Título: El arte de perder
Autora: Alice Zeniter
Páginas: 432
Editorial: Salamandra
Precio: 19,95 euros
Año de edición: 2019
Silencio como salvaguarda ante lo
desconocido. Silencio para pasar desapercibidos. Silencio para recibir lo que
den, sin pedir. Silencio para intentar adaptarse. Silencio contra la
hostilidad. Silencio para aguantar la ignominia. Silencio para ocultar el
dolor. Silencio para ocultar el error. Silencio para sobrevivir.
Silencio que propicia el miedo y que va matando todo, hasta el deseo de cualquier vida mejor. El temor se convertirá en resquemor, un resentimiento contra todo y contra todos, contra uno mismo y contra los propios ancestros. Adaptarse como única posibilidad. Ese es el duro viaje solitario de los emigrantes.
El silencio es el eje en el que uno de los personajes principales de esta novela, el padre de Naïma, la protagonista, fundamenta su ser. Siendo apenas un niño, se ve sometido a la violencia de dejar su mundo -la Cabilia argelina- en donde la vida de su padre peligraba por haber colaborado con el ejército francés en los duros momentos de la guerra que acabó con la independencia de Argelia en 1962. No eran siquiera pieds-noirs, calificativo denigrante con el que estigmatizaron a las personas de origen europeo nacidas en Argelia cuando les dieron la posibilidad de establecerse en Francia. Los personajes del libro eran harkis, lo peor, porque eran despreciados por sus propios compatriotas por haber colaborado con el gobierno colonial y también por los franceses, para quienes eran un problema, ya que habían dejado de serles de utilidad y estaban obligados a hacerse cargo de ellos. Por ello, su marcha a Francia, su recepción y su estancia allí fueron aún más duras que las de los pieds-noirs.
La protagonista (¿la autora?), franco-argelina de tercera generación, descubre, siendo ya una joven independiente, que no sabe nada del país de origen de su padre y abuelos, de quienes no le queda ni siquiera el idioma, pues en el proceso de adaptación fue una de las primeras grandes pérdidas. La decisión de buscar sus raíces sin contar con el apoyo de su padre le hace viajar a esa tierra requemada por el sol en la que quedan parientes, cuya acogida es incierta. Y a partir de los preparativos y del propio viaje, la protagonista va descubriendo, y los lectores con ella, el origen de tanto dolor guardado en lugares inaccesibles. Desde allí vamos haciendo el viaje de exilio de su familia, la llegada a Francia y el paso por dos campos de refugiados en condiciones miserables y, tras años de permanencia en ellos, la marcha al banlieu de la gran ciudad para vivir en el gueto del que los abuelos nunca saldrán.
Vemos cómo el abuelo, Ali, se transforma de un orgulloso y respetado propietario de tierras y una pequeña industria innovadora en su tierra, en un ser dócil y silencioso que tiene miedo a todo, a no saber francés, a que le echen del trabajo y del alojamiento si «no se portan bien», a que les descubran rezando, a que… De ser uno de los dos líderes de su cabila a ser nadie, obviado por todos, insultado y denostado. A su hijo Hamid, padre de la protagonista, le corresponderá el duro trabajo de adaptación y lograr que la única marca externa del origen de sus hijas sea el tono de piel.
En la inmigración, se nos cuenta, es la tercera generación la que pregunta acerca de su identidad, la que reclama explicaciones de por qué se les ha negado parte de su historia y, como dice la propia protagonista, «es la generación que se rebela ante las etiquetas que la sociedad les asigna, que suponen una identidad estereotipada de donde es difícil salir por miedo a ser rechazados».
Una historia contada con mucho respeto, aunque muy crítica con una situación que desgraciadamente está de plena actualidad, la creciente inmigración de gentes que llegan a nuestros países y que con suerte podrán contar -dentro de tres generaciones- su historia. ¿Podrán?
Es esta una historia que nos hace recordar un período en España en el que se oían relatos semejantes. No hay que olvidar que muchos pieds-noirs fueron españoles y tampoco contaron maravillas de su llegada a Francia.
El título proviene de un bonito y certero poema de Elizabeth Bishop titulado «Un arte» que habla de que la vida es un aprendizaje de la pérdida, aprendizaje necesario para que no ocurra, como tantas veces, que hay vivencias a las que se les da la muerte más violenta que pueden tener, las de su negación.
Silencio que propicia el miedo y que va matando todo, hasta el deseo de cualquier vida mejor. El temor se convertirá en resquemor, un resentimiento contra todo y contra todos, contra uno mismo y contra los propios ancestros. Adaptarse como única posibilidad. Ese es el duro viaje solitario de los emigrantes.
El silencio es el eje en el que uno de los personajes principales de esta novela, el padre de Naïma, la protagonista, fundamenta su ser. Siendo apenas un niño, se ve sometido a la violencia de dejar su mundo -la Cabilia argelina- en donde la vida de su padre peligraba por haber colaborado con el ejército francés en los duros momentos de la guerra que acabó con la independencia de Argelia en 1962. No eran siquiera pieds-noirs, calificativo denigrante con el que estigmatizaron a las personas de origen europeo nacidas en Argelia cuando les dieron la posibilidad de establecerse en Francia. Los personajes del libro eran harkis, lo peor, porque eran despreciados por sus propios compatriotas por haber colaborado con el gobierno colonial y también por los franceses, para quienes eran un problema, ya que habían dejado de serles de utilidad y estaban obligados a hacerse cargo de ellos. Por ello, su marcha a Francia, su recepción y su estancia allí fueron aún más duras que las de los pieds-noirs.
La protagonista (¿la autora?), franco-argelina de tercera generación, descubre, siendo ya una joven independiente, que no sabe nada del país de origen de su padre y abuelos, de quienes no le queda ni siquiera el idioma, pues en el proceso de adaptación fue una de las primeras grandes pérdidas. La decisión de buscar sus raíces sin contar con el apoyo de su padre le hace viajar a esa tierra requemada por el sol en la que quedan parientes, cuya acogida es incierta. Y a partir de los preparativos y del propio viaje, la protagonista va descubriendo, y los lectores con ella, el origen de tanto dolor guardado en lugares inaccesibles. Desde allí vamos haciendo el viaje de exilio de su familia, la llegada a Francia y el paso por dos campos de refugiados en condiciones miserables y, tras años de permanencia en ellos, la marcha al banlieu de la gran ciudad para vivir en el gueto del que los abuelos nunca saldrán.
Vemos cómo el abuelo, Ali, se transforma de un orgulloso y respetado propietario de tierras y una pequeña industria innovadora en su tierra, en un ser dócil y silencioso que tiene miedo a todo, a no saber francés, a que le echen del trabajo y del alojamiento si «no se portan bien», a que les descubran rezando, a que… De ser uno de los dos líderes de su cabila a ser nadie, obviado por todos, insultado y denostado. A su hijo Hamid, padre de la protagonista, le corresponderá el duro trabajo de adaptación y lograr que la única marca externa del origen de sus hijas sea el tono de piel.
En la inmigración, se nos cuenta, es la tercera generación la que pregunta acerca de su identidad, la que reclama explicaciones de por qué se les ha negado parte de su historia y, como dice la propia protagonista, «es la generación que se rebela ante las etiquetas que la sociedad les asigna, que suponen una identidad estereotipada de donde es difícil salir por miedo a ser rechazados».
Una historia contada con mucho respeto, aunque muy crítica con una situación que desgraciadamente está de plena actualidad, la creciente inmigración de gentes que llegan a nuestros países y que con suerte podrán contar -dentro de tres generaciones- su historia. ¿Podrán?
Es esta una historia que nos hace recordar un período en España en el que se oían relatos semejantes. No hay que olvidar que muchos pieds-noirs fueron españoles y tampoco contaron maravillas de su llegada a Francia.
El título proviene de un bonito y certero poema de Elizabeth Bishop titulado «Un arte» que habla de que la vida es un aprendizaje de la pérdida, aprendizaje necesario para que no ocurra, como tantas veces, que hay vivencias a las que se les da la muerte más violenta que pueden tener, las de su negación.
Alice Zeniter
Alice Zeniter, nacida en Alenzon (Francia)
en 1986, se estrenó como escritora a los 16 años y no ha dejado de escribir
desde entonces. Tiene editados, con el que se recomienda, cuatro libros. Este
último editado en 2017 fue ampliamente reconocido ya el mismo año de su
publicación. Con él ha ganado los premios Goncourt
des Lycéens, el Littéraire de Le Monde, el Landarneau des Lecteurs, el Libraires
de Nancy y el primer Premio Goncourt de España, con un jurado presidido por
Arturo Pérez-Reverte. Bien ganados.
Publicado por Paloma Martínez.
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