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viernes, 12 de noviembre de 2021

El mito de la conspiración judia mundial - Norman Cohn

 

Título: El mito dela conspiración judia mundial                                                                  Autor: Norman Cohen 

Páginas: 448

Editorial: Alianza

Precio: 14,30 euros

Año de edición: 2020

«Todo lo que en Europa ha pasado obedece a una conspiración masónico-izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social».

Madrid, 1 octubre de 1975. Plaza de Oriente. El general Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios, se dirige a sus fieles, que se han congregado para homenajear al dictador, un anciano decrépito al que le quedaban menos de dos meses de vida. Días antes, cinco terroristas (dos de ETA y tres del FRAP) fueron ejecutados tras ser juzgados por un consejo de guerra. El viejo dictador confirmó las penas de muerte. Los últimos asesinatos legales de la interminable dictadura franquista fueron muy mal recibidos fuera y dentro de España. En Europa, se produjeron graves incidentes contra intereses españoles. El franquismo, acosado, se lanzó al ruedo para defender al tirano moribundo. Franco, en un discurso casi ininteligible, cargó contra una mano negra que habría agitado la eterna conjura antiespañola. La conspiración de las tinieblas. Un clásico dentro de la extrema derecha. 

De desentrañar el origen de la obsesión conspiracionista de la derecha se ocupa «El mito de la conspiración judía mundial», publicado por vez primera en 1967. El autor de este clásico estudio, Norman Cohn (1915-2007), fue un destacado académico británico, especialista en temas que han atormentado la conciencia de generaciones enteras de europeos, derramando ríos de sangre: la brujería, el milenarismo religioso o el antisemitismo. La obra de Cohn fue relativamente breve, pero de gran calidad. Sus libros son ineludibles para quienes se interesen por un análisis histórico de las creencias y lo irracional. 

Siempre ha habido conspiraciones. Históricamente, se han demostrado muchas de ellas. Deben estudiarse, como se estudia por ejemplo el precio del pan en el mercado parisino a finales del siglo XVIII. De manera objetiva y documentada, el profesor Cohn analiza en este libro una conspiración de antisemitas profesionales. Estos conspiradores pretendían convencer de que detrás de los cambios, reformas o revoluciones, que tanto temían, se encontraban precisamente los judíos. La falsa conspiración mundial de los inefables Sabios de Sión

Esta creencia tiene sus antecedentes en la demonología medieval, en donde los judíos eran servidores de Satán, pero su modernización en la era contemporánea dio lugar al mito antisemita. Norman Cohn se ocupa de rastrear este mito a través de su panfleto más conocido: «Los Protocolos de los Sabios de Sión». 

En el principio era la Revolución francesa. La eclosión de 1789 y el fin del Antiguo Régimen desconcertó y aterrorizó a los defensores de la sociedad estamental. Este apocalipsis liberal debía tener responsables ocultos: masones, rosacruces, ilustrados. En 1797, un cura reaccionario francés, el abate Barruel (1741-1820), publicó unas interminables «Memorias para servir a la historia del jacobinismo». En su libro, Barruel denunciaba que los auténticos responsables de la Revolución francesa habían sido los masones. La trama, de novela gótica, se remontaba nada menos que a los templarios, con posterior intervención de los Iluminados de Baviera. ¡La cuchilla de la guillotina se afiló en las logias masónicas! La escueta verdad es que centenares de masones fueron guillotinados por los revolucionarios. A la disparatada averiguación de Barruel se añadió la aportación de la misteriosa carta de Simonini: los masones, sí, pero las logias eran controladas por los judíos. Estamos hacia 1806: ha nacido el mito de la conspiración judeomasónica. 

En este ambiente decimonónico y delirante de contrarrevolucionarios profesionales, agentes secretos, farsantes, chiflados, agitadores, estafadores, periodistas reaccionarios y curas extravagantes, se elaboraron los Protocolos. Cohn estudia de modo fascinante y detallado, como en la mejor novela policíaca, su origen, ofreciendo con gran talento el retrato de unos personajes singulares, caricaturescos y nefastos: «Quienquiera investigue el mundo de los Protocolos debe sentirse sofocado a veces por las miasmas de superstición, credulidad y brujería que exudan». 

Los Protocolos fueron zurcidos con casi total seguridad por un agente anónimo de la policía secreta zarista, la Ojrana, en París. Cohn da alguna hipótesis sobre quién podría haber sido el autor, pero nada se sabe a ciencia cierta. El agente no se rompió la cabeza: sencillamente plagió unos cuantos libros para componer su panfleto. 

