Títulos: Viaje al fin de la noche y La marcha Radetzky
Autores: Louis-Ferdinand de Céline y Joseph Roth
Páginas: 576 y 574
Editorial: Edhasa
Precios: 10,95 y 9,95 euros
Años: 2011 y 2005
NOTA del editor de este blog: Tengo por costumbre no repetir ningún libro, como es lógico, pero hoy voy a hacer una excepción y la voy a hacer por un buen motivo. Me ha llegado una reseña mixta, que propone leer dos libros a la vez (Viaje al fin de la noche y La marcha Radetzky) y jugar a las comparaciones y contrastes. No suelo leer dos textos a la vez, pero creo que es una propuesta interesante que vale la pena probar.
En 1894 nacen dos escritores, opuestos en su forma
de ver el mundo y de entender la literatura.
Joseph Roth, autor de «La marcha Radetzky», en un lugar fronterizo del Imperio Austrohúngaro, en la región de Galitzia, zona hoy situada entre
Polonia y Ucrania. Judío. Marcado por el sentimiento nacionalista de la patria
como ente sobreprotector y paternal del que deja constancia en sus libros.
Louis-Ferdinand de Céline en Coubervoie, un pueblo a las afueras de París, y entre otras cosas escribió «Viaje al fin de la noche», un hito dentro de la
historia de la novela y una revolución en la forma de narrar, una especie de
libro de memorias donde al protagonista le ocurren las mismas cosas que
al autor.
Ambos libros confluyen en un punto común, la Primera Guerra Mundial, cuyo inicio «conmemoramos» este año 2014 y en ambos la evocación, la descripción que se hace de el conflicto es diametralmente opuesta.
Ambos libros confluyen en un punto común, la Primera Guerra Mundial, cuyo inicio «conmemoramos» este año 2014 y en ambos la evocación, la descripción que se hace de el conflicto es diametralmente opuesta.
Roth la plantea fundamentalmente como el ocaso de
un mundo, de una forma de entender la vida, el honor, la caída de una escala de
valores, que se pierde irremisiblemente con el asesinato del archiduque
Francisco Fernando de Austria, lo que da paso a un nuevo orden mundial, social y,
si se quiere, religioso, donde el gran páter, líder político-espiritual-moral
se esfuma como la niebla en una mañana soleada.
Para ello utiliza la excusa de
tres generaciones de una misma familia, los Trotta, desde el ascenso del teniente Joseph Trotta por orden
imperial a la categoría de noble por salvar la vida del emperador en la Batalla de Solferino, allá por 1859, pasando por su hijo,
alto funcionario del Estado, y después su nieto, que cierra la saga de los
Trotta, militar también como su abuelo, pero ya sin vocación. Los
Trotta son una metáfora del propio Imperio desde su apogeo hasta su declive
final que concluye con la Gran Guerra. Toda la novela está narrada en un estilo
clásico, desde la perspectiva del narrador, en tercera persona, con una
sutileza maestra a la hora de describir los salones, las estancias, los
ambientes, las relaciones humanas, los diálogos que fluyen bajo el manto de un
protocolo y unas reglas que no se pierden ni en las relaciones familiares.
«Viaje
al fin de la noche», empieza donde acaba la «Marcha
Radetzky», en la Gran Guerra, en
la que el protagonista, Ferdinand Bardamu, estudiante de medicina, se enrola en
el ejército como una broma de juventud y acaba luchando en el conflicto y
describiéndonos una vertiente de la contienda desconocida hasta ese momento en
la historia de la Literatura. Nos habla de las miserias de la guerra, de la
corrupción de los mandos del ejército a quienes tilda de cocainómanos y en
ocasiones de corruptos, de los negocios e intereses que representa para
algunos. Y así comienza un libro que supone un vendaval de emociones, de ideas,
por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, con un lenguaje inusitado hasta
entoces, como arrancado de la calle, de los bajos fondos, haciendo una
representación de la realidad desde una óptica distinta u oficiosa,
políticamente incorrecta y situando la cámara en planos hasta ese momento
desconocidos, si utilizamos un lenguaje cinematográfico.
Después de pasar por el ejército, donde acaba herido, el protagonista se aventura en un barco a las colonias francesas de África y describe con toda crueldad el modo de vida de los colonizadores, a base de inmundicia, malaria, violaciones y explotación de los pueblos de la zona...pasa luego a vivir un tiempo en Nueva York nos cuenta aterrorizado el modo de vida de la gente en la gran urbe y en Estados Unidos, como piezas desalmadas de un gran sistema industrial...más tarde ejercerá la medicina en un barrio periférico de París, La Garenne-Rancy, deprimido y deprimente, donde el médico es más víctima que los pacientes, «Cuando vives en Rancy, ya ni siquiera te das cuenta de que te has vuelto triste...», para acabar trabajando en un psiquiátrico.
Después de pasar por el ejército, donde acaba herido, el protagonista se aventura en un barco a las colonias francesas de África y describe con toda crueldad el modo de vida de los colonizadores, a base de inmundicia, malaria, violaciones y explotación de los pueblos de la zona...pasa luego a vivir un tiempo en Nueva York nos cuenta aterrorizado el modo de vida de la gente en la gran urbe y en Estados Unidos, como piezas desalmadas de un gran sistema industrial...más tarde ejercerá la medicina en un barrio periférico de París, La Garenne-Rancy, deprimido y deprimente, donde el médico es más víctima que los pacientes, «Cuando vives en Rancy, ya ni siquiera te das cuenta de que te has vuelto triste...», para acabar trabajando en un psiquiátrico.
No hay una página del libro que
te deje indiferente, una frase que esté colocada al azar, todo tiene un
significado subyacente en el que se aprecia la ironía, la doble cara de la
realidad, la ambivalencia y la hipocresía del ser humano. Este libro
podría ser muchas cosas, pero sobre todo es un poema, una oda a la
soledad, que acompaña al protagonista desde el primer suspiro del libro,
una soledad que forma parte de su personalidad, su evasiva constante
hacia las personas, los lugares, las relaciones o los amigos, que marca su
desapego por todo y su visión negativa y pesimista de la vida.
Ambos libros, geniales en su estilo, son un doble placer si se leen a la limón.
Louis-Ferdinand de Céline y Joseph Roth
Publicado por Gregorio Camacho.
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