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viernes, 9 de junio de 2023

La ciudad del diablo amarillo - Máximo Gorki

 

Título: La ciudad del diablo amarillo                                                                                  Autor: Máximo Gorki   

Páginas: 108 pág.

Editorial:
Sequitur

Precio: 11 euros

Año de edición: 2009

En el año 1906 el escritor ruso Máximo Gorki visitó Nueva York para denunciar la autocracia zarista. Gorki había participado en la revolución rusa del año anterior. Perseguido por las autoridades de su país, debió exiliarse. En los EE. UU., su propósito era recaudar fondos para los socialdemócratas. En principio, todo fue bien. Pero el embajador ruso le jugó una mala pasada. A través de la prensa amarilla de William Randolph Hearst se informó de que el escritor viajaba con una actriz que no era su esposa legítima. Se desató el escándalo. El moralismo rampante norteamericano zarandeó duramente al ruso. La visita terminó en fracaso. Gorki abandonó el país enfurecido con una sociedad que le había acogido inicialmente con los brazos abiertos. 

Está peripecia personal explica sin duda el tono exacerbado, macabro, maniqueo y sin concesiones de los cuentos reunidos en «La ciudad del diablo amarillo». La ciudad de marras es Nueva York. El diablo amarillo es el oro. El oro es el ídolo de los norteamericanos. Ya desde el principio, el autor opta estéticamente por la distorsión expresionista. Nueva York es sencillamente un infierno. Desde lejos, parece un monstruo antediluviano con las mandíbulas abiertas. Una ciudad negra, contaminada, cubierta de hollín, cochambrosa, con diabólicos trenes elevados que sueltan chispas y emiten un chirrido apocalíptico, casas de ladrillos mugrientos cuyas ventanas emiten un fulgor amarillento, sucio, que advierte de los horribles interiores, enormes e impersonales rascacielos como féretros puestos de pie. La multitud bulle entre el incesante zumbido de las máquinas. Un algo diabólico alienta este movimiento continuo, mecánico, carente de calor y de espíritu: «Una fuerza maligna y fría, oculta al ojo humano. Severa y monótona, ella empuja toda esta máquina inmensa».

Y es que para el revolucionario Gorki, el espíritu del capitalismo industrial era lo más parecido al averno. En esta crítica a la modernidad urbana se aprecia una fuerte carga de idealismo moral con rasgos nostálgicos. Desde esta perspectiva, es más libre un vagabundo ruso a orillas del Volga, con toda su pobreza, que un obrero norteamericano transformado en una minúscula ruedecilla de un mecanismo embrutecedor. La negrura de la noche eterna industrial solo será disipada cuando los trabajadores pongan a su servicio las máquinas, dejando de ser esclavos de los patronos. Ahí tenemos modernizado, secularizado, el viejo combate de San Jorge contra el dragón. O como dice Gorki, con su eficaz estilo panfletario: «Los ictiosaurios del capital (sic) han barrido de la memoria humana el significado de los creadores de la libertad».

Así que la Estatua de la Libertad ha sido traicionada por voraces capitalistas que explotan sin compasión a los trabajadores. Discursos aparte, los cuentos de Gorki son estupendos: intensidad dramática, capacidad para fijar en la memoria del lector escenas exactas llenas de vida, indignación fervorosa (algo exagerada a veces), búsqueda de la subversión... Se persigue la complicidad del lector en un sencillo ejercicio de pedagogía política: abuso, toma de conciencia, revolución. Gorki, más que un socialista, parece en realidad un anarquista, con sus ardientes denuncias morales de raíz evangélica. Incluso la luz está prisionera en la noche maldita neoyorquina. La luz como expresión de la divinidad es símbolo de la libertad más absoluta. No puede estar confinada en una bombilla, que es como una cárcel. 

