Umberto Eco
(Alessandria, 1932-2016), intelectual, novelista y filósofo italiano vivió en
primera persona los efectos del fascismo italiano. En abril de 1995 impartió
una conferencia titulada «El fascismo eterno» en un Congreso de Filología
italiana y francesa en la Universidad Columbia, que luego se transformaría en
un artículo publicado en «The New YorkReview of Books». En ella identificó catorce características del fascismo
que nos pueden ayudar a identificar esa amenaza contra la libertad, frente a la
banalización del término que a veces se usa con excesiva ligereza.
Benito Mussolini
El fascismo eterno
El fascismo eterno
En 1942, con 10 años
de edad gané el premio en los Ludi Juveniles (un concurso con libre
participación obligatoria para jóvenes fascistas italianos, lo que equivale a
decir, para todos los jóvenes italianos). Había trabajado con virtuosismo
retórico sobre el tema: «¿Debemos morir por la gloria de Mussolini y por el
destino inmortal de Italia?» Mi respuesta fue afirmativa. Yo era un muchacho
despierto.
Después, en 1943,
descubrí el significado de la palabra libertade. Voy a contar esa historia al
final de mi discurso. En aquel momento «libertad» todavía no significaba
«liberación».
Pasé dos de mis
primeros años entre SS, fascistas y resistentes, que disparaban unos contra
otros, y aprendí a esquivar las balas. No fue un mal ejercicio.
En abril de 1945, la Resistencia tomó Milán. Dos
días después los resistentes llegaron a la pequeña ciudad en la que yo vivía,
Fue un momento de alegría. La plaza principal estaba llena de gente que cantaba
y enarbolaba banderitas, invocando a Mimo, el líder de la resistencia en el
área, por un altavoz. Mimo, exsuboficial de los carabineros, se involucró con
los partidarios del mariscal Badoglio y
perdió una pierna en los primeros combates. Apareció en el balcón de la
Municipalidad, apoyado en muletas, pálido; intentó calmar la multitud con una
mano. Yo estaba allí, esperando su discurso, una vez que toda mi infancia había
sido marcada por los grandes discursos históricos de Mussolini, cuyos pasajes
más significativos aprendíamos de memoria en la escuela. Silencio. Mimo habló
con voz ronca, casi no se le oía. Dijo: «Ciudadanos, amigos. Después de tantos
sacrificios dolorosos… aquí estamos. Gloria a los que cayeron por la libertad»
y eso fue todo. Volvió a entrar. La multitud gritaba, los miembros de la
resistencia levantaron las armas y dispararon al aire, festivamente. Nosotros, muchachos,
nos precipitamos para recoger los cartuchos, preciosos objetos de colección,
pero yo había aprendido que libertad de palabra significa también libertad de
retórica.
Algunos días después,
vi los primeros soldados norteamericanos. Eran afroamericanos. El primer yanqui
que encontré era un negro, Joseph, que me presentó las maravillas de Dick Tracy
y Li’l Abner. Sus historietas eran coloridas y tenían un buen olor.
Uno de los oficiales
(el mayor o capitán Muddy) era huésped en la casa de la familia de dos de mis
compañeros de escuela. Yo me sentía en casa en aquel jardín en que algunos
señores se amontonaban alrededor del capitán Muddy, hablando un francés
aproximativo. El capitán Muddy tenía una buena educación y conocía un poco de
francés. Así, mi primera imagen de los libertadores norteamericanos, después de
tantos caras-pálidas de camisa negra, era la de un negro culto en uniforme
caqui que decía: «Oui, merci beaucoup
Madame, moi aussi j’aime le champagne…». Desgraciadamente, faltaba el
champagne, pero obtuve del capitán Muddy mi primer chicle y empecé a
masticar el día entero. Por la noche,
ponía el chicle en un vaso de agua para que estuviera fresco al día siguiente.
En mayo, oímos decir
que la guerra había acabado. La paz me provocó una sensación curiosa. Me habían
dicho que la guerra permanente era la condición normal de un joven italiano. En
los meses siguientes descubrí que la Resistencia no era solamente un fenómeno
local, sino europeo. Aprendí nuevas y excitantes palabras como «reseau», «armée secrète», «Rote
Kapelle», «gueto de Varsóvia». Ví las primeras fotos del holocausto y así
comprendí su significado aún antes de conocer la palabra. Percibí que habíamos
sido liberados.
