Fray Luis de León (Francisco Pacheco, hacia 1599)
Os parece que vamos a tener una jornada tranquila y pacífica en España. Ya sabéis que es jornada electoral, reinará la calma y el sosiego, por un día podremos descansar de mítines, discuiones disfrazadas de debates electorales, ruido mediático y declaraciones bochornosas. Por un día, muchos parecerán inteligentes porque estarán callados hasta la noche.
Eso me recuerda un tema clásico de la poesía de todos los tiempos: el elogio de la vida retirada cercana a la naturaleza y por lo tanto contemplativa y calmada. El modelo clásico es el poema del romano Horacio (65-8 a. C.) que comienza diciendo Beatus ille qui procul negotiis... (Dichoso aquel que lejos de los negocios...).
Y uno de los mejores ejemplos escritos sobre ese tema son los versos «A la vida retirada» de Fray Luis de León:
A la vida retirada
¡Qué
descansada vida
la del que
huye el mundanal rüido,
y sigue la
escondida
senda, por
donde han ido
los pocos
sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los
soberbios grandes el estado,
ni del
dorado techo
se admira,
fabricado
del sabio
moro, en jaspes sustentado.
No cura si la Fama
canta con
voz su nombre pregonera,
ni cura si
encarama
la lengua
lisonjera
lo que
condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento,
si soy del
vano dedo señalado;
si en busca
deste viento
ando
desalentado
con ansias
vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh, secreto
seguro, deleitoso!
Roto casi el
navío,
a vuestro
almo reposo
huyo de
aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro,
alegre, libre quiero;
no quiero
ver el ceño
vanamente
severo
de a quien
la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su
cantar sabroso, no aprendido;
no los
cuidados graves
de que es
siempre seguido
el que al
ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero
del bien que debo al cielo,
a solas, sin
testigo,
libre de
amor, de celo,
de odio, de
esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera
por mi mano
plantado tengo un huerto,
que con la
primavera,
de bella
flor cubierto,
ya muestra
en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
por ver y
acrecentar su hermosura,
desde la
cumbre airosa
una fontana
pura
hasta llegar
corriendo se apresura.
Y luego, sosegada,
el paso
entre los árboles torciendo,
el suelo de
pasada
de verdura
vistiendo
y con
diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea
y ofrece mil
olores al sentido,
los árboles
menea
con un manso
rüido,
que del oro
y del cetro pone olvido.
Ténganse su tesoro
los que de
un flaco leño se confían;
no es mío
ver el lloro
de los que
desconfían
cuando el
cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en
ciega noche el claro día
se torna; al
cielo suena
confusa
vocería,
y la mar
enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa, de
amable paz bien abastada
me baste; y
la vajilla
de fino oro
labrada
sea de quien
la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se
están los otros abrasando
con sed
insacïable
del no
durable mando,
tendido yo a
la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de yedra y
lauro eterno coronado,
puesto el
atento oído
al son
dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.
Llaman la atención la modenidad y la cercanía de algunas estrofas, a pesar de estar escritas hace más cuatro siglos y la delicadeza lírica e intimista de estos versos, que todavía emocionan. Una maravilla. También da que pensar la actualidad del mensaje, la felicidad y la paz que da la vida en el campo y cultivar un huerto. Parece que ecologistas y horticultores autosuficientes tienen aquí antecedentes que se hunden en el pasado lejano.
En fin, son recuerdos que nos quedan a la gente de mi generación que tuvimos que aprendernos poesías de memoría y todavía alguna estrofa permanece en los rincones del cerebro. Era un sistema de educación muy memorístico, en el que no cabían la discrepancia, el intercambio de ideas y la discusión, es verdad, pero que los sucesivos desastres educativos que han venido después han hecho bueno, o al menos no tan malo y hasta preferible.
Bueno, que me estoy alrgando, os dejo esta poesía que siempre me ha gustado mucho y un enlace de la Biblioteca Cervantes donde podéis leer más poesías de este famoso renacentista español. Que no viene nada mal bucear de vez en cuando en los clásicos y averigüar porqué están tan valorados. Que tengáis un feliz y tranquilo domingo.
Aula Fray de León, en la Universidad de Salamanca
Fray Luis de León (Belmonte, 1527-1591) poeta, humanista y fraile agustino, es uno de los autores más relevantes del Renacimiento español. Era el mayor de una familia de seis hijos y sus padres eran ambos descendientes de judíos conversos. HIjo de abogado, a los catorce años se hizo fraile agustino, en Salamanca, estudió filosofía y teología, consiguió la cátedra Santo Tomás de esa universidad en 1561 y más tarde la cátedra de la Sagrada Escritura.
Fué profesor de San Juan de la Cruz (1542-1591) el gran poeta místico. Denunciado por sus propios compañeros en la universidad, pasó dos años en la cárcel por traducir parte de la Biblia a la lengua vulgar sin licencia, concretamente su famosa versión de «El cantar de los cantares».
Es conocida la anécdota de que al volver a las aulas, en su primer día de clase ante un auditorio abarrotado y expectante a ver si comentaba algo de lo ocurrido, empezó sencillamente diciendo «Cómo decíamos ayer...», frase que luego repitió Miguel de Unamuno en circunstancias similares y en la misma universidad.
Murió en Madrigal de las Altas Torres cuando estaba preparando una biografía de Santa Teresa de Jesús, a la que admiraba tanto que intentó ingresar en su orden.
Estatua de Fray Luis de León en Salmanca
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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