Título: Las tinieblas de tu memoria negra
Autor: Donato Ndongo
Páginas: 168
Editorial: Del bronce
Precio: 14 euros
Precio: 14 euros
Año de edición: 1987
Se trata de la historia
(¿autobiográfica? -autoficción, se dice ahora-, el propio autor dice que no
pero…) de un niño guineano que cuenta su infancia en los años 60 en su país ya
colonizado por los españoles (1883 fue la llegada de los claretianos que con su
evangelización dieron comienzo a la colonización total) y por lo que la iglesia
–los curas- aparece como la mayor influencia para su familia y para él.
La narración en primera persona, junto
a la magnífica forma de narrar, logra que la verosimilitud sea total. Junto a
la primera persona de la narración, aparece con frecuencia una segunda persona,
que a veces parece que es otra, y en otras ocasiones la sensación es que se
trata de mismo protagonista hablándose a sí mismo. También hace presencia en
algunos momentos una tercera persona más descriptiva y alejada de la emoción y
el interés por seguir descubriendo lo que le ocurre a ese niño. Y lo que le
ocurre, con seguridad, resonará en las mentes de los lectores que ya no cumplan
los 50 o 60 años, y les hará recordar vivencias similares pues se descubre
cuánto se asemejó la educación de allí a la nuestra en los colegios españoles
de curas y monjas de la época.
Ya en las primeras páginas somos
conscientes del magnífico despliegue de saber literario del autor y aunque al
principio se nos antoja una forma demasiado culta y perfecta de expresión para
un niño de seis o siete años, enseguida desaparece esa sensación y nos
encontramos inmersos totalmente en lo que cuenta. Esa habilidad narrativa hace
que nos traslademos totalmente a ese país del que, aunque no lo conozcamos,
somos capaces de sentir el agobiante calor a mediodía, el frescor del bosque o
la inmensidad del mar. De la misma manera nos imbuimos de la vida de esa casa
familiar poblada de niños que destaca del resto de viviendas más humildes
gracias al dinero que gana su padre en el comercio con los blancos, lo que le
permite llevar una vida más cómoda que el resto de sus compatriotas, pero en la
que los máximos valores son la educación y el trabajo.
Una de las maravillas de la novela es
que nos hace testigos de la coexistencia de las dos culturas y educaciones, la
nativa y la colonizadora, y la manera de asimilar ambas por un niño inocente
sin capacidad de juicio todavía. Las diferencias culturales a veces son menos
contradictorias de lo que parece. Nos cuenta el despertar a la vida consciente
del niño, las diferencias de sus tradiciones y las de los curas blancos, los
ritos de iniciación de unos y otros, el despertar sexual y el deseo de quedarse
del lado de los blancos pues los negros que no lo están son los que trabajan a
sus órdenes en tareas penosas mientras que él mismo, que es acogido y
apadrinado por el padre Ortiz dado su deseo de ser en el futuro cura, recibe un
trato de favor y se dedica a tareas menos penosas que recoger café.
La narración alcanza momentos geniales
especialmente cuando nos recuerda (pues los aprendimos también en la España
católica de Franco) los rituales y para ello, sin respetar signos de puntuación
ni estructura gramatical ortodoxa, nos introduce en un pensamiento enfebrecido,
un «monólogo interior» diríamos ahora algo pretenciosamente, en donde se mezcla
el lugar -la iglesia-, con los cánticos y con las palabras del ritual que los
que también éramos niños en aquella época en España tuvimos que aprender al
igual que ellos de memoria. Todo ello adobado con las soflamas religiosas que
llevaban a los curas que las trasmitían a excéntricos momentos de «rapto» o
locura y que podían finalizar de cualquier manera, incluso con injustas palizas
como la que sufre el protagonista. Ya sabemos que en aquella época, pero al
parecer más en aquel país, se cumplía el terrible dicho «la letra con sangre
entra».
Maravilloso es el diálogo entre el
cura, empeñado en su misión evangelizadora, y el resistente tío del
protagonista, Abeso, que es el jefe de la familia. Es un diálogo en el que el
jefe pone en serios aprietos al cura que no puede contestar razonadamente a sus
preguntas y cuyos argumentos acaban siendo crípticos y confusos. La escena está
narrada con un fino sentido del humor, igual que el que está presente en toda
la narración. Un sentido del humor a veces casi imperceptible que hace que
continuemos la lectura con una sonrisa en los labios y que es donde radica la
crítica que el autor hace a la colonización que tuvo que sufrir. Una crítica
inteligente y sugerida por lo que el niño ve, oye y es obligado a hacer.
Pasaje estupendo también es el que
enfrenta al niño con su tío que ejerciendo su tarea de introductor en los
secretos de la tribu, le guía en los ritos de iniciación ancestrales, que en
algunos momentos nos transportan a escenas de una especie de realismo mágico.
El tío que es firme en su pensamiento en contra de los colonizadores,
considera, y así lo hace saber al resto de hombres de la familia, que el niño
ya tan pequeño es sabio y que ha sido designado para ser la esperanza de su
tribu pues va a conocer los secretos de los vencedores blancos y una vez se los
transmita serán capaces de expulsarlos y volver a ser libres.
Y si de repaso de lo aprendido «por
las buenas o por las malas» se trata también, no podían faltar los relatos de
las consecuencias de la culpa y «el pecado» que llevan al autor a relatar unas
situaciones terribles de auto punición en las que si empatizamos con el
protagonista –y lo hacemos totalmente-, sentimos su angustia como propia. De
hecho también resuena en nuestro interior a momentos vividos.
En resumen, ha sido un descubrimiento
que me ha llenado de gozo mientras lo leía y me ha transportado a una parte de
mi niñez con todas las salvedades del diferente origen y sexo, que he
leído sin nostalgia porque siguen pareciéndome métodos educativos incompatibles
con la libertad y el respeto, pero sí con agrado pues, en definitiva, también
son parte de mí misma.
«Las tinieblas de tu memoria negra» es el bonito y sugerente primer título de la trilogía «Los hijos de la tribu», del periodista y escritor guineano Donato Ndongo (Niefang, 1950) que ha sido y es digno representante de su país y de su lengua, el español, que sigue siendo oficial en Guinea en donde convive con seis más, las correspondientes a otras etnias, siendo la suya la fang. Autor de muy pocas novelas y unos pocos relatos en los que habla de los problemas de la emigración, realizó una «Antología de la literatura guineana» que es referente y guía de la literatura de su país. Tuvo que exiliarse por diferencias con el dictador y ha vivido y trabajado en España durante muchos años desde donde sigue su labor divulgadora de la literatura guineana.
Donato Ndongo
Publicado por Paloma Martínez.
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