Si pensamos aún en
los gobiernos totalitarios que dominaron Europa antes de la Segunda Guerra
Mundial, podemos decir con tranquilidad que sería muy difícil que retornasen
bajo la misma forma, en circunstancias históricas diversas.
Sin embargo, aunque
los regímenes políticos puedan ser derrocados y las ideologías criticadas y
destituidas de su legitimidad, detrás de un régimen y su ideología hay siempre
un modo de pensar y de sentir, una serie de hábitos culturales, una nebulosa de
instintos obscuros y de pulsiones insondables.
El fascismo fue
seguramente una dictadura, pero no era completamente totalitario, no tanto por
su blandura como por la debilidad filosófica de su ideología. Al contrario de
lo que se piensa comúnmente, el fascismo italiano no tenía una filosofía
propia. El artículo sobre el fascismo firmado por Mussolini para la
Enciclopedia Treccani fue escrito o se inspiró fundamentalmente en Giovanni
Gentile, pero reflejaba una noción hegeliana tardía del «Estado ético absoluto»,
que Mussolini nunca realizó completamente. Mussolini no tenía cualquier
filosofía: tenía apenas una retórica.
El fascismo era un
totalitarismo fuzzy (borroso). No era una ideología monolítica, sino un collage
de diversas ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones. ¿Es
posible concebir un movimiento totalitario que logre aunar monarquía y
revolución, ejército real y milicia personal de Mussolini, los privilegios
concedidos a la Iglesia y una educación estatal que exaltaba la violencia y el
libre mercado?
Gramsci fue mantenido
en prisión hasta su muerte, Matteotti y los hermanos Rosselli fueron
asesinados, la libertad de prensa suspendida, los sindicatos desmantelados, los
disidentes políticos confinados en islas remotas, el poder legislativo se
volvió pura ficción y del ejecutivo (que controlaba al judicial, así como los
medios) emanaban directamente las nuevas leyes, entre las cuales la de defensa
de la raza (apoyo formal italiano al Holocausto).
La imagen incoherente
que he descrito no era debida a la tolerancia; era un ejemplo de
descoyuntamiento político e ideológico. Pero era un «descoyuntamiento
ordenado», una confusión estructurada. El fascismo no tenía bases filosóficas,
pero desde el punto de vista emocional estaba firmemente articulado en torno a
algunos arquetipos.
El término «fascismo»
se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más
aspectos y continuará siempre siendo reconocido como fascista. Si le quitan al
fascismo el imperialismo y tendremos a Franco o Salazar; quiten el colonialismo
y tendremos el fascismo balcánico. Agreguen al fascismo italiano un
anticapitalismo radical (que nunca fascinó Mussolini) y tendremos Ezra Pound.
Agreguen el culto a la mitología céltica y el misticismo del Graal
(completamente ajeno al fascismo oficial) y tendremos uno de los más respetados
gurús fascistas, Julios Evola.
A pesar de esa
confusión, considero posible indicar un conjunto de características típicas de
aquello que me gustaría llamar «Ur-fascismo» o «fascismo eterno». Tales
características no pueden encontrarse en un único sistema; varias se
contradicen entre sí y son típicas de otras formas de despotismo o fanatismo.
Pero es suficiente que una de ellas se presente para hacer que se forme una nebulosa
fascista.
1. El culto a la
tradición
El tradicionalismo es
más viejo que el fascismo. No sólo fue típico del pensamiento contra reformista
católico después de la Revolución Francesa, sino que nació en el final de la
edad helenística como una reacción al racionalismo griego clásico.
Como consecuencia, no
puede existir avance del saber. La verdad ya fue anunciada definitivamente y
solamente podemos seguir interpretando su obscuro mensaje. Es suficiente
observar el ideario de cualquier movimiento fascista para encontrar a os
principales pensadores tradicionalistas. La gnosis nazi fue alimentada por
elementos tradicionalistas, sincretistas y ocultos..
2. El rechazo a lo
moderno
Tanto los fascistas
como los nazis adoraban la tecnología, mientras los tradicionalistas en general
rechazan la tecnología como negación de los valores espirituales tradicionales.
Con todo, aunque el nazismo sintiera orgullo de sus éxitos industriales, su
elogio de la modernidad era tan sólo el aspecto superficial de una ideología
basada en «la sangre» y «la tierra» (blut und boden). El rechazo del mundo
moderno era camuflado como condena del modo de vida capitalista, pero se
refería principalmente al rechazo al espíritu de 1789 (o 1776, obviamente). La
ilustración, la edad de la razón eran vistos como el inicio de la depravación
moderna. En ese sentido, el fascismo se puede definir como un irracionalismo.
