Desde que, al
día siguiente de caer el muro de Berlín, vi en televisión a Manuel Vicent diciendo que la Tercera Guerra Mundial había terminado con la victoria del
bloque occidental, no he dejado de seguir con devoción lo que este lúcido
escritor opina del mundo en que vivimos.
Por eso, todos los domingos oficio una liturgia que constituye mi misa laica. En cuanto me levanto, y por riguroso orden ritual, me acerco al kiosco a comprar «El País», luego a la panadería y con la barra bajo el brazo paso por la churrería para regresar con las porras calentitas.
Después de hacerme un colacao, si el tiempo no lo impide, salgo al patio de mi casa y mientras comulgo mojando las porras voy leyendo la columna-homilía en la que D.Manuel desgrana sabiamente cada semana una nueva faceta de la realidad.
Sus colaboraciones nos animan periódicamente a disfrutar de la única vida que tenemos, a menudo son literariamente impecables y siempre están tan trufadas de referencias cultas que cuando termino de leerlas me siento reconfortado espiritualmente. Entonces, también siempre, escucho en mi interior la misma oración final:
– Palabra de Dios.
A la que respondo para mis adentros:
– Amén.
Y es que al igual que Jesucristo la noche del prendimiento, Vicent es un hombre atado a una columna, a la que tiene que enfrentarse todas las semanas, con la obligación de pasársele por las mientes algo lo suficientemente jugoso como para deleitar a su legión de seguidores. Y a fe mía que lo consigue, dejándote materia prima para meditar durante un buen rato.
He tomado un par de ellas de ejemplo, las tituladas «Erotismo» y «El casting», publicadas con dos años de diferencia, pero que, a mi parecer, en el fondo esconden la misma filosofía.
Una cosa son las ideas políticas en abstracto —absurdas, ideales, realistas o utópicas— y otra muy distinta es conseguir llevarlas a cabo para mejorar la sociedad. En el proceso que hay entre diagnosticar los problemas y solucionarlos, no queda más remedio que lidiar con inteligencia y determinación contra todo lo que impida alcanzar un mundo justo y libre.
Por eso en ambas piezas se apela a la juventud. Se necesita gente sensata dispuesta a arremangarse y llenarse las manos de grasa luchando contra la corrupción y expulsando, sin miramientos, ya a los desahogados ya a los aprovechados que se encuentren en el camino. Porque pertenezcan al club que pertenezcan, siempre serán alimañas perjudiciales para la sociedad.
Considero un ejercicio de lectura muy estimulante, entrar en la página web desde la que se accede a todas sus columnas publicadas en «El País». Mi recomendación, si no se tiene ninguna preferencia concreta, es picar al azar en cualquiera de ellas, o dejarse llevar por la sugerencia de sus títulos. Os puedo asegurar que no saldréis de allí defraudados.
Publicado por Adolfo Pérez.
¡Qué buena entrada!
ResponderEliminarHoy precisamente, la columna de Manuel Vicent es fantástica: http://elpais.com/elpais/2014/10/04/opinion/1412431915_587134.html
Salud y libros.