Título: Crónicas italianas
Autor: Stendhal
Páginas: 408
Editorial: Alianza
Precio: 12,20 euros
Año de edición: 2008
Era un Italia primitiva y pasional, peligrosa e insegura, hasta el extremo de que estos relatos parecen sacados de una crónica de sucesos: homicidios, asesinos a sueldo, bandoleros napolitanos, secuestros... allí pasaba de todo.
Estas crónicas están muy bellamente escritas y constituyen un testimonio único de la sociedad de la época, pero hay uno que me ha llamado la atención especialmente: «Los Cenci». Contiene en primer lugar una reflexión muy interesante sobre el personaje de don Juán, el gran transgresor, y porqué aparece en España, un país muy puritano y religioso.
En segundo lugar narra con un realismo escalofriante un caso de parricidio, el asesinato a manos de su mujer y de su hija de Francesco Cenci, hijo del tesorero del Papa, despótico y maltratador, cuyo mayor placer era desafiar con altanería a sus enemigos, y que llegó a cometer incesto con su bella hija Beatrice, retratada por el pintor Guido Reni.
En fin, un puñado de historias tremendas en las que contrastan los hechos terribles que se cuentan con la frialdad objetiva casi notarial de este autor que se limitaba a levantar acta de lo sucedido y mantenía aquello de que la novela debía ser «un espejo que alguien pasea por un camino». Muy recomendable.
Henri Beyle (Grenoble, 1783-1842), más conocido como Stendhal, quedó huérfano de madre a los siete años y su padre, abogado en París, fué encarcelado durante el Terror por defender la monarquía, así que el pequeño Henri tuvo que ser criado por su abuelo, un médico al que llamaba padre.
Poco antes de escribir «La Cartuja de Parma», Stendhal dijo haber adquirido en su querida Italia «unos viejos manuscritos en tinta amarillenta»
de los siglos XVI y XVII aparecidos en una vieja biblioteca, de los que entresacó estas ocho historias supuestamente verídicas y recuperadas del pasado. Testimonios de las costumbres y personajes notables del Renacimiento italiano.
Lo que
le interesaba de esas crónicas no era su valor puramente histórico,
sino el mundo de pasiones enérgicas, amores volcánicos o tiernísimos y
crímenes violentos que sacaban a la luz. Porque en una época en la que la policía no existía, parece que no era tan inusual mandar acuchillar al enemigo en una calleja oscura, apalear al rival o asesinarlo.
Estas crónicas están muy bellamente escritas y constituyen un testimonio único de la sociedad de la época, pero hay uno que me ha llamado la atención especialmente: «Los Cenci». Contiene en primer lugar una reflexión muy interesante sobre el personaje de don Juán, el gran transgresor, y porqué aparece en España, un país muy puritano y religioso.
En segundo lugar narra con un realismo escalofriante un caso de parricidio, el asesinato a manos de su mujer y de su hija de Francesco Cenci, hijo del tesorero del Papa, despótico y maltratador, cuyo mayor placer era desafiar con altanería a sus enemigos, y que llegó a cometer incesto con su bella hija Beatrice, retratada por el pintor Guido Reni.
Beatriz Cenci, retratada por Guido Reni en 1818
En fin, un puñado de historias tremendas en las que contrastan los hechos terribles que se cuentan con la frialdad objetiva casi notarial de este autor que se limitaba a levantar acta de lo sucedido y mantenía aquello de que la novela debía ser «un espejo que alguien pasea por un camino». Muy recomendable.
Henri Beyle (Grenoble, 1783-1842), más conocido como Stendhal, quedó huérfano de madre a los siete años y su padre, abogado en París, fué encarcelado durante el Terror por defender la monarquía, así que el pequeño Henri tuvo que ser criado por su abuelo, un médico al que llamaba padre.
En el colegio sacaba muy buenas notas en Matemáticas y estuvo a punto de ingresar en una Escuela de Ingeniería, pero una enfermedad se lo impidió. Un azar del destino hizo que se perdiera un gran ingeniero, pero a cambio nos dió un novelista de primera, eso sí, que dibujaba su tramas con la precisión de un plano de una gran construcción.
Ingresó en el ejército, estuvo como dragón de las tropas de Napoleón en Italia, se enamoró de la cultura italiana y también de una italiana. Desde entonces tuvo debilidad por ese país.
Henry Beyle, Stendhal
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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