Norman Cohn resume: «En total, es prácticamente indudable que los Protocolos se urdieron en alguna fecha comprendida entre 1894 y 1899, y probabilísimo que fuera en 1897 o 1898. El país de origen, sin duda, fue Francia, como revelan las múltiples alusiones a asuntos franceses. Cabe suponer que el lugar exacto fue París, e incluso cabe una mayor exactitud: uno de los ejemplares del libro de Joly existentes en la Bibliothèque Nationale está señalado en partes que corresponden asombrosamente a lo copiado en los Protocolos. De forma que el trabajo se hizo en medio del caso Dreyfuss, en una fecha que cae entre la detención de Alfred Dreyfuss en 1894 y su indulto en 1899, probablemente en el punto álgido del gran debate que tan acerbamente dividió a Francia. Y, sin embargo, la falsificación es claramente obra de un ruso y está destinada a la derecha rusa».

El desconocido autor de los Protocolos utilizó varias fuentes para su plagio. En primer lugar, un librito de Maurice Joly (1829-1878) titulado «Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu» (1864). El libro en cuestión es una denuncia liberal contra el despotismo de Napoleón III. Otra fuente fue la novelucha «Biarritz» (1868), de un tal Hermann Goedsche (1815-1878). Esta novela ínfima incluye un capítulo alucinante protagonizado por unos rabinos espectrales reunidos en el cementerio de Praga con el objetivo de dominar el mundo. Con estos materiales y otros similares se montaron de la manera más chapucera los Protocolos, el presunto plan secreto judío para destruir la civilización occidental. 

Los Protocolos eran de origen ruso y volvieron a Rusia para la que era su única función: la agitación antisemita. Fueron publicados en el tratado «Lo grande en lo pequeño» (1905), de un místico medio loco llamado Sergei Nilus (1862-1929). Por las mismas fechas, periódicos de la extrema derecha zarista también se ocuparon de difundirlos.

Resultado: violentas pandillas de antisemitas esgrimían los Protocolos como «prueba» de la inevitable maldad de los judíos, desencadenando tremendos ataques contra las comunidades hebreas rusas. En estos pogromos fueron asesinadas cientos de personas. Muchos de los matones antisemitas eran miembros de las siniestras Centurias Negras, brazo armado de la ultraderechista Unión del Pueblo Ruso. Cohn considera a estos grupos reaccionarios como claros precedentes de fascistas y nazis. 

Con la Primera Guerra Mundial, la Revolución de 1917 y la derrota de los contrarrevolucionarios en la Guerra Civil Rusa, los Protocolos de los Sabios de Sión volvieron a Occidente en el bolsillo de los rusos blancos. Se tradujeron a innumerables idiomas y puede decirse que dieron la vuelta al mundo. Del más recóndito y sigiloso plan maestro de dominación universal, que nadie debería conocer excepto sus responsables, se tiraron millones de copias. El gran miedo al bolchevismo ruso, que se suponía «judío», alimentó el disparatado mito antisemita hasta niveles insospechados hasta entonces. En 1921, The Times demostró analíticamente la completa falsedad de los Protocolos. Daba igual. Quien los creía creer, los creía. 

En el imaginario nazi, los Protocolos eran la verdad suprema para disfrute del gran público y llegaron a incluirse en los programas educativos. Su utilidad para dar legitimidad ideológica al holocausto no puede ponerse en duda. Hasta Eichmann, durante su juicio en Jerusalén, aludió a los poderes satánicos de las altas finanzas que dominaban al parecer al mismísimo Hitler. Cohn destaca que Hitler, Goebbels o Himmler, en su obsesión antisemita, eran verdaderos posesos, fanáticos apocalípticos que creían en la destrucción de la «raza maldita» como condición sine qua non para acelerar la venida del milenio nazi. En el mundo exacerbado del fanatismo nazi, el «judío» era la encarnación del mal.  

En otros países, los Protocolos también tuvieron su historia. En EE. UU. los difundió nada menos que Henry Ford (1863-1947), rey del automóvil y creyente antisemita. En Italia, eran un manjar apetecido por algunos fascistas radicales, como el infame Giovanni Preziosi (1881-1945), despreciado por el mismo Mussolini. En España, el contubernio judeo-masónico-comunista era uno de los tópicos propagandísticos del régimen franquista y lo sería hasta el final. Por llegar, los Protocolos llegaron hasta el remoto Japón, en donde los judíos eran prácticamente desconocidos. En Suiza, durante el proceso de Berna de 1934-1935, quedó sobradamente demostrado el carácter fraudulento de este libelo, calificado justamente de «absurdo ridículo».

De todas formas, los Protocolos, con otros engendros conspiranoicos, se siguen difundiendo. En realidad, es imposible refutar aquello que no se sustenta en pruebas, sino en prejuicios hondamente arraigados e inexpugnables frente a una argumentación racional. Ante eso, se caen todas las razones. La fe ciega lo puede todo.   

En tiempos de fake news, ascenso de la derecha radical y mentiras a granel difundidas por las redes, es interesante abordar la lectura detenida de este magnífico libro. Solo añadir que en la estupenda novela de Umberto Eco «El cementerio de Praga» (2010) se aborda el mismo tema con talento y gracia. 

Norman Cohn

Publicado por Alberto.

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