del Molino
Páginas: 240
Editorial: Alfaguara
Precio: 17,95 euros
Año de edición: 2020
Tortura, suplicio, martirio, sufrimiento,
dolor, padecimiento, angustia, aflicción, pena, congoja. Son algunos de los términos
que da el diccionario de sinónimos para la palabra tormento. Tormento que
aparece en su segunda acepción como:
Pena o sufrimiento moral o físico muy intenso y continuado que siente una persona.
De todo ello nos habla en primera persona Sergio del Molino. Lo hace con una mezcla heterodoxa de estilos literarios y la gran habilidad que ya le conocíamos para manejar el lenguaje. Y, una vez más, nos deja prendados.
Quizás la novedad sea la utilización de la ironía para tratar un tema tan serio, personal y trascendente para él como es una enfermedad estigmatizante que padece y que implica no solo problemas físicos, sino una modificación en la manera de relacionarse con los demás y a la postre, que ha condicionado su manera de ser. Él, como otras personas que también padecen psoriasis o cualquier otra enfermedad de la piel visible por las modificaciones que comporta, trata de evitar, por una parte, el natural rechazo de las personas ante una manifestación cutánea alterada y por otra, que nadie se sienta impelido a consolarle, lo que le provoca un rechazo visceral seguido de una profunda rabia. Uno no puede ser objeto de pena o conmiseración.
El sentido del humor muy presente a lo largo de la narración, en algunos momentos nos hace sonreír y en otros nos provoca la carcajada por lo hilarante de la imagen de lo que cuenta, rebajando así la tensión dramática y consiguiendo, una vez más, ese difícil equilibrio al narrar de manera que el lector comprenda el sufrimiento y empatice con quien sufre, pero no hasta el grado de la angustia. De ello ya dio una clase magistral en su libro más personal y doliente, «La hora violeta».
La ficción recorre el libro con la narración intercalada de episodios de las vidas de algunos personajes conocidos de la historia que sufrieron psoriasis como fueron el terrible Stalin, el gran John Updike, el también grande Nabokov, la en su momento revolucionaria cantante Cindy Lauper o el narco Escobar. Cuenta historietas, a manera de chafardeos, que siempre concitan el interés por mucho que digamos que no nos van los cotilleos. Sabemos por qué el camarada Stalin llevaba la camisa siempre cerrada hasta el último botón o cómo se bañaba en solitario en una piscina cerrada a la vista de cualquiera. También conocemos que el famoso escritor Updike se tomaba unos días de asueto de su familia para irse a las Antillas a tomar el sol, único elemento que calma, aunque brevemente, los rigores de la enfermedad. Nos hace un guiño simpático contándonos una historia de atracción del escritor por una joven lugareña bibliotecaria -siempre el amor a los libros- de piel oscura.
En seguida aprovecha para introducir un tema de trascendental importancia y que tiene que ver con la exclusión a causa de la piel, el racismo, la peor de todas las exclusiones, si es que cabe gradación. Nos habla de la escala de colores de la piel humana establecida por el barón Von Luschan que, aunque no pretendía más que ilustrar la realidad, posteriormente sería utilizada arteramente por los nazis para decidir quién no debía tener el privilegio de la vida. También nos recuerda el patético caso del negro de Banyoles, ser humano exhibido en un museo catalán hasta finales del siglo pasado. En estos temas no solo no bromea, sino que nos ofrece una información basada en una profunda documentación histórica, como procede en un escritor serio como es Sergio del Molino que no deja nada al azar.
El autor no solo se permite inventar lo que quiere, sino que lo hace con la complicidad del público lector, pues nos avisa de que en el libro lo que es producto de la ficción se debe a su imaginación y lo hace porque le gusta, porque por y para ello es escritor con licencia para la invención y porque le apetece. Intuyo que quizás también es una manera de permitirse la rebeldía y ser dueño de sus pensamientos y ensoñaciones acotando así un territorio, el de sus narraciones, que le pertenece totalmente y en el que escapa de la tremenda soga a la que está encadenado su cuerpo, traducida en marcas y medicamentos. En su mente creadora no hay débitos ni siquiera a sí mismo.
¿Qué decir del lenguaje? Que como hábil prestidigitador lo pone a su servicio dando cuenta tanto de los lugares comunes y tópicos que contextualiza con gran habilidad para darnos cabal ubicación de su relato, como de lo más granado y elegante del diccionario, haciéndonos flojear de gozo con algunas adjetivaciones eruditas. También juega con las palabras y, como es bien sabido que el lenguaje no es inocente, hace guiños que provocan nuestra sonrisa. Un ejemplo, utiliza «refocilarse» que no es lo mismo que alegrarse del mal ajeno o que regodearse -ambas definiciones del diccionario-. Elige cuidadosamente, disfruta con los matices y nos hace disfrutar.
Pena o sufrimiento moral o físico muy intenso y continuado que siente una persona.
De todo ello nos habla en primera persona Sergio del Molino. Lo hace con una mezcla heterodoxa de estilos literarios y la gran habilidad que ya le conocíamos para manejar el lenguaje. Y, una vez más, nos deja prendados.
