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lunes, 29 de octubre de 2018

Las tinieblas de tu memoria negra - Donato Ndongo


Título: Las tinieblas de tu memoria negra
Autor: Donato Ndongo

Páginas: 168

Editorial: Del bronce 

Precio: 14 euros

Año de edición: 1987  

Se trata de la historia (¿autobiográfica? -autoficción, se dice ahora-, el propio autor dice que no pero…) de un niño guineano que cuenta su infancia en los años 60 en su país ya colonizado por los españoles (1883 fue la llegada de los claretianos que con su evangelización dieron comienzo a la colonización total) y por lo que la iglesia –los curas- aparece como la mayor influencia para su familia y para él. 

La narración en primera persona, junto a la magnífica forma de narrar, logra que la verosimilitud sea total. Junto a la primera persona de la narración, aparece con frecuencia una segunda persona, que a veces parece que es otra, y en otras ocasiones la sensación es que se trata de mismo protagonista hablándose a sí mismo. También hace presencia en algunos momentos una tercera persona más descriptiva y alejada de la emoción y el interés por seguir descubriendo lo que le ocurre a ese niño. Y lo que le ocurre, con seguridad, resonará en las mentes de los lectores que ya no cumplan los 50 o 60 años, y les hará recordar vivencias similares pues se descubre cuánto se asemejó la educación de allí a la nuestra en los colegios españoles de curas y monjas de la época. 

Ya en las primeras páginas somos conscientes del magnífico despliegue de saber literario del autor y aunque al principio se nos antoja una forma demasiado culta y perfecta de expresión para un niño de seis o siete años, enseguida desaparece esa sensación y nos encontramos inmersos totalmente en lo que cuenta. Esa habilidad narrativa hace que nos traslademos totalmente a ese país del que, aunque no lo conozcamos, somos capaces de sentir el agobiante calor a mediodía, el frescor del bosque o la inmensidad del mar. De la misma manera nos imbuimos de la vida de esa casa familiar poblada de niños que destaca del resto de viviendas más humildes gracias al dinero que gana su padre en el comercio con los blancos, lo que le permite llevar una vida más cómoda que el resto de sus compatriotas, pero en la que los máximos valores son la educación y el trabajo. 

Una de las maravillas de la novela es que nos hace testigos de la coexistencia de las dos culturas y educaciones, la nativa y la colonizadora, y la manera de asimilar ambas por un niño inocente sin capacidad de juicio todavía. Las diferencias culturales a veces son menos contradictorias de lo que parece. Nos cuenta el despertar a la vida consciente del niño, las diferencias de sus tradiciones y las de los curas blancos, los ritos de iniciación de unos y otros, el despertar sexual y el deseo de quedarse del lado de los blancos pues los negros que no lo están son los que trabajan a sus órdenes en tareas penosas mientras que él mismo, que es acogido y apadrinado por el padre Ortiz dado su deseo de ser en el futuro cura, recibe un trato de favor y se dedica a tareas menos penosas que recoger café. 

La narración alcanza momentos geniales especialmente cuando nos recuerda (pues los aprendimos también en la España católica de Franco) los rituales y para ello, sin respetar signos de puntuación ni estructura gramatical ortodoxa, nos introduce en un pensamiento enfebrecido, un «monólogo interior» diríamos ahora algo pretenciosamente, en donde se mezcla el lugar -la iglesia-, con los cánticos y con las palabras del ritual que los que también éramos niños en aquella época en España tuvimos que aprender al igual que ellos de memoria. Todo ello adobado con las soflamas religiosas que llevaban a los curas que las trasmitían a excéntricos momentos de «rapto» o locura y que podían finalizar de cualquier manera, incluso con injustas palizas como la que sufre el protagonista. Ya sabemos que en aquella época, pero al parecer más en aquel país, se cumplía el terrible dicho «la letra con sangre entra». 

Maravilloso es el diálogo entre el cura, empeñado en su misión evangelizadora, y el resistente tío del protagonista, Abeso, que es el jefe de la familia. Es un diálogo en el que el jefe pone en serios aprietos al cura que no puede contestar razonadamente a sus preguntas y cuyos argumentos acaban siendo crípticos y confusos. La escena está narrada con un fino sentido del humor, igual que el que está presente en toda la narración. Un sentido del humor a veces casi imperceptible que hace que continuemos la lectura con una sonrisa en los labios y que es donde radica la crítica que el autor hace a la colonización que tuvo que sufrir. Una crítica inteligente y sugerida por lo que el niño ve, oye y es obligado a hacer. 

Pasaje estupendo también es el que enfrenta al niño con su tío que ejerciendo su tarea de introductor en los secretos de la tribu, le guía en los ritos de iniciación ancestrales, que en algunos momentos nos transportan a escenas de una especie de realismo mágico. El tío que es firme en su pensamiento en contra de los colonizadores, considera, y así lo hace saber al resto de hombres de la familia, que el niño ya tan pequeño es sabio y que ha sido designado para ser la esperanza de su tribu pues va a conocer los secretos de los vencedores blancos y una vez se los transmita serán capaces de expulsarlos y volver a ser libres.  

Y si de repaso de lo aprendido «por las buenas o por las malas» se trata también, no podían faltar los relatos de las consecuencias de la culpa y «el pecado» que llevan al autor a relatar unas situaciones terribles de auto punición en las que si empatizamos con el protagonista –y lo hacemos totalmente-, sentimos su angustia como propia. De hecho también resuena en nuestro interior a momentos vividos. 

En resumen, ha sido un descubrimiento que me ha llenado de gozo mientras lo leía y me ha transportado a una parte de mi niñez con todas las salvedades del diferente origen y sexo,  que he leído sin nostalgia porque siguen pareciéndome métodos educativos incompatibles con la libertad y el respeto, pero sí con agrado pues, en definitiva, también son parte de mí misma.  

Más que recomendable.

«Las tinieblas de tu memoria negra» es el bonito y sugerente primer título de la trilogía «Los hijos de la tribu», del periodista y escritor guineano Donato Ndongo (Niefang, 1950) que ha sido y es digno representante de su país y de su lengua, el español, que sigue siendo oficial en Guinea en donde convive con seis más, las correspondientes a otras etnias, siendo la suya la fang. Autor de muy pocas novelas y unos pocos relatos en los que habla de los problemas de la emigración, realizó una «Antología de la literatura guineana» que es referente y guía de la literatura de su país. Tuvo que exiliarse por diferencias con el dictador y ha vivido y trabajado en España durante muchos años desde donde sigue su labor divulgadora de la literatura guineana.    

Donato Ndongo
 
Publicado por Paloma Martínez.

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