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viernes, 17 de junio de 2022

El santo del monte Koya - Izumi Kyōka

Título: El santo del monte Koya                                                                                         Autor: Izumi Kyōka

Páginas: 286 pág.

Editorial: Satori

Precio: 19 euros

Año de edición: 2021

La editorial gijonesa Satori lleva años difundiendo lo mejor de la literatura japonesa en impecables traducciones. Además de los inevitables Tanizaki, Sōseki o Akutagawa, la editorial presta atención a autores exquisitos menos conocidos. Son clásicos japoneses con una manera de ver y sentir propia de un mundo que permaneció aislado hasta mediados del siglo XIX. El Japón actual parece pertenecer más al futuro que al presente o al pasado. Sin embargo, el Japón tradicional sigue vivo: bosques milenarios, templos con venerables esculturas de piedra cubiertas de musgo, paisajes de ensueño que parecen haber sido creados para el pincel del artista o una riquísima mitología. En resumen: Japón es moderno y ancestral. Los japoneses son conscientes de que todo lo que no es tradición es plagio. 

El gran escritor Izumi Kyōka nació cuando el país estaba inmerso en la restauración Meiji y falleció pocos días después de estallar la Segunda Guerra Mundial. Vivió durante unos años cruciales. En esas décadas, Japón pasó de ser un país fragmentado y feudal a constituir una gran potencia que aspiraba al dominio de Asia. 

Kyōka era un tradicionalista que veneraba su viejo país. Era experto en literatura popular, clásicos, poesía, religiones y mitología. De la lectura de sus cuentos se deduce que en la cultura japonesa tradicional existen dos mundos: el de las apariencias y el espiritual, íntimamente relacionado con el primero. No son mundos separados, sino superpuestos. Lo cotidiano y lo misterioso son el anverso y el reverso de una misma realidad. Los reflejos que tiemblan en un estanque de nenúfares o la sombra blanquecina que se desliza en el bosque a la luz de la luna son ese otro mundo, que atrapa a los hombres sensibles, llevándolos al otro lado del espejo. La fascinación es una revelación. 

Determinados lugares (templos, santuarios, bosques sagrados, lagos, montañas) son especialmente propicios para entrar en el mundo espiritual. Durante los sueños también conviven los vivos con los muertos. La inocencia de los niños es asimismo una puerta abierta a lo desconocido (el alma de los niños se orienta hacia el misterio). Mujeres hermosas, etéreas, irreales, mitad brujas y mitad diosas, pertenecen al más allá. Por lo demás, toda la naturaleza parece estar animada por espíritus que se relacionan con los hombres. Lo sagrado es inmanente, más que trascendente (no está arriba, en un cielo inasequible, sino que forma parte de la vida cotidiana). Cuando todo es espíritu resulta imposible diferenciar el sueño de la realidad. Fácilmente se pasa de un mundo al otro: un árbol es un árbol, pero también puede ser un alma reencarnada. 

Japón es mayoritariamente sintoísta y budista; esencialmente, pagano y politeísta, ya que existen millones de dioses. La naturaleza es sagrada, una teofanía. El mundo está encantado. El romanticismo occidental es una moda cultural que reacciona contra la secularización. Japón no es cristiano. No existe la teología de un Dios alejado del mundo. En Japón, los dioses son nuestros vecinos. El romanticismo es consustancial a la tradición japonesa.

Lo anterior podría ayudar a entender estos relatos, maravillosamente escritos, pero nada fáciles. También es muy recomendable la lectura atenta de la excelente y erudita introducción de Carlos Rubio

El primer cuento, «El quirófano», es el más convencional y menos «japonés» de la colección. Trata acerca de una condesa que teme revelar un secreto bajo los efectos de la anestesia. En la segunda parte del cuento, el recuerdo, el pasado, nos ayuda a entender su desenlace. 

El cuento que da nombre al volumen, «El santo del monte Koya», es célebre en Japón. Un viajero se encuentra con un monje budista durante un viaje en tren. Simpatizan y acaban por hospedarse en la misma pensión. Como ambos duermen mal, el monje le contará una aventura sucedida hace años. Estaba de peregrinación en una zona inhóspita. En una encrucijada, escogió un camino equivocado. Atraviesa un bosque terrible. Las raíces de los enormes árboles parecen convertirse en serpientes. Hambriento y atemorizado, llega a una choza en donde vive una mujer en compañía de un retrasado mental. La sensualidad de la campesina hace que se tambalee la integridad del monje. El lugar es mágico y la mujer misteriosa. Se trata de un relato magnífico, en donde la transición al otro mundo está especialmente lograda: todo parece igual, pero el velo de Maya se ha roto y crece la inquietud. El marco del cuento es de un romanticismo tan puro como el de «Cumbres borrascosas».

El tercer relato, «Un día de primavera», es sumamente complejo y sutil, aunque al final se aclaran (relativamente) las cosas. De nuevo, se evoca un pasado de manera tan delicada que aún parece existir en el presente. Al igual que en el cuento anterior, un monje le cuenta a un viajero una triste historia: el año pasado, un hombre que se hospedó en una cabaña propiedad del templo, falleció ahogado. Estaba enamorado de una mujer que sigue viviendo en el pueblo. Es una delicada y bellísima dama casada con un rico y prosaico burgués. El viajero, sugestionado por el relato del monje, buscará a la mujer. Un poema parece descifrar la clave del enigma: en sueños volveremos a encontrarnos, dicen sus versos.  

El último cuento, «La mujer carmesí», se desarrolla en un marco urbano. En una estación de Tokio, un reputado médico de traje y bombín cree reconocer entre el gentío a una mujer relacionada con una parte dolorosa de su biografía. Así comienza la evocación melancólica del pasado. 

Los cuentos tienen rasgos comunes: lenguaje preciosista y metafórico, referencias al folklore y la mitología, cierta confusión entre los planos temporales (lo que desdibuja el realismo de la historia, dándole un tono lírico, evocador e intemporal más propio de la poesía), presencia de lo mágico y lo diabólico, simbolismo y gusto por las descripciones impresionistas de la naturaleza. Mención aparte merece la mujer. Para Kyōka, las mujeres son mágicas, bellas y sensuales, de un refinado erotismo, se apoderan de los hombres con los más sutiles encantos, y pertenecen más al otro mundo que a este. La lectura de estos cuentos tan hermosos nos transporta realmente al otro mundo, tal es la irrealidad y fascinación que desprenden.

Izumi Kyōka

Izumi Kyōka (1873-1939) nació en una familia humilde. Su padre era orfebre. Izumi se fue muy joven a Tokio con la ilusión de ser escritor. Fue discípulo del escritor Ozaki Kōyō hasta la muerte de este en 1903. En 1900, publicó su relato más conocido, «El santo del monte Koya». Era un hombre de salud delicada. Cuenta Carlos Rubio que Izumi era también algo excéntrico: quemaba y se comía las cenizas de sus manuscritos ante el retrato de su maestro Ozaki Kōyō como talismán contra el cólera; supersticioso, tenía pánico a perros y relámpagos; veneraba a los dioses y a la familia imperial. En Japón, Izumi está considerado un clásico.

Publicado por Alberto.

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