Quizás la novedad sea la utilización de la ironía para tratar un tema tan serio, personal y trascendente para él como es una enfermedad estigmatizante que padece y que implica no solo problemas físicos, sino una modificación en la manera de relacionarse con los demás y a la postre, que ha condicionado su manera de ser. Él, como otras personas que también padecen psoriasis o cualquier otra enfermedad de la piel visible por las modificaciones que comporta, trata de evitar, por una parte, el natural rechazo de las personas ante una manifestación cutánea alterada y por otra, que nadie se sienta impelido a consolarle, lo que le provoca un rechazo visceral seguido de una profunda rabia. Uno no puede ser objeto de pena o conmiseración.
El sentido del humor muy presente a lo largo de la narración, en algunos momentos nos hace sonreír y en otros nos provoca la carcajada por lo hilarante de la imagen de lo que cuenta, rebajando así la tensión dramática y consiguiendo, una vez más, ese difícil equilibrio al narrar de manera que el lector comprenda el sufrimiento y empatice con quien sufre, pero no hasta el grado de la angustia. De ello ya dio una clase magistral en su libro más personal y doliente, «La hora violeta».
La ficción recorre el libro con la narración intercalada de episodios de las vidas de algunos personajes conocidos de la historia que sufrieron psoriasis como fueron el terrible Stalin, el gran John Updike, el también grande Nabokov, la en su momento revolucionaria cantante Cindy Lauper o el narco Escobar. Cuenta historietas, a manera de chafardeos, que siempre concitan el interés por mucho que digamos que no nos van los cotilleos. Sabemos por qué el camarada Stalin llevaba la camisa siempre cerrada hasta el último botón o cómo se bañaba en solitario en una piscina cerrada a la vista de cualquiera. También conocemos que el famoso escritor Updike se tomaba unos días de asueto de su familia para irse a las Antillas a tomar el sol, único elemento que calma, aunque brevemente, los rigores de la enfermedad. Nos hace un guiño simpático contándonos una historia de atracción del escritor por una joven lugareña bibliotecaria -siempre el amor a los libros- de piel oscura.
En seguida aprovecha para introducir un tema de trascendental importancia y que tiene que ver con la exclusión a causa de la piel, el racismo, la peor de todas las exclusiones, si es que cabe gradación. Nos habla de la escala de colores de la piel humana establecida por el barón Von Luschan que, aunque no pretendía más que ilustrar la realidad, posteriormente sería utilizada arteramente por los nazis para decidir quién no debía tener el privilegio de la vida. También nos recuerda el patético caso del negro de Banyoles, ser humano exhibido en un museo catalán hasta finales del siglo pasado. En estos temas no solo no bromea, sino que nos ofrece una información basada en una profunda documentación histórica, como procede en un escritor serio como es Sergio del Molino que no deja nada al azar.
El autor no solo se permite inventar lo que quiere, sino que lo hace con la complicidad del público lector, pues nos avisa de que en el libro lo que es producto de la ficción se debe a su imaginación y lo hace porque le gusta, porque por y para ello es escritor con licencia para la invención y porque le apetece. Intuyo que quizás también es una manera de permitirse la rebeldía y ser dueño de sus pensamientos y ensoñaciones acotando así un territorio, el de sus narraciones, que le pertenece totalmente y en el que escapa de la tremenda soga a la que está encadenado su cuerpo, traducida en marcas y medicamentos. En su mente creadora no hay débitos ni siquiera a sí mismo.
¿Qué decir del lenguaje? Que como hábil prestidigitador lo pone a su servicio dando cuenta tanto de los lugares comunes y tópicos que contextualiza con gran habilidad para darnos cabal ubicación de su relato, como de lo más granado y elegante del diccionario, haciéndonos flojear de gozo con algunas adjetivaciones eruditas. También juega con las palabras y, como es bien sabido que el lenguaje no es inocente, hace guiños que provocan nuestra sonrisa. Un ejemplo, utiliza «refocilarse» que no es lo mismo que alegrarse del mal ajeno o que regodearse -ambas definiciones del diccionario-. Elige cuidadosamente, disfruta con los matices y nos hace disfrutar.
Sergio del Molino
Sergio del Molino, aragonés, aunque
nacido en Madrid, ampliamente reseñado en este blog, nos gusta por su manera de
ser que se refleja en su modo de escribir, sencillo y natural a la vez que
intelectualmente profundo; pródigo en sentido del humor y una fina ironía que
comienza por sí mismo -hay que ser muy humilde para atreverse a reírse de sí
mismo-; rápido y ocurrente en el discurso, como lo muestran sus entradas en el
programa radiofónico en el que participa, y nos gusta también porque se muestra
sin ocultamientos, aunque como nos cuenta en este libro, con la distancia del
respeto debido y demandado en reciprocidad.
Otra vez más, estupendo trabajo por el que le felicitamos calurosamente.
Otra vez más, estupendo trabajo por el que le felicitamos calurosamente.
Publicado por Paloma Martínez.
Aquí tenéis el enlacede lapresentación del libro en la librería Cálamo:
ResponderEliminarhttps://www.facebook.com/libreriacalamo/videos/2539387313038663
Ahora mismo empiezo La piel...gracias por tu reseña Paloma
ResponderEliminarAna D.