3. El culto de la
acción por acción
La acción es hermosa
en sí misma, por lo tanto, debe realizarse antes de y sin cualquier reflexión.
Pensar es una forma de castración. Por eso, la cultura es sospechosa en la
medida en que es identificada con actitudes críticas. De la declaración
atribuida a Goebbels («Cuando oigo hablar en cultura, cojo en seguida la
pistola») al uso frecuente de expresiones como «cerdos intelectuales», «cabezas
huecas», «esnobs radicales», «las universidades son un nido de comunistas», la
sospecha del mundo intelectual siempre ha sido un síntoma de fascismo. Los
intelectuales fascistas oficiales estaban empeñados principalmente en acusar a
la cultura moderna y a la inteligencia liberal de abandono de los valores
tradicionales.
4. El desacuerdo es
traición
El espíritu crítico
introduce distinciones y distinguir es una señal de modernidad. En la cultura
moderna, la comunidad científica percibe el desacuerdo como instrumento de
avance de los conocimientos. Para el fascismo, el desacuerdo es traición.
5. Miedo a lo
diferente
El desacuerdo es,
además, una señal de diversidad. El fascismo fomenta y busca el consenso
disfrutando y exacerbando el miedo natural a la diferencia. El primer
llamamiento de un movimiento fascista o que se está volviendo fascista es
contra los intrusos. El fascismo es, por lo tanto, racista por definición.
6. Apelación a la
frustración social
El fascismo proviene
de la frustración individual o social. Lo que explica por qué una de las
características de los fascismos históricos ha sido apelar a las clases medias
frustradas, desvalorizadas por alguna crisis económica o humillación política,
asustadas por la presión de los grupos sociales inferiores. En nuestro tiempo,
en que los viejos «proletarios» se están transformando en pequeña burguesía (y
el lumpen se autoexcluye de la escena política), el fascismo encontrará en esa
nueva mayoría su público.
7. La obsesión con
una conspiración
Para los que se ven
privados de cualquier identidad social, el fascismo dice que su único
privilegio es el más común de todos: haber nacido en un mismo país. Ese es el
origen del nacionalismo. Además, los únicos que pueden proveer una identidad a
las naciones son los enemigos. Así, en la raíz de la psicología fascista está
la obsesión por la conspiración, posiblemente internacional. Los seguidores
tienen que sentirse sitiados. El modo más fácil de hacer emerger un complot es
hacer una llamada a la xenofobia. Pero la conspiración tiene que venir también
del interior: los judíos son, en general, el mejor objetivo porque ofrecen la
ventaja de estar, al mismo tiempo, dentro y fuera. En Estados Unidos, el último
ejemplo de obsesión por el complot fue el libro «The New World Order» de Pat
Robertson.
8. La humillación por
la riqueza y la fuerza de los enemigos
Los adeptos deben
sentirse humillados por la riqueza ostensiva y por la fuerza del enemigo.
Cuando yo era niño me enseñaban que los ingleses eran el «pueblo de las cinco
comidas»: comían más frecuentemente que los italianos, pobres pero sobrios. Los
judíos son ricos y se ayudan unos a los otros gracias a una red secreta de
mutua asistencia. Con todo, los adeptos deben estar convencidos de que pueden
derrotar al enemigo. Así, gracias a un continuo dislocamiento de registro
histórico, los enemigos son, a la vez, demasiado fuertes y demasiado débiles.
Los fascismos están condenados a perder sus guerras, pues son constitutivamente
incapaces de evaluar con objetividad la fuerza del enemigo.
9. El pacifismo es
aliarse con el enemigo
Para el fascismo no
hay lucha por vida, sino vida para la lucha. Luego, el pacifismo es connivencia
con el enemigo; el pacifismo es malo porque la vida es una guerra permanente.
Sin embargo, eso trae con ello un complejo de Armagedón: a partir del momento
en que los enemigos pueden y deben ser derrotados, tiene que haber una batalla
final y, seguidamente, el movimiento asumirá el control del mundo. Una solución
final similar implica una sucesiva era de paz, una edad de oro que se opondría
al principio de la guerra permanente. Ningún líder fascista logró resolver esa
contradicción.
10. Desprecio de los
débiles
El elitismo es un
aspecto típico de cualquiera ideología reaccionaria, en cuanto fundamentalmente
aristocrática. En el decurso de la historia, todos los elitismos aristocráticos
y militaristas han implicado el desprecio de los débiles. El fascismo no puede
dejar de predicar un «elitismo popular». Todos los ciudadanos pertenecen al
mejor pueblo del mundo, los miembros del partidos son los mejores ciudadanos,
todo ciudadano puede (o debe) volverse miembro del partido.
