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viernes, 1 de marzo de 2024

Tiberio. Historia de un resentimiento - Gregorio Marañón

 

Título: Tiberio. Historia de un resentimiento                                                                          Autor: Gregorio Marañón

Páginas: 317 pág.

Editorial: Espasa Calpe

Precio: 6 euros 

Año de edición: 1963

El doctor Marañón fue una de las figuras más representativas de la edad de plata de la cultura española. Médico ilustre, humanista e historiador, Marañón era uno de los grandes intelectuales públicos de su tiempo, al igual que Azaña, Ortega y Gasset o Unamuno. Hombre de vastos conocimientos, escritor de estilo excelente y depurado, galeno conocedor del alma humana, verdadero clásico moderno, don Gregorio escribió notables ensayos en los que demostró que la erudición no está reñida con la amenidad. Quizá lo más interesante de su obra sean los estudios biográficos sobre personalidades como Enrique IV de Castilla, el romántico Amiel, el traicionero secretario de Felipe II, Antonio Pérez, o el soberbio y mandón Conde-duque de Olivares. Marañón los estudia desde fuera, como historiador, pero trata asimismo de aprehender su espíritu, diseccionar su carácter, entenderlos desde dentro, aislando la verdad de su alma. Biografía psicológica. 

«Tiberio. Historia de un resentimiento» (1939) es uno de los ensayos biográficos más justamente conocidos de Marañón. Por sus páginas desfila el mundo clásico, en el momento en que crecía el escepticismo hacia los viejos dioses, y el cristianismo era todavía una pequeña secta universalmente ignorada. Durante este periodo en el que, según Flaubert, los hombres estuvieron radicalmente solos, vivió un individuo llamado Tiberio, noble romano, hijastro del gran Octavio Augusto, militar y burócrata, gran misántropo, que algo a regañadientes aceptó ser emperador. Tiberio no era un hombre simpático. De hecho, ha pasado a la historia como un gran tirano. La posteridad ha sido dura con Tiberio, es posible que con razón.

Para Marañón, Tiberio fue un excelente administrador y un competente militar, pero un profundo resentido, un hombre frío y desconfiado, en buena medida, sin duda, por las constantes intrigas que azotaban la corte de los césares. El veneno, el puñal o el chapuzón nocturno en el Tíber solucionaban los más intrincados problemas. Un mundo violento, amoral, en donde el poder era el único Dios de aquellos romanos que, según Obélix, estaban majaretas. Marañón enfoca su libro como una serie de círculos concéntricos que envuelven como una maldición a Tiberio: la época, la aristocracia romana, el ejército, el senado y la familia Julio-Claudia, cuyas sangrientas vendettas dejan en juego de niños las de los Borgia o los Corleone. Tiberio no pudo escapar de este ambiente de miedo, engaño y muerte. Marañón le comprende, pero no le disculpa, ya que muchas de sus crueldades fueron gratuitas. 

Al lado de Tiberio desfilan personajes fascinantes de los que se trazan retratos inolvidables: el campechano Augusto, primer emperador; Livia, insoportable puritana; la sensual Julia, cuya vida era una orgía perpetua; Agripa, competente, valiente, robusto, viva estampa del romano honesto de humilde cuna; Germánico, el soldado adorado por el pueblo, el héroe por excelencia; Antonia, recta y venerable; Agripina la mayor, madre del anormal Calígula y de la siniestra Agripina II; el ambicioso Sejano, hombre de confianza de Tiberio, cuya maldad legendaria era más superficial que la de otros. 

Marañón repasa minuciosamente las fuentes clásicas (Suetonio, Tácito, Séneca, Dión Casio, Flavio Josefo), en busca de una reconstrucción fiable de ese pasado tan lejano y que cada historiador adaptó, como siempre, a sus intereses del presente. Por muchas ilusiones que nos hagamos, la historia es muchas veces un dictado. Hay que decir que Marañón rechaza la clásica imagen del viejo Tiberio entregado al vicio en Capri como una leyenda inventada a posteriori para desacreditarlo. 

Y queda el misterio de Tiberio. Aquel hombre alto, delgado, amargado, vegetariano, con el cuerpo lleno de pústulas repugnantes, que en nada ni en nadie confiaba (los dioses no existían y los hombres no eran de fiar), que casi no hablaba (cuando lo hacía acompañaba sus frías palabras de un desmayado gesto con la mano), ateo y supersticioso, decepcionado con el mundo, con cierto sentido del humor acre, falto de generosidad, y con una prodigiosa memoria para vengar viejos agravios. Marañón considera a Tiberio un tecnócrata de alma muerta, con solo dos amigos verdaderos (uno se suicidó, quizá para castigar al emperador, con quien se había enfadado) y que vivió como un alma en pena ochenta años. Su vida privada fue solitaria y dura. Como emperador, en cambio, fue irreprochable. Lean este libro clásico sobre el hombre más poderoso y desgraciado de su tiempo.

Gregorio Marañón

Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960) fue un ilustre hombre de ciencia y humanista español nacido en Madrid. La familia de Marañón era culta y burguesa. Desde niño, conoció a personajes como Benito Pérez Galdós, José María de Pereda o Marcelino Menéndez Pelayo. Brillante estudiante de medicina, Marañón fue alumno de Cajal y amplió estudios en Alemania. Además de su destacada labor como médico e investigador en el área de la endocrinología, Marañón fue un excelente escritor de amplia cultura e intereses variados. Liberal y católico, apoyó la Segunda República Española y fue diputado mudo por León. Sus adversarios publicaron un curioso libro: «Discursos del Dr. Marañón en las Corte, cuyas páginas estaban en blanco. 

Asustado por el rumbo radical que tomaban los acontecimientos en 1936, Marañón se exilió en Francia, atacando duramente al bando republicano, que consideraba controlado por los comunistas. En 1942 volvió a España. Sus ideas liberales no gustaban al franquismo, pero fue tolerado como una especie de opositor oficial y caballeroso. Su popularidad seguía siendo muy alta durante esos años tan grises. Escribió importantes trabajos de investigación histórica, ensayos y artículos, además de su copiosa labor científica. Son muy bellas sus evocaciones nostálgicas de Toledo. Miembro de numerosas academias, con varios doctorados honoris causa, falleció en Madrid en 1960 a los 72 años. 

Publicado por Alberto.

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