Gorki nos conduce a los barrios más pobres del país más rico, en donde sobreviven promiscuamente los desheredados de la fortuna. Calles adoquinadas, siniestras, barridas por un soplo húmedo y maloliente que levanta todo tipo de escorias. No existe por allí espacio para soñar con la libertad, o por lo menos con la esperanza de la libertad. Claro que las gentes también se divierten en la feria de Coney Island. Pero a Gorki aquello le parece una parodia del infierno, para intentar olvidar el infierno real en el cual transcurren sus vidas. Por las calles, además, circula un monstruo informe y repelente llamado Mob. Es la multitud indiferenciada. Mob es peligroso. Si detecta al diferente, al individuo, lo persigue y se lo traga. Este cuento, quizá el mejor, recuerda poderosamente a «El hombre en la multitud» de Poe

En EE. UU., los ricos parecen felices y satisfechos. Son admirados por los pobres. Por eso no se necesita para nada a los predicadores socialistas como Gorki. Mientras se mantenga a raya a los miserables, incapaces y negros, todo irá bien en el imperio de la libertad política y los buenos negocios. La religión es muy positiva como forma pragmática de desviar los problemas importantes. Con la moral barata que difunden periodistas y sacerdotes, la gente recibe de vez en cuando su buena ración de carnaza. Así se hacen la ilusión de ser buenos y de vivir en el mejor de los mundos posibles amparados por la democracia. Como en una danza de la muerte, el mismísimo diablo se le aparece al autor, anunciándole que la humanidad aún no está madura para el juicio final. Un poco de paciencia. 

Este breve librito quizá no sirva para conocer realmente la sociedad americana de su tiempo, aunque tiene pasajes interesantes, pero es en cambio un buen muestrario de las ideas de Gorki, el escritor proletario por excelencia, cuya influencia fue enorme dentro y fuera de Rusia. Merece atención.  

Máximo Gorki

Máximo Gorki (1868-1936), pseudónimo del escritor ruso Alekséi Maksímovich Peshkov, nacido en Nizhni Nóvgorod, que en su honor se llamó Gorki desde 1932 a 1990. Tuvo una vida aventurera. De familia humilde, fue criado por su abuela y durante años viajó por Rusia como un vagabundo. Intentó suicidarse en plan romántico. Trabajó en los más variados oficios. Comenzó a escribir en periódicos regionales. El éxito le acompañó desde el principio. Tolstói, Chéjov y Korolenko le admiraban. Se sucedieron las traducciones.

Pronto se metió en política. Como miembro del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso hizo amistad con Lenin. Su trabajo como escritor se empezó a confundir con la militancia revolucionaria. En 1907 publicó «La madre», importante novela mitificadora de la clase obrera. También cuentos, obras de teatro, artículos, ensayos, libros autobiográficos («Días de infancia», el mejor) y panfletos. Perseguido por el zarismo, acabó exiliado en Italia. Se hizo rico. Tenía una mansión en Capri. Se fue desilusionando con Lenin debido al tema religioso: Gorki era ateo, pero entendía que la sociedad socialista del futuro debería contar con un lazo espiritual de solidaridad entre los hombres: la comunidad fraternal. El frío ateísmo materialista y mecanicista de los bolcheviques no le convencía. 

En 1917 la postura de Gorki fue matizada: alegría por la caída del zar; horror por el terrorismo chequista de los bolcheviques, que llegaron a censurar sus libros y asesinaron a su amigo el escritor Nikolái Gumiliov. Volvió a Italia, en una situación económica delicada. Hacia 1930, sucumbió a los cantos de sirena de Stalin. Regresó a Rusia. Halagado por la dictadura stalinista, se convirtió en un pelele del régimen. Le traían, le llevaban. Llegó a decir que los presos del Gulag vivían divinamente. Teorizó sobre el realismo socialista, la hormigonada ortodoxia totalitaria que destruyó la prodigiosa cultura rusa. En realidad, Gorki era también un prisionero. En 1934 le pusieron bajo arresto domiciliario. Falleció en 1936, en circunstancias nada claras. Incluso se dijo que fue envenenado por Yagoda, uno de los asesinos favoritos de Stalin. Un final oscuro e inquietante para un gran escritor que se equivocó fatalmente durante sus últimos años.  

Publicado por Alberto. 

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