11. Todo el mundo es
educado para convertirse en un héroe.
Se educa a cada
persona para que se convierta en un héroe. En cualquier mitología, el héroe es
un ser excepcional, pero en la ideología fascista el heroísmo es la norma. Ese
culto al heroísmo está estrechamente ligado con el culto de la muerte: ¿acaso
el lema de los falangistas no era ¡Viva la muerte!? A la gente normal se le
dice que la muerte es desagradable, pero es preciso afrontarla con dignidad; a
los creyentes, se les dice que es un modo doloroso de alcanzar la felicidad
sobrenatural. El héroe fascista, por el contrario, aspira a la muerte,
anunciada como recompensa por una vida heroica. El héroe fascista espera
impacientemente la muerte. Y su impaciencia, hay que resaltar, logra en la
mayor parte de las ocasiones llevar a otros hasta la muerte.
12. Machismo y
armamento
Como tanto la guerra
permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, el fascista
transfiere su voluntad de poder a cuestiones sexuales. Ese es el origen del
machismo (que implica desdén por las mujeres y una condenación intolerante de
hábitos sexuales no conformistas, de la castidad a la homosexualidad). Como el
sexo también es un juego difícil de jugar, el héroe fascista juega con las
armas, que son su sucedáneo fálico: sus juegos de guerra son debidos a una
envidia del pene permanente.
13. El populismo
cualitativo
El fascismo se basa
en un «populismo cualitativo». En una democracia, los ciudadanos tienen
derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos solamente es dotado
de impacto político desde el punto de vista cuantitativo (las decisiones de la
mayoría son acatadas). Para el fascismo los individuos en cuanto individuos no
tienen derechos y «el pueblo» es concebido como una calidad, una entidad
monolítica que expresa «la voluntad común». Como cualquier cantidad de seres
humanos puede tener una voluntad común, el líder se presenta como su
intérprete. Habiendo perdido su poder de delegar, los ciudadanos no actúan, son
llamados apenas como parte del todo, para asumir el papel de pueblo. El pueblo
es, así, solamente una ficción teatral. Para tener un buen ejemplo de populismo
cualitativo, no necesitamos más que la Piazza Venezia o el estadio de
Nuremberg.
En nuestro futuro se
dibuja un populismo cualitativo de la mano de la televisión e internet, en el
cual la respuesta emocional de un grupo seleccionado de ciudadanos puede ser
presentada y aceptada como la «voz del pueblo». En virtud de su populismo
cualitativo, el fascismo debe oponerse a los «pútridos» gobiernos
parlamentarios. Una de las primeras frases pronunciadas por Mussolini en el
parlamento italiano fue: «Yo podría haber transformado esta asamblea sorda y
gris en un campamento para mis regimientos». De hecho, luego, encontró un
alojamiento mejor para sus regimientos y poco después liquidó el parlamento.
Cada vez que un político pone en duda la legitimidad del parlamento por no
representar ya la «voz del pueblo», se puede sentir el olor del fascismo.
14. El fascismo habla
en una neolengua
La idea de neolengua
fue inventada por Orwell en 1984, como lengua oficial del Ingsoc, el Socialismo
Inglés, pero ciertos elementos del fascismo son comunes a diversas formas de
dictadura. Todos los textos escolares nazis o fascistas eran de un léxico pobre
y una sintaxis elemental, con el fin de limitar los instrumentos para un
razonamiento complejo y crítico. Debemos, sin embargo, estar preparados para
identificar otras formas de neolengua, aún cuando tomen la forma inocente de un
talk-show popular.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
Qué adecuado recordatorio. Gracias Antonio.
ResponderEliminarDe nada. Es un buen día para pensar sobre el tema.
ResponderEliminarSe me ocurre que quizás pueda ser un buen programa(como he leído en un blog) tratar de hacer justo lo contrario en cierta medida y de manera razonable: renovar las tradiciones en lo necesario, ser moderno, pensar antes de actuar, disentir y ser tolerante con la disidencia, dar la bienvenida a los extranjeros y diferentes, rechazar la xenofobia, proteger a los débiles, fomentar la resiliencia, luchar contra las conspiranoias y los bulos, ser razonablemente pacifista, evitar las manipulaciones, ser feminista, detectar el populismo, valorar